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James Ellroy
Escritor

«Soy un provocador y lo asumo sin ningún problema»

En EEUU le apodan «Demon Dog of American Crime Fiction», pero él reviste su obra de un carácter sagrado, haciendo hincapié en que su misión siempre ha sido destruir la novela negra para hacerla renacer de sus cenizas. Esta contradicción alimenta el mito de James Ellroy (1948), un autor que siempre se ha sentido cómodo en la provocación a la hora de defender una prosa despojada y salvaje. «Los seductores», su última novela, es un buen ejemplo de ello.

(Leonardo Cendamo Getty Images)

La fascinación que James Ellroy siente por el pasado es directamente proporcional a su desprecio por el presente. Todas sus novelas son un ejercicio de revisionismo sostenido sobre dicha paradoja. De un lado, su evocación de unos escenarios cuyo impacto tiene que ver con la idealización desde la que contemplamos cualquier época pretérita, revistiéndola con un halo mítico; de otro, su empeño por sacar a la luz toda la miseria que hay bajo el oropel.

Puede que esas tensiones se hayan visto favorecidas por nacer en una ciudad como Los Ángeles a finales de los años 40, un lugar y un período consagrado a la perpetuación del artificio, siendo como era el epicentro de la industria del espectáculo. Aunque también resulta indudable el peso que sobre la personalidad del escritor tuvo la muerte de su madre en extrañas circunstancias y que nunca fueron del todo aclaradas. El caso es que, sobre esas tensiones, James Ellroy ha ido construyendo una narrativa en la que ha logrado conferir empaque a un género históricamente denostado, como la novela negra, hasta convertirlo en una precisa radiografía de las miserias morales que anidan en el alma de Norteamérica

Enemigo acérrimo de conferir cualquier dimensión social a sus historias, en su prosa hay una aspereza tan acusada que resulta complicado encontrar un halo de luz en los escenarios que retrata o en los personajes que la protagonizan. Su última novela, “Los seductores”, se ambienta durante el verano de 1962, momento en el que Hollywood se vio sacudido por la muerte de Marilyn Monroe, un acontecimiento que sirve como punto de partida al relato. Por él desfila una sucesión de figuras (algunas ficticias, muchas reales) que le valen al escritor para retratar ese clima de podredumbre y de corrupción que dificulta cualquier tentativa de redención.

En las distancias cortas, el propio James Ellroy parece encarnar muchos de los rasgos de carácter que definen a sus personajes. De aspecto hosco y mirada desafiante, escudriña a su interlocutor midiendo el efecto que producen sus palabras. Provocador por naturaleza, conversar con él es una moneda al aire. Tan pronto puede salir cara como cruz. Aunque su laconismo a la hora de responder suele ser sinónimo de que él está a gusto y la conversación va por buen camino.

 

Leonardo Cendamo - Getty Images

¿Cómo justifica un título como «Los seductores»? Porque todos los personajes de esta novela, tal cual usted los describe, son mezquinos, vulgares… Se trata de un título irónico, obviamente. Esta novela es un retrato de toda esa cohorte de falsos profetas que irrumpieron en la América de Kennedy, una época de mierda dominada por la mentira y la corrupción.

Leer sus novelas es todo un desafío para el lector, habida cuenta de que en sus páginas es difícil encontrar un perfil heroico… No, no estoy de acuerdo. De hecho, por ceñirnos a “Los seductores”, yo creo que Freddy Otash, el protagonista, tiene hechuras de héroe: ama, sangra, reza, es divertido y es valiente. Es capaz de tropezar una y otra vez y, aun así, levantarse y seguir en la lucha. Es alguien con arrojo, un tipo que mata a aquellos que merecen morir.

De hecho, creo que Freddy Otash fue un personaje real al que usted llegó a conocer personalmente. ¿Fue su figura la que le inspiró esta novela? No, el Freddy que yo conocí era un completo imbécil, un tipo desagradable y despreciable. Él no me inspiró nada. Lo que me inspiró fue su trabajo, sobre todo aquel que realizó para la revista “Confidential” a finales de los 50 y principios de los 60. Ese supuesto periodismo de investigación que no era otra cosa que chantaje y extorsión.

¿Y realmente cree que un tipo así puede ser percibido como un héroe? Bueno, dejémoslo más bien en un antihéroe (sonríe).

¿Hasta qué punto ha proyectado en un personaje como Freddy Otash su propia visión del mundo? Bueno, Freddy era un cristiano copto, como tal, se trata de un hombre de fe y eso de alguna manera lo vincula conmigo porque yo también soy un hombre de fe. Lo que Freddy hace es reaccionar frente al estímulo, tiene una inteligencia muy fina y eso le permite aprehender de un modo exacto todo aquello que acontece a su alrededor, lo cual le resulta muy útil para investigar y resolver aquellos casos en los que se ve envuelto. En esa labor, él emprende una suerte de camino de perfección a través del cual busca la redención.

Creo que le molesta un poco que la audiencia asuma «Los seductores» como una suerte de relato sobre la muerte de Marilyn Monroe, pero me imagino que, al adoptarla como personaje, era consciente de que su leyenda podría llegar a eclipsar la propia trama de la novela. La muerte de Marilyn es solo una de las muchas subtramas con las que cuenta esta novela y no creo que llegue a eclipsar la trama principal. Yo confío en la inteligencia del lector y, sobre todo, confío en que este lea la novela en su totalidad y no de un modo superficial. Si lo hace, se dará cuenta de que lo que en ella se narra es un ejercicio de ficción.

Pero lo llamativo es que en ese ejercicio de ficción hay muchos personajes reales. Como escritor no sé cómo gestiona esto. Es cierto que parto de unos hechos reales pero, a partir de ahí, organizo una serie de digresiones que me permiten hacer avanzar el relato en la dirección que yo quiero que avance. En este sentido, me importa un carajo si dicho relato se ajusta o no a la verdad de lo acontecido. Soy novelista, no periodista, no tengo ningún compromiso con la verdad.

 

Leonardo Cendamo - Getty Images

Pero, entonces, ¿por qué no adoptar unos personajes y unos hechos ficticios como punto de partida? Porque lo que yo pretendo es reescribir la Historia. Me interesa que el lector conozca la intrahistoria secreta de los grandes acontecimientos, así como el lado oscuro de determinadas figuras públicas.

No sé si esa es la razón por la que muchas de sus novelas están imbuidas de un aire desmitificador. En «Pánico», por ejemplo, llevaba a cabo un retrato despiadado de James Dean y aquí hace lo propio con Marilyn. Bueno, es que James Dean era un tipejo, lo detesto, igual que detesto a Nicholas Ray, director de “Rebelde sin causa”. Entonces decidí escribir una novela como “Pánico” a modo de sátira para darles el fin que merecían (risas). “Los seductores” no es exactamente una sátira pero sí que es un intento por escribir la cara B de la Historia.

«Los seductores» vuelve a estar ambientada en Los Ángeles, en 1962, una época posterior a la de otras novelas suyas. ¿Cree que su obra puede funcionar como una gran crónica sobre dicha ciudad? No creo tener ninguna voluntad de cronista. De hecho, he escrito tres libros muy importantes que están ambientados en otros territorios. Dicho lo cual, puede que para el lector mis novelas constituyan una suerte de evocación en clave épica y pop de Los Ángeles y, bueno, la verdad es que no me disgusta que exista esa percepción.

Pero nacer y crecer en una ciudad como Los Ángeles me imagino que deja huella… A mí desde luego que me la dejó. De hecho, es un lugar que ha llegado a obsesionarme, pero no por lo que es, sino por lo que representa. Los Ángeles fue el epicentro del cine negro en su versión más clásica y depurada, y mis referentes como escritor están ahí. Y, aunque hace ya muchos años que no vivo en Los Ángeles, supongo que al final la geografía en la que te mueves de joven termina por marcar tu destino.

¿Hasta qué punto diría que una ciudad como Los Ángeles está contaminada por albergar en ella un sitio como Hollywood? En sus novelas parece como si hablase de una ciudad que ha asumido su condición de escenario, de falso decorado. Hollywood es un sitio al que acude gente desde todas partes del mundo buscando hacer estúpidas carreras en la industria del entretenimiento. No se trata de convertirse en actores o en músicos, sino en ser estrellas, lo cual ya denota unas aspiraciones bastante tóxicas. En consecuencia, Los Ángeles tiene algo de lugar envenenado.

En medio de un escenario así, ¿diría que alguien como Freddy Otash, a pesar de sus múltiples defectos, tiene al menos la virtud de ser auténtico? Es auténtico en la medida en que yo, como escritor, he conseguido que sea auténtico. La fuerza de una novela como esta radica en que está narrada en primera persona, de ahí que tú como lector puedas tener esa percepción. Ya tienes acceso a los pensamientos más íntimos del personaje y contemplas todo ese clima de artificio y de decadencia a través de su mirada.

Para muchos, esa década de los 60 fue una época de cambio, sin embargo, según retrata usted, aquellos años parece que fueran un período de caos. ¿Se trata de revisionismo por su parte o es que le gusta jugar a la contra? En 1962, que es el año en el que está ambientada la novela, ni la Guerra de Vietnam ni el movimiento por los derechos civiles se encontraban aún en su máximo apogeo. Hago esta precisión porque se trata de dos coyunturas que han venido contaminando el relato que ha llegado hasta nosotros de aquellos años.

¿Cree que se trata de un relato tergiversado? Más bien se trata de un relato lleno de hipocresía, como lo fue la propia figura de John Fitzgerald Kennedy, un católico irlandés que, bajo esa imagen de hombre de familia, escondía un “mujeriego compulsivo”. Los Kennedy fueron una familia cancerosa. Toda ella.

¿Toda? Bueno, en todo caso salvaría a Robert Kennedy; es un personaje por el que puedo llegar a sentir un cierto respeto.

Este tipo de afirmaciones parecen dar la razón a los que opinan que usted es un provocador… Es que lo soy; soy un provocador, es algo que asumo sin ningún problema.

¿Y cómo se gestiona ese espíritu de provocación con el paso de los años? ¿Le resulta más fácil provocar ahora que cuando empezó a escribir? Todo depende de encontrar una buena historia y un buen punto de vista para suscitar reacciones en el lector. Por ejemplo, ahora mismo estoy trabajando en una novela que tiene como trasfondo la Guerra Civil española y estoy seguro que mi relato sobre aquel acontecimiento no va a dejar indiferente al lector.

¿Por qué le inspira tanto el pasado y tan poco el presente? No es tanto que desprecie la época actual, sino que mi curiosidad se ciñe al pasado. No me interesa nada de lo que ocurre a mi alrededor, salvo los combates de boxeo, es el único acontecimiento de actualidad que sigo.

¿Esa querencia por el pasado también define sus hábitos como lector? ¿No lee a ningún autor actual? Uff, qué va, me da muchísima pereza y, además, no tengo ningún interés en hacerlo. Lo único que leo son viejas novelas policiacas, novelas de los años 30, 40 y 50, que es cuando el hard boiled literario vivió su auténtico período de esplendor.

En una entrevista le leí que usted mismo asumió la misión de destruir el «hard boiled» como género y hacerlo resurgir de sus cenizas. ¿Cree que lo ha logrado? Yo soy el mejor escritor norteamericano de hard boiled y de eso creo que caben pocas dudas. Únicamente Dashiell Hammet podría discutirme ese honor. Él y yo somos como el alfa y el omega de la novela negra. A Hammet le respeto mucho, como escritor, no como persona. Pero sí, era jodidamente bueno, cosa que no se puede decir de otros autores como Chandler, que siempre fue un bluf.

¿No hay otros autores de novela negra por los que se reconozca influido, aparte de Hammet? Déjame pensar… Tanto como influido no sé pero tengo que reconocer que, por ejemplo, Patricia Highsmith fue una excelente escritora.

Antes ha comentado que el cine negro clásico en su versión más clásica también ha sido un referente muy importante para usted… Sí, sobre todo películas como “Retorno al pasado”. Sus primeros 45 minutos son una absoluta maravilla. El cine ha sido una referencia constante en mi narrativa. Todas las escenas de mis novelas, antes de escribirlas, tiendo a visualizarlas.

Y en ese viaje de ida y vuelta, ¿está satisfecho de las adaptaciones de sus novelas en el cine? Sinceramente, me parecen todas una mierda, incluida “L.A. Confidential”, que me resulta una película muy superficial y terriblemente estúpida. Nunca me queda claro qué quiere contarme esa película.