Kepa Arbizu
EL LEGADO MUSICAL DE UN TIEMPO Y UN LUGAR

La huella sonora de GOR Discos

Más de treinta años de historia y casi trescientas referencias son el capital del que pueden sentirse plenamente orgullosos los hermanos Goñi, mentores del sello navarro GOR. Pero, por encima de todo, la gran virtud que acoge su producción es haber retratado los diversos sentimientos de toda una época a través de las líneas de un pentagrama.

Los hermanos Goñi «cerrando la persiana» de GOR.
Los hermanos Goñi «cerrando la persiana» de GOR. (Iñigo Uriz FOKU)

Todas las historias tienen su principio y final, pero eso no impide que algunas estén llamadas a pervivir en el acervo popular. El reciente anuncio de la capitulación por parte del sello GOR, tras más de tres décadas de existencia, significa la desaparición de un emblema de -no solo- nuestra música y, por extensión, del final de una época, o cuanto menos de una manera de hacer las cosas en ese ámbito discográfico condenado desde hace tiempo a una perenne crisis. Pero más allá del loado obituario que merece el encomiable trabajo realizado por los hermanos -Patxi, Antonio y Marino- Goñi que, tras bregar en otras empresas del gremio, como Soñua u Ohiuka, dieron luz a su propio sueño, es momento de echar la vista atrás para reconocer su indeleble huella creativa depositada y la capacidad para presentarse como notario de una sociedad y su tiempo.

Uno de los cantos de cisne de la discográfica ha sido entonado por el también navarro Rolan Garcés que, al frente del proyecto al que acompaña del “apellido” Bandatze, hizo de su álbum homónimo una de las últimas referencias encargadas de llevar estampada un nombre que, más allá de su tarea profesional, late con fuerza en el tejido social, tal y como ilustra el propio autor: «Tenían el local en Arrosadia, el barrio en el que he vivido muchos años, y sabía quiénes eran por los discos que han publicado y por las mil y una veces que escuchaba a mi colega Juantxo ‘Argibli’ hablar con auténtica devoción sobre Marino y sus hermanos». Una relación profesional y unos resultados que avalan ese poder comunicativo y de interés que, todavía, en sus últimos coletazos, despertaba el sello: «Gracias a ellos pudimos tocar en sitios importantes e hicieron de altavoz de nuestra música en los medios de comunicación». Y todo ello pese a que estamos ante un trabajo que, si tuviéramos que trazar una línea estilística predominante en su catálogo, se alejaría de su epicentro porque, aunque con un indudable acento vasco, ya sea por adaptar textos de Xabier Lete o Hasier Larretxea o desprender un aura afín a ciertos compositores euskaldunes, su principal suelo inspiracional se ubicaba entre el folk y el blues.

El escritor, periodista y manager Óscar Beorlegui, notario del Rock Radikal Vasco. Jagoba Manterola | FOKU

Pero no estamos ante un caso excepcional entre una producción abierta a expresiones musicales ligadas a géneros clásicos de ascendencia anglosajona, valga como ejemplo el impetuoso debut de Flying Rebollos, “Verano de perros”, que desde Portugalete basaban su credo en un crudo rock and roll sazonado de rhythm and blues y otras referencias extraídas de los años dorados del género. Sin ese aura canallesca, sustituido por una elegancia ya visible desde la exquisita portada de “Hobe Behin Gorri Ezenez Beti Hori”, Balerdi Balerdi izaban la bandera de un power pop vitaminado y estiloso que confraternizaba con el rock clásico procedente desde tierras norteamericanas para tamizarlo con personal y talentosa destreza.

Una mirada hacia esos horizontes geográficos compartida por Electric Riders, que sin embargo tupieron con “The Trial” los inicios de siglo XXI a base de una embriagadora psicodelia y desarrollos progresivos. Episodios que delatan la prioridad de un catálogo por dar voz a los múltiples y diversos proyectos que surgían a lo largo y ancho del país. Una misión que Rolan Garcés acierta a resumir con tino: «Aquí pasaban muchas cosas y alguien tenía que estar para contarlo. GOR, aparte de hacerlo, lo buscó y lo encontró. Muchas bandas salieron del local de ensayo para grabar con ellos y, gracias a su apoyo, pudieron ser escuchados. No tuvieron ningún problema en difundir los diferentes estilos que se estaban creando en cada momento».

Kike Babas, del interior del disco “BNCA”, GOR, 2000. Jesús Carreras. Cortesía GOR.

BANDA SONORA DE UN TIEMPO Y UN LUGAR

Esa motivación que muchos sellos albergan por convertirse en un glosario de lo que sucede en la sociedad, en este caso fue llevada a la práctica de manera rigurosa. Pese a esa mirada caleidoscópica que asumieron, no sería justo desligar al sello con la expansión que tuvo el denominado Rock Radical Vasco, y no solo como una manera de incrementar la descendencia de dicha etiqueta, sino de convertirla en una muestra representativa de la ebullición creativa brotada como respuesta a la no menos candente vida que se respiraba en las calles.

El escritor, periodista, manager y ahora encargado de comunicación en Dromedario Records, Óscar Beorlegui, fue por encima de todo un espectador en primera fila de todo ese movimiento, tal y como ejemplifican sus primerizas y frondosas relaciones: «La primera vez que vi a Marino y a Patxi fue en un concierto de su grupo, Motos, en Pamplona, en 1983. Tocaron con Barricada, siendo también la primera vez que los veía. Marino, al menos, para entonces ya estaba vinculado a Soñua, sello que publicó el primer y único single de la banda. Su cantante, Toño Muro, posteriormente en Fiebre y Balerdi Balerdi, era profesor de literatura en el instituto en el que estudiaba yo, el Ximénez de Rada, y me dio clases en 3º de BUP en 1986. Los primeros contactos con GOR como tal fueron en otoño de 1994, cuando empecé a escribir en El Tubo». Lo que más allá de un ferviente seguidor de ese panorama le convierte en una voz más que autorizada cuando sentencia: «Si no pioneros, han sido de los primeros sellos a la hora de dar salida con continuidad a las inquietudes artísticas de las siempre sorprendentes bandas del país».

Yogurinha Borova, actriz, cantante y transformista, conocida también por su activismo por la libertad sexual, se ha sentido en GOR como en casa. Foto: Chus Terán

No es casualidad que la nómina de grupos nacidos al cobijo de la discográfica se iniciara con “Miedo al miedo”, álbum de Los del Rayo, formación oriunda de Nafarroa y que hacían de su curtido rock urbano, producido no por casualidad por el propio “El Drogas”, toda una radiografía del gris panorama que los años noventa se empeñaban en dibujar. En ese muestrario de grupos que paulatinamente iban a representar el lado más impetuoso y rebelde de esa “alegre juventud”, su procedencia partía desde miradas creativas tan diversas como compartidas en cuanto a diagnóstico. Pero probablemente si hubo un verbo, por irónico, afable pero de nihilista sentido y revestido de todo tipo de ritmos imaginables, incluso las rancheras, ese fue el de “Eskroto” que, ya fuera con los inclasificables Tijuana in Blue o los “mexicanos” Kojón Prieto y los Huajolotes, construyó un discurso de inimitable autenticidad, recogido en buena medida por el directo “Antes de perder el riego”, de tristemente premonitorio título, convirtiéndose en una despedida artística y humana, pero que le otorgaba la vida eterna a través de su legado en la memoria colectiva.

Bajo una presencia mucho más aguerrida se presentaban Flitter, que con “Stop Miseria”, una mezcla entre el metal y el funk, representaba toda una trituradora para los sentidos. Unos parámetros que manejaron con igual solvencia y una naturaleza hercúlea, Koma, que desde su aparición, y sobre todo con la confirmación de un rocoso “El infarto”, se auparon a la vanguardia de un sonido que no solo zarandeaba a lo oyentes situados en nuestras fronteras, sino a los de todo el Estado español.

Pero sin duda el género que en los estertores del siglo XX, por lo menos en lo que respecta a su visibilidad en nuestro territorio, encarnaba de la mejor y más expeditiva manera ese declaración de guerra hacia los prebostes del sistema se llamaba punk, todo un nicho al que acudían muchas bandas para expresar sus preocupaciones. Mientras Exkixu, además de suponer la vida previa a Gatibu de Alex Sardui, hizo de sus incursiones en el folklore vasco y el rock más tenaz sus señas de identidad, perfiladas con perfección en “Gaua Heldu Orduko”, grupos como Parabellum optaban por una representación más orgánica y tradicional. No obstante, su procedencia desde la margen izquierda bizkaitarra les insuflaba esa marca áspera que quedaba plasmada en “Hace falta…?”.

Fotografía: Iñigo Uriz | FOKU

Y, si de imperdibles, pelos de colores y un discurso incendiario se trata, Evaristo y La Polla (Records) se han ganado por merecimientos propios un lugar en ese panteón de ilustres malditos, una corona que perfectamente puede ser visibilizada en su disco en vivo de explícito título, “La Polla En Turecto”. Herederos directos de los de Agurain, pero claramente distinguibles por cualidades innatas, el nacimiento de Lendakaris Muertos se significaba por un lúcido y ácido sentido del humor que escondía una crítica estructural también dirigida a nuestras propias contradicciones, convirtiéndose en clásicos contemporáneos desde un debut homónimo compuesto por más de veinte canciones arrojadas en 40 minutos, tal y como Dios, es decir, los Ramones, manda.

Tal es el caudal de apuestas musicales, y por extensión de formas de contar la historia de un lugar y su contexto arropadas por GOR, que resulta imposible que ese relato multiforme no haya logrado permear en buena parte de los espectadores que asistían in situ a él. Poco importan sus gustos o inclinaciones creativas personales, porque la identidad se moldea también gracias al bagaje recibido, tal y como asume la empoderada prosa feminista de La Furia, una de esas muchas oyentes de un ciclón que caló en su imaginario: «Antes de llegar al rap, pasé por muchos sitios, en algunos aún sigo. Cuando en ese momento la escena de Euskal Herria la conformaban los cantautores y el folk, GOR apostó por el rock y por grupos en los que jamás hubiera confiado nadie y que, nos gusten o no, forman parte de nuestro ADN. No me imagino ahora mismo mi vida, ni la de varias generaciones, sin la influencia de todo ello». El caso de la intérprete navarra es paradigmático en cuanto a que, si sus actuales condicionantes musicales podrían separarla de aquella hornada de formaciones, sus merecidos halagos a la labor casi sociológica que el sello desarrolló retumban contundentes: «Si miras una por una las bandas a las que dieron la posibilidad de mostrarse son todas importantes de una u otra forma en nuestra historia. A nivel de ‘industria’ destacaría cómo salieron de la lógica de la misma en cuanto a la distribución, generando una manera de realizarla totalmente independiente a las grandes cadenas». Y, haciendo honor a su apelativo artístico, sus palabras nacen con nombres y apellidos y sin miedo a incomodar: «Hace falta valor para sacar a grupos como Tijuana in Blue. Estaría genial que los ‘jovencicos navarros’ que se piensan que han inventado algo les escucharan, para que se les pase la tontería…».

La Furia, en la imagen durante una actuación en Donostia. La rapera navarra destaca la enorme influencia que esta discográfica y su manera de hacer las cosas han tenido en muchos de los grupos del país. Jagoba Manterola | FOKU

Una fotografía que fue posible gracias al éxito popular que varias de aquellas propuestas llegaron a obtener, logrando derribar cualquier restricción de público derivada de su adscripción estilística y encomendándose, sin premeditación, a las masas. Si hay una banda que ha nacido en paralelo a GOR, participando incluso en su propia intendencia, ha sido Berri Txarrak. Una apuesta musical que supo aunar la esencia del rock más duro con un discurso ilustradamente contestatario y una prestancia melódica, cualidades que podemos encontrar en cualquiera de sus álbumes y, quizás de manera más evidente, en el “Eskuak/Ukabilak”. Pero no fueron los únicos que se regocijaron en las mieles del éxito, siendo Urtz los primeros en ofrecer a la discográfica un respaldo cuantitativo de gran valor, sirviéndose del esqueleto instrumental del heavy para plagarlo de armonías dinámicas y pegadizas capaces de encontrar asidero en un abanico amplio de seguidores, algo que visibilizan temas como “Kaixo!”, perteneciente a “Hautsa Astinduz”.

Aunque la apuesta de Ken Zazpi surgiera o derivara hacia un público más juvenil, su anclaje a fuertes guitarras bajo una interpretación vocal delicada donde se congraciaba la épica y la melancolía, logró reunir a su alrededor una cantidad elevada de almas a través de álbumes como “Bidean”. Otra de las formaciones que encontró línea directa con un vasto sector del público fue Zea Mays, desenvolviéndose a medio camino entre las pegadizas melodías y todo un armazón eléctrico de impetuosa y cruda energía. La imponente voz de Aiora Renteria hizo que trabajos como “Elektrizitatea” se convirtieran en guía para otras tantas gargantas que entonaban sin atisbo de fallo buena parte de su repertorio.

El músico Rolan Garcés, que resalta la importancia y la ayuda de la discográfica. Idoia Zabaleta | FOKU

MÁS ALLÁ DEL ROCK, MÁS ALLÁ DE EUSKAL HERRIA

Si la campana de Gauss se trata de una ecuación estadística basada en representar aquellos elementos más habituales frente a los accesorios, en el ámbito creativo muchas veces los márgenes, pese a su despoblación numérica, resultan altamente significativos. Que GOR, en líneas generales, cultivara mayoritariamente un terreno donde se impusieron las guitarras, con diferente entonación y personalidad, no impidió que su apertura de mente se extendiera a otro tipo de expresiones. Puede que entre ellas la más llamativa sea la de Yogurinha Borova, actriz, cantante, transformista pero, por encima de todo, activista por la libertad sexual. Una profusa relación con el sello que, como tantas otras, se gestó rodeada de discos: «Trabajé durante tres meses en Bilbo, en la tienda Urretxindorra. Antonio Goñi, hermano de Marino y Patxi, era la persona que llevaba el material de GOR. De ahí surgió una amistad que todavía persiste. Posteriormente empecé a hacer canciones. Cuando ya tenía unas cuarenta, Patxi me comentó que le gustaría escuchar mi material; fue tras enseñarle todo lo que había hecho hasta entonces cuando me llamó y me dijo que querían publicarme un disco con una sola condición, que tenía que sacar algo en euskara, cosa que me pareció genial, porque yo llevaba tiempo detrás de ello». Igual de importante que poner en práctica esa búsqueda por alcanzar el espectro más amplio de sonidos que se hacía en Euskal Herria, significaba hacer sentir a esas propuestas de condición aperturista como parte de su propio ADN, no como una excepcionalidad pintoresca: «Dentro de la discográfica siempre me sentí como en casa y comprendida, fuera de ese entorno a veces no tanto. Con ellos he tenido siempre total libertad para crear, eran el soporte para yo poder sacar mi trabajo adelante».

Un escenario favorable que, sin embargo, en sus palabras delata la existencia de episodios menos agradables: «Allá por 2011, cuando estuve la primera vez en Durangoko Azoka, no fueron capaces de colocarme en un espacio donde pudiera cambiarme, me tocó transformarme en Yogurinha bajo unas escaleras del mismo pabellón casi a la intemperie, desnudo y pasando la gente delante de mí… Los tiempos van cambiando y, aunque yo hoy por hoy no entro en ninguna quiniela de Premios de la Música, sí noto que se me va teniendo algo más de consideración».

Desde Hemendik At!, volcados en el baile y la conciencia social, admiten que en GOR «siempre nos decían que sí a todo, creían en nosotras a tope y nos daban rienda suelta». Adolfo Lacunza

Si el irónico burlesque que el artista bilbaino realiza, y que es capaz de alcanzar cotas cosmopolitas como en “Poliamor”, supone una oxigenante y rara avis, lo de Hemendik At! fue toda una enmienda a la totalidad a ese rudo y vigoroso estilo rockero que se manifestaba por entonces, convirtiendo una electrónica de bailable naturaleza en su razón de ser, tal y como rememora Edurne Arizu, integrante del grupo: «Iker Sádaba grabó una maqueta con el tema ‘Goazen’ y se lo enseñó a Marino, y él vio una oportunidad de sacarlo en el recopilatorio anual ‘Aurtengo Gorakada’. Ese fue el verano del 97, donde la canción sonó en todas las txoznas, de ahí se animó a grabar el primer disco, y luego todo vino rodado». Una vez más, tender la mano a quien se siente, o le hacen sentir, diferente debe ir acompañado de una aplicación práctica, algo que sintieron desde el primer momento: «Marino fue nuestro gran apoyo, él creyó siempre mucho en el grupo y en nosotras, nos acompañaba a todos los bolos, él conocía muy bien el circuito y sabía que nosotros creábamos mucha polémica y no teníamos experiencia en los escenarios, así que cogió el papel de técnico, roadmanager, sicólogo y todo lo que hiciera falta en los primeros bolos. Fue nuestro padrino y fue crucial para el crecimiento del grupo. Aprendimos muchísimo de él».

Los ritmos y estéticas que compendiaban el disco “Orain”, pese a convertirse en un auténtico furor, seguían siendo vistos como una suerte de intrusismo, algo que incluso era capaz de generar anécdotas en cuanto a su supuesta “esclavitud artística”: «Nos solían decir que vaya vergüenza que nos hicieran salir y bailar así, pero lo que no sabían es que Stella y yo hacíamos y deshacíamos lo que queríamos sin límites. Cualquier cosa la proponíamos nosotras, y tanto Iker, Alberto y desde GOR siempre nos decían que sí a todo, creían en nosotras a tope y nos daban rienda suelta».

Los límites explorados por los hermanos Goñi no se circunscribieron solo a aspectos estilísticos y, aunque el proyecto pretendía claramente recoger los distintos talentos en Euskal Herria, hubo ocasiones especiales en que abrieron las fronteras y llegaron a editar ciertos episodios surgidos desde el Estado. Posiblemente no hubiera lugar más cómodo para al inclasificable Manolo Kabezabolo, un ente particular, procedente de Zaragoza que, a modo de desvencijado cantautor punk, si es que eso no es un oxímoron, aglutinó en “¡Ya hera ora!” una sucesión de himnos lumpen que rara vez llegaban a los dos minutos.

King Putreak en la actuación de la rueda de prensa de presentación de “Buitre No Come Alpiste” en Madrid. Jesús Carreras. Cortesía GOR.

Con un aura también maldita, aunque en este caso enfocada hacia un terreno cabaretero, lo que conllevaba un sinfín de tonalidades e influencias, era el proyecto King Putreak & The Vientre, liderado por los también periodistas Kike Babas y Kike Turrón, quienes desde Madrid no dudaron en tocar la puerta del sello navarro: «Teníamos contactos con GOR porque de vez en cuando solíamos entrevistar a alguno de los grupos que editaban. Recuerdo la de Kojón Prieto, La Venganza de la Abuela y otras. Como había buen rollo, les entramos con nuestro proyecto, que incluía grabarnos en formato disco-libro, con nuestros relatos… Y, para nuestra sorpresa, nos dijeron que sí». Porque, incluso a cuatrocientos kilómetros de distancia, se podía distinguir con nitidez el aura que emanaba la idiosincrasia de la discográfica: «GOR tenía el aval de ser el nuevo sello de Marino Goñi, quien había grabado las primeras referencias de La Polla Records, Barricada, Cicatriz, Hertzainak, Kortatu, Potato, Tijuana in Blue, Los Bichos o Tahúres Zurdos. Desde aquí se le veía, junto con Pablo Cabeza en el plano periodístico, como el gran hacedor del Rock Radikal Vasco».

Un entendimiento mutuo regado por pasajes dignos de la canción, “La gira”, introductoria del muy estimable “B.N.C.A. Buitre no come alpiste”, donde retrata los excesos propios del “modus vivendi” roquero, algo por lo visto totalmente autobiográfico: «Invitamos para colaborar a Aurora Beltrán y a Lichis pero, el día anterior, que teníamos jornada libre de estudio, me hice una escapada a una ‘rave’ en un gaztetxe de Bilbo… Y me lié, me puse ‘como Las Grecas’ y, cuando me quise dar cuenta, habían pasado 48 horas. Me perdí las ansiadas colaboraciones que yo mismo había solicitado y me gané una bronca de Marino que, por otra parte, ya tenía el culo pelado de grabar discos con gamberros tóxicos.».

«Hace poco, entré a una cervecería de Pamplona en donde estaba mi colega Jonny. Cuando acudí a saludarle, allí estaba con su cuadrilla de ‘jevimetals’ que habían quedado para comer con Marino Goñi. Serían las ocho o nueve de la tarde y llevaban desde la hora del vermú escuchando los chascarrillos que tenía que contarles sobre grupos, músicos, grabaciones y entresijos de la industria. Marino, aparte de ser un gran conversador, tiene bastante gracia, así que les tenía embelesados». La anécdota que ilustra Rolan Garcés es lo suficientemente explicativa de lo que significa dejar una huella que trasciende lo creativo. Porque rellenar páginas en nuestra historia musical o haber abrazado el éxito popular, sin duda, es importante, pero lo verdaderamente relevante es ser capaz de dejar un legado emocional, para los que vivieron esa época y para los que lo siguen haciendo cada vez que escuchan una canción o un disco. Esa es la única eternidad que el arte ofrece, y los hermanos Goñi la han atrapado.