Javi Rivero
Cocinero
GASTROTEKA

Hablemos del comer

Amigas, amigos, familia, feliz domingo desde bien pronto. Y es que hoy, igual que ayer y que mañana, amanece temprano, también nos toca comer y alimentarnos y vamos a hablar de esto mismo, del comer. Como si fuera algo nuevo, ¿eh? Pues sí. El enfoque que voy a darle a las líneas que vienen nada tiene que ver con el comer como lo hemos planteado hasta ahora. Voy a hablaros de costumbres, rutinas y manías de las que merece la pena hablar.

Comer es algo que hacemos todos los días por la mera necesidad de alimentarnos. Empecemos por aquí. A modo de repaso, os recuerdo que la diferencia entre alimentarnos y comer está en que la alimentación se limita a saciar una necesidad biológica (cada vez más bio y menos lógica) y el comer pasa por muchos más caminos, más allá del mero saciado alimentario de nuestro cuerpo. En el comer, se elige qué comer de manera emocional y consciente, se elige un alimento y no otro por apego, por capricho o, simplemente, por indecisión. Pero, al fin y al cabo, se elige. Esta es la diferencia. Obviamente comemos por la necesidad de alimentarnos, pero nuestra alimentación va mucho más allá. Por eso mismo, hoy vamos a hablar del comer y las costumbres, manías o tradiciones con las que practicamos este acto, cada vez más y menos consciente.

Pues vamos allá. ¿Cuántos de vosotros coméis viendo la tele o con el móvil en la mesa? En mi casa ha sido costumbre informarnos de lo que pasa en el mundo –ya sea con el telediario o cualquier programa informativo– al desayunar, comer o cenar. Recuerdo todavía cómo mi amona me contaba que su madre solía responder a los presentadores de la tele por respeto y educación. Antes me hacía gracia, y ahora me da que pensar. Por supuesto, no es lo mismo comer solo que acompañado que, en ese caso, el presentador de la caja tonta no es tan mala compañía. Pero lo que sí me preocupa es el poco caso que le hacemos y le dedicamos a lo que tenemos en el plato y cuánto valor le damos a la pantalla. Sea del tamaño que sea.

Un buen amigo me suele recordar que tendemos a hablar con quien no estamos, ignorando al de enfrente para después hablar a distancia con quien teníamos delante, a la vez que ignoramos o hacemos poco caso a quien tenemos cerca en ese momento. Ocurre algo similar con la comida. En lugar de apreciar el micro momento en el que nos sentamos a comer (si es que nos sentamos), tendemos a hacer “check” o “tick” en el “quehacer” alimentario y nos sumergimos otra vez en las redes o el contenido digital de la televisión. Luego, nos juntaremos con amigos y hablaremos de lo que comemos, de cómo cocinamos las cosas etc… pero, la realidad, muchas veces, es bien distinta. No es una bronca familia, es solo un recordatorio para que cada uno valore un poco más su propia alimentación y ese momento en el que el esfuerzo de prepararse uno la comida, abraza con sabores y buenos recuerdos el paladar de uno mismo. Dediquemos tan solo 5 minutos al día, solo 5, a pensar en lo que estamos comiendo, en el momento que nos lo estamos comiendo. De dónde viene, a qué sabe, quién lo prepara, cómo… pero sin pantallas.

La realidad diaria. Pasemos de la realidad doméstico-personal a la hostelera. Yo acostumbro a leer la prensa con el móvil mientras me tomo un café por la mañana. Esto, si voy a un bar. Si estoy en casa, tengo la mala costumbre de ir bebiéndome el café a la vez que realizo otras tareas. Restando importancia a la comida más importante del día. Aquí, confieso que me tengo que poner las pilas y regalarme algo más de tiempo para empezar el día un poquito menos acelerado. ¿Habéis pensado o analizado cómo son los primeros 30 minutos de vuestro día? Pues de ahí, mínimo 10-15, deberían de ser para alimentaros bien y coger fuerzas antes de arrancar el día.

Sigamos con el comer fuera de casa. Tras el café mañanero, una de las cosas que más hago es comer por ahí, de menú, plato del día o lo que toque. El acto reflejo de dejar el móvil en la mesa es ya una costumbre con la que me cuesta lidiar. Si voy con chaqueta, intento dejar el móvil en ella para que nadie me moleste durante el tiempo que dure la comida, pero ya os digo, que primero pasa por la mesa. Intento dejarlo a desmano, primero, por respeto hacia la persona que tengo enfrente y, segundo, porque comer es algo que valoro por encima del entretenimiento. ¿Habéis contado cuántas veces miráis el móvil durante la comida o la cena? Es mejor no tenerlo a mano (a no ser que esperes una llamada o algo, pero que no sea una excusa). Sinceramente, es algo que me da paz. El poder centrarme en los pequeños momentos que me ofrece el comer fuera de casa. Valorar el trabajo de un camarero, la gratitud con la que se le presta atención, los detalles de un plato de cuchara bien cocinado. Son pequeños detalles que a priori no valoramos pero que, con poco que nos fijemos, harán que el precio de esta comida nos parezca barato. Pensadlo, nos pasamos el día siguiendo las experiencias de otras personas por redes o televisión y, mientras tanto, nos estamos perdiendo la nuestra propia. Esto afecta al comer y a la alimentación. Mucho. Se pierde el mensaje, los vínculos, el valor, la cultura y el hilo histórico sobre el que se sostiene dicha cocina. Si no prestamos atención a lo que comemos cuando nos lo comemos, nos estaremos alimentando de manera no consciente, con todo lo que esto supone. Y luego queremos hablar de personalidad e identidad… Venga, intentad hilar todo esto que os cuento con las tradiciones y costumbres de vuestras casas.

Siempre hemos tenido a la gente joven que se levanta de la mesa antes que el resto, porque las inquietudes propias de la edad así lo fuerzan, pero el problema es que la gente que ahora se queda en la mesa no comparte mucho más que algunos “likes” y posts (jerga de Instagram y TikTok).

Está en juego esto que nos une en torno a una mesa. Porque si no somos capaces de hacer que las generaciones que vienen aprecien el valor que hay detrás del comer, de poco va a servir que después nos quedemos de charleta. Que intentemos reflexionar sobre la sequía y cómo afectará a los tomates de este año no tiene sentido si la persona más joven de la mesa no nos hace caso. Es un tema difícil, delicado y poco amigo.

Todas las generaciones han pasado por debates similares, con una u otra casuística, pero el comer, como tal, nunca había pendido tanto de un hilo. Por lo que me atrevo a decir que tenemos que ponernos las pilas más que nunca y hacer ver que la realidad y el momento, por lo menos cuando se come, valen más que las aspiraciones y comparaciones digitales por las que navegamos constantemente. Tan solo os pido cambiar algunos hábitos y estar atentos a las personas. A las compañías. Escuchar más lo que dice quien nos acompaña en una mesa y no tanto lo que publica. Disfrutar de la gente y del plato que tenemos enfrente nos provocará siempre más placer que cualquier fotografía o publicación. Sigamos haciendo que la mesa sea no importante, sino imprescindible. ¡On egin!