Philippe Alfroy
Elkarrizketa
Orhan Pamuk
Escritor

«Estambul es mi personaje principal, palimpsesto de la civilización»

Solo ante su personaje principal. En su apartamento con vistas al Bósforo, el escritor turco Orhan Pamuk ha empezado una nueva novela que tiene como protagonista a Estambul, pero no pierde de vista la evolución de su país. Cuando aceptó recibirnos, el premio Nobel de Literatura de 2006 avisó: no quería que lo redujeran una vez más al papel de crítico de las derivas autoritarias del presidente «islamista» Recep Tayyip Erdogan. O al de defensor nostálgico de una Turquía «secular», necesariamente idealizada.

Pamuk quiere, ante todo, presentarse como novelista, como el novelista que es. «Mi temor con este tipo de entrevistas –señala como preámbulo– es que se habla 20 minutos de política y media hora de libros, y al final, solo queda un minuto de literatura contra 20 minutos de política».

Prioridad entonces a los libros. En el salón blanco de su casa del barrio bohemio de Cihangir, el autor de “Nieve” trabaja en una mesa repleta de libros y de libretas escritas con una apretada caligrafía. Desde su ventana, como una postal, divisa el Cuerno de Oro y las siluetas de la basílica de Santa Sofía y de la Mezquita Azul.

Pamuk cuenta, expresándose en un inglés impecable, su reciente novela (cuyo título podría ser “Hay algo extraño en mi cabeza”), publicada en turco el año pasado y que aún no se ha traducido. «Es la historia de un vendedor callejero, un vendedor de boza, esa bebida asociada a una visión romántica de la vida otomana», cuenta, para añadir a continuación que «el libro tiene la ambición de describir la calidad, la textura de la vida cotidiana en Estambul en un periodo de 40 años y seguir su evolución».

Su tono es profesoral, crispado, casi sentencioso. Pero se va liberando a medida que habla de Estambul. Desde “Cevdet Bey e hijos” (1982), la ciudad de su infancia y su crecimiento desenfrenado constituyen el corazón de su creación. «Durante todos estos años, Estambul ha sido un inmensa obra», señala. Las casas de madera de su infancia ardieron y fueron sustituidas por edificios de cemento, que a su vez fueron demolidos para dejar su lugar a unas torres muy criticadas.

«Solo reconozco Estambul gracias al Bósforo, a sus mezquitas, sus monumentos», explica Pamuk, que describe la evolución de su ciudad como un «palimpsesto de la civilización». A menudo borrada, luego reescrita.

¿Para mejor o para peor? En ese momento, el narrador de la Turquía dividida entre Europa y Asia, islam y laicismo, tradición y modernidad, se mete de lleno en política: «Un filósofo callejero turco decía: ‘Turquía es un barco que rema hacia el Este, pero cuyos pasajeros miran todos hacia el Oeste’. En gran medida, eso no ha cambiado».

Las palabras son medidas, pero el veredicto sobre el presidente Erdogan y su régimen no deja lugar a dudas. «Durante los cinco o seis primeros años de su reinado, flirtearon con la Unión Europea, seguramente para evitar que los multimillonarios los derribaran. Ahora que están instalados en el poder, se interesan menos por la democracia».

Volviendo el año pasado de Estados Unidos, donde da clases varios meses al año en la Universidad de Columbia, en Nueva York, Pamuk dice haber sentido en su país un «clima de miedo» digno de la era de los golpes de Estado de los años 1960-70. «Turquía solo es una democracia electoral, donde la libertad de palabra y los derechos humanos se violan todos los días», sentencia. Pero, después de los disturbios de 2013 y el sonado caso de corrupción que sacudió el país el año pasado, el escritor quiere creer en el lento declive del régimen. «El misterio y el encanto del islam político ha desaparecido», señala.

Desde su consagración literaria, este gran tímido que se esconde detrás de unas gafas de montura espesa sabe que su palabra ha ganado peso. Y que, aunque claramente tuvo que forzarse, se ha convertido en portavoz de la cultura turca. Contra el régimen.

«Mi premio no me ha facilitado la vida», admite el Nobel. «Los que tuvieron problemas o se quejan del poder me piden que los represente... Es problemático, a veces peligroso, pero comparado con las antiguas generaciones de escritores que fueron encarcelados, exiliados, a veces incluso matados o torturados, tengo suerte».