Paula Bonet, viaje íntimo a una artista total
La pintora y escritora valenciana completa otro capítulo de su prolífica obra con «La anguila». La carne como pintura y la pintura como espejo. Una secuencia de cuadros de trazo intenso, acompañados por la escritura y otros lenguajes, mediante los cuales reescribe algunos parajes de su biografía, donde subyace la rebeldía de la mujer frente a las distintas violencias y aquellos mandatos que establece la actual sociedad de consumo.

Cada pincelada, con su propia cadencia, constituye un instante de la vida de un artista. Así ocurre con la obra de Paula Bonet (Vila-real, 1980), con la diferencia de que, fruto de su sobriedad técnica, nos arrastra a interrogarnos como nadie sobre muchas de las cuestiones que atañen a nuestra sociedad.
La última demostración es “La anguila”. La carne como pintura y la pintura como espejo, a través del cual la pintora valenciana repasa, con una sensibilidad exquisita y porosa, la amalgama de temas que le han atravesado desde joven. Ya sea el deseo de ser madre, el dolor que le acarreó sufrir dos abortos o padecer una agresión sexual mientras se encontraba en América Latina. Episodios que, enlazando un compendio de cuadros, dípticos de gran formato y telas trabajadas con solventes y veladuras, revelan cómo la artista transitó de la rabia y la desazón hasta lanzar un alegato en defensa de la vida y la esperanza.
Con esta última exposición, envuelta de sonidos, textos, luces y otros elementos performativos, Bonet se aparta del esquema al que recurrió en 2021, cuando volcó en un libro y una pequeña retrospectiva el sufrimiento de ver violentado su cuerpo y la sensación de abandono que le causaron algunas amistades truncadas.
En esta nueva versión, desliza toda la trama de grises que explican la mutación que ha experimentado. Y es que, mientras la primera anguila transitaba del negro al blanco más luminoso, en esta actualización refleja la serenidad alcanzada tras un largo período de introspección y autocuidado. «Si antes quería conceptualizar lo que padecía, encorsetada en la narrativa y elementos preconcebidos, ahora la obra se despliega libre y espontáneamente», comenta Paula Bonet.
SED DE REBELDÍA
Hasta llegar a “La anguila”, la artista valenciana ha moldeado un estilo donde la vocación por la pintura se acompasa siempre con las ansias de explorar su entorno y sublevarse contra los estragos que provoca el capitalismo sobre las mujeres.
Esa actitud ya empezó a aflorar en sus primeras obras, elaboradas a base de colores vibrantes sobre fondos generalmente blancos y materiales tan diversos como el cobre o la madera. Solo durante un breve paréntesis se adentró en el bolígrafo y la tinta china, combinada con acuarelas o acrílico, para presentar ilustraciones que contenían fragmentos de una gran carga poética.
Fuera de esta incursión, Bonet ha empleado habitualmente el óleo para trazar rostros femeninos con mejillas teñidas de rojo, así como paisajes y animales que nos sumergen en su mundo ideal. Una práctica que se empezó a ver el año 2013 con el cartel que elaboró para un festival de cortometrajes en València y el libro “Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End”, en el que narra 40 historias sobre enamoramientos, rupturas, deseos, infidelidades y otras situaciones que necesitaba contar de ella misma o de otras mujeres con las cuales mantenía cierta proximidad.
A raíz de esta etapa, en la que apostó por la pintura acrílica y la acuarela, publicó la antología 813, dedicada al cineasta François Truffaut, para acto seguido cruzar el Atlántico e instalarse en Santiago de Chile, un hecho que sería clave para su evolución artística y personal. Allí es cuando su pintura tomará una línea más lenta, junto a una narrativa de alto voltaje feminista que surge de su contacto con Rosa Bru, la pintora barcelonesa exiliada por la Guerra del 36, y otras artistas en quienes se ha inspirando. Menciona en particular a Anne Sexton, María Luisa Bombal, Sylvia Plath, Teresa Wilms Montt, Camille Claudel o Virginia Woolf.
En el prisma más íntimo, su etapa en América Latina también será crucial para entender su rumbo narrativo, pues en Chile sufrirá una violación en manos de un reconocido poeta y tendrá que soportar el machismo que los hombres ejercían sobre aquellas jóvenes que, como ella, buscaban aprender nuevos diseños y estilos gráficos. A partir de entonces, el feminismo y la memoria histórica impregnarán todos los cuadros de Bonet, formando una paleta en la que predominarán los tonos bruscos y oscuros.
Ya de nuevo en València, y con la técnica del óleo y la acuarela bien amueblada, la artista presentará “La Sed” (2016), un proyecto en el que repasa los distintos “terremotos” emocionales que había sufrido en América, donde el sexo y la angustia se entremezclan con la muerte y el suicidio. Bonet recuerda que construyó dicha obra «a golpe de herida y salto mortal, sangrados vaginales, laceraciones, desgarros y lobos de ojos brillantes», lo que le ayudó a vacunarse de aquellas relaciones que, si de entrada nutren a la persona de aires nuevos, «al final se derrumban, acaban siendo tóxicas y mutilan al otro».
“La Sed” supone para ella un punto de inflexión en todos los sentidos, ya que el lenguaje adquiere definitivamente una gran relevancia, hasta el punto que reasigna términos de los cuales solo existe una versión en masculino. «Portero es la antítesis de portera, y ello me conecta con el aborto, pues observo que, mientras que un niño que pierde a su madre es un huérfano, no hay un nombre para identificarnos a las madres que perdemos a un hijo», reflexionaba en un artículo.
En ese ejercicio de reinvención, también sus cuadros y grabados van adquiriendo paulatinamente el color a carne, señal que ya no surgen de los discursos aprendidos en la academia, sino desde las emociones y las inquietudes que transpiran por los poros de su piel. Quizás por esta razón, Bonet resume “La Sed” como «un canto a las mujeres, a su independencia y a la fuerza interior que tenemos cada una de nosotras».
También el feminismo cogerá notoriedad a partir de 2017, año durante el cual encadenará propuestas tan distintas como una adaptación ilustrada del “Tirant lo Blanc”, con textos de Josep Vicent Miralles, la publicación del cancionero “Quema la memoria”, donde sus reflexiones se funden con las del cantautor catalán The New Raemon -el alter ego de Ramón Rodríguez- y el trabajo “Por el olvido”, en homenaje al poeta chileno Roberto Bolaño.
Será, ya en 2018, cuando Bonet compactará todas sus turbulencias personales en “Roedores: cuerpo de embarazada sin embrión”, un libro ilustrado en cuyas páginas normaliza el dolor y rememora el silencio que experimentó tras haber padecido dos abortos. La antología, presidida por la imagen de un embrión y el texto “Cuerpo de embarazada sin embrión”, confirma la apuesta de la artista por ensamblar la pintura y la palabra como la vía para desenvolver su mirada en torno a la memoria histórica y a las luchas emancipadoras.
DE LA RIGIDEZ A LA HONESTIDAD
“Roderos” será el último escalafón antes de que Bonet elabore “La anguila” (Anagrama, 2021), un relato de cariz autobiográfico que, en su versión pictórica, adopta el mismo título. Esto es un cuadro, no una opinión. «La idea surge como una pulsión ante la muerte de mi abuelo, de la cual aún no me he recuperado», explica. El vínculo tan especial que entabló con él, de quien recuerda que «fue la primera persona que me habló como un ser humano que piensa y siente», la empujó a escribir una carta de amor que, a medida que se fue desplegando, puso en relieve la lucha que ella había realizado aquellos años para transformar sus heridas en un discurso lleno de luz y rebeldía.
Bonet confiesa que adoptó el nombre de anguila al sentirse identificada con ese animal tan resbaladizo y cambiante. «La anguila no puede vivir en captividad, tanto que puede estar en aguas saladas como en aguas dulces, del mismo modo que es capaz de arrastrarse por la arena o estar quieto muchos meses sin comer y, pese a todo, sobrevivir».
De hecho, las primeras páginas del libro ya evocan esa vida cambiante que, como ocurre con el pez anguiliforme, ha caracterizado a la artista: «A medida que pinto, percibo la urgencia, la duda, la calma y la furia». Así lo escribe en la novela y queda reflejado en los grabados que elaboró en 2021 ante la necesidad de racionalizar lo vivido. «Ahora, con la nueva anguila, reconozco que lo hice con demasiados corsés y mediatizada por la academia cuando, si el arte aspira a establecer un diálogo franco y honesto, ha de expresarse desde la libertad».
Para alcanzar este estadio, tuvieron que pasar tres largos años, pues a raíz de la primera anguila, se sintió paralizada, sin la fuerza necesaria para transmitir su pasado de forma compleja y pausada. No fue hasta 2024, ya con la conciencia de haber sanado las heridas, que dejó los pinceles de lado para lanzar sus manos sobre las telas. «En ellas las estampo, como si impactaran sobre los cuerpos de los agresores, para después jugar con las inclinaciones del suelo, aclarando la paleta y terminando con una pieza blanca que se funde con la pared». De esta forma es como van apareciendo todas las etapas de su proceso vital, diseminadas en ocho módulos que la obra distribuye cronológicamente en tres bloques diferenciados: “Herencia”, “Carne” y “Pintura”.
Dicha cronología arranca con una serie de pinturas de embriones malformados, acompañados por el sonido del latido que siente cualquier madre que espera un hijo, para seguidamente ofrecernos grabados en los que la artista inmortaliza los rasguños sufridos en su cuerpo y cómo estos van supurando con el paso del tiempo. Un proceso lleno de revuelos mediante el cual Paula Bonet nos traslada la idea de que, «tras la oscuridad padecida, acaba apareciendo una perspectiva llena de paz».
Tampoco faltan, en esa secuencia pictórica, restos del material que Bonet va desechando por el camino, pues «la transformación también consiste en deshacerse de cosas que nos deshumanizan y nos impiden avanzar». De igual manera que, como prueba de su canto a la esperanza, nos obsequia con un grabado titulado “Júlia”, el nombre que tenía pensado poner a su hija. «Al fin y al cabo, con la nueva anguila no pretendo revolcarme en el dolor ni en la nostalgia, sino cuestionar el mandato al que las mujeres nos vemos sometidas: se nos dice que tenemos un útero, que tenemos que sufrir y que tenemos que ser madres, cuando la no-maternidad también es una opción».
Entre los cuadros que condimentan la obra, también sobresale un retrato de su amiga Marta Sanz, de la cual evoca su mirada crítica sobre la autorrepresentación de la mujer en la sociedad. Precisamente, en un guiño a la obra, Sanz elogia a Bonet con las siguientes palabras: «Paula construye su cuerpo con todos los lenguajes de la materia, fumigando los malos espíritus y el peligro de los preceptores, los hombres más cultos y admirables que ahorman nuestros deseos y los convierten en espina», para sentenciar: «Contra la violencia de las espadas incrustadas en la vagina-vaina, ella habla de amor y de cómo unas mujeres aprendemos de otras».
Así es como, rompiendo con los cánones expositivos y dejándose llevar por su intuición, la pintora valenciana nos ofrece una propuesta genuina que permite a la audiencia desmenuzar su narrativa sobre el cuerpo y la experiencia femenina. No solo lo consigue con unos cuadros salvajes, brutos y brutales; también con la presencia de sonidos amnióticos, fragmentos de su novela y un juego de luces que sumergen al público a una atmósfera de diálogo, contemplación y autoconocimiento.
UNA LIBERTAD PLACENTERA
“La anguila”. La carne como pintura y la pintura como espejo, que ya ha recorrido varias salas de arte, supone la consagración de Paula Bonet como una artista clave en la escena internacional, de quien la crítica valora su capacidad para tejer mensajes que, si de algo hablan, es de libertad. Una libertad que, según confiesa, le ha permitido explorar y descubrir lo que le atravesaba por dentro, pero también para reconocerse, con el valor terapéutico y catártico que eso implica. Del mismo modo que, a nivel artístico, la libertad constituye el vector que le ha llevado a pasar de un estilo formal a uno más libre, sincero y espontáneo.
Así, si antes partía del confort de la técnica aprendida, Bonet se expresa hoy con toda plenitud: sus cuadros son más voluminosos, reciben más grosor de pintura y ya no transmiten lo rescatado de la teoría, sino lo que surge del corazón y las entrañas. «Me he dado cuenta de que es un error querer transmitir algo concreto a los espectadores pues, a la postre, la libertad significa que la obra adquiera su propia vida y movimiento». Un análisis que la artista afincada en Barcelona ha integrado a base de rodearse y leer a sus maestras literarias, de las cuales agradece que le han insuflado plenitud, sensibilidad y ayudado a relacionarse con su entorno de forma más orgánica.
Lograr esa libertad ha sido, para ella, una conquista placentera, pues le ha empujado a despojarse de los miedos que le impedían crecer y, con sus trazos y letras llenas de dulzura, deconstruir los tabús que el sistema quiere perpetuar, ya sea la infantilización del aborto o la incompatibilidad de tener una relación y, al mismo tiempo, construir un rincón desde la cual crear y expresarse en libertad.
En ese sentido, su último proyecto constituye una invitación a «rebelarse contra una sociedad que nos quiere desinformados y nos esclaviza en el consumo», toda vez que nos emplaza a ser mejor como sujetos. Esta es la pretensión de Paula Bonet, cuyas obras ya no necesitan que nadie las defienda, pues se defienden por sí mismas como recetas para poner en el centro los cuidados y cultivar la vida interior.
La Madriguera: el refugio donde crear y sanar
En pleno corazón de Barcelona se encuentra La Madriguera. Por su propia definición, se trataría de una guarida donde resguardarse de tempestades indeseadas y, en cierto modo, Bonet emplea ese nombre para reivindicar la necesidad de contar con habitáculos en los que gozar de la introspección y el reposo. El taller es fiel a este propósito, pues tiene todos los detalles para el descanso, la calma y el reencuentro.
Pero, más allá de dar cobijo y seguridad, La Madriguera es una fuente para la inspiración. Así nació hace seis años, cuando la pintora y escritora valenciana lo abrió para desplegar las majestuosas telas y litografías que iba elaborando y, al mismo tiempo, ofrecer el espacio a creadoras de toda condición. En el taller han convivido desde pintoras de larga trayectoria hasta jóvenes procedentes de América Latina y otras latitudes que carecían de un entorno donde imaginar, experimentar y desarrollar sus proyectos.
En ese local, situado en el número 23 del Pasaje Valeri Serra, las palabras más conjugadas son pluralidad, conversación y puesta en común. «Es un taller de nómadas en el que un diario va pasando de mano en mano, y la sensación es de que nadie puede manipular nuestros intereses», señalaba Paula Bonet en 2021, cuando retomó la actividad después de que, un año antes, hubiera cerrado el local tras denunciar el acoso sexual del que era víctima por parte de un desconocido.
El siguiente paso tuvo lugar en octubre de 2023, con la inauguración de la galería que hay al lado de taller y cuya finalidad es mostrar al público los trabajos que se cuecen con el silencio, la displicencia y un ambiente de complicidad que atraviesa cada milímetro del cubículo, donde tampoco faltan libros ni publicaciones de cabecera sobre cultura y feminismo. Taller y galería forman, de este modo, un combo imbatible que, como indica Bonet, se retroalimenta continuamente de las generaciones de artistas que allí se acercan a estampar, modelar y expresar sus inquietudes.
De hecho, el estreno de la galería sirvió para mostrar la exposición colectiva “Las niñas cambian”, en honor a una de las mentoras y maestras de la creadora valenciana, la pintora Roser Bru, exiliada tras la Guerra del 36 a Chile, donde también abrió un taller para cobijar a varias generaciones de grabadores. La muestra agrupa a 24 autoras de edades, clases sociales y nacionalidades bien distintas que, mediante técnicas como el aguafuerte, la punta seca y la monotipia, retratan en blanco y negro la lacra que supone la violencia machista en pleno siglo XXI. Siguiendo un recorrido horizontal e igualitario, la retrospectiva incluye trabajos de Jana Abril, Núria Teixidó, Mapi Fajardo, Andrea Dumas, Josefina Carvalho, Chelo Álvarez, Jazz Rodriguez, Gels Caletriu y otras autoras que, para Paula Bonet, son el reflejo del “despertar” de aquellas mujeres que quieren «cuestionar el ».
Tras esta carta de presentación, La Madriguera ha cogido su propio rumbo, sin sucumbir al frenesí que trata de imponer la sociedad de consumo y haciendo suya una divisa que constituye toda una declaración de principios: lo importante no es vender, sino «reventar estructuras jerárquicas» con las creaciones que se gestan y nacen en su interior.