IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Todo o nada

Conmigo o contra mí, a mi manera o nada, ahora o nunca. Estas y tantas otras expresiones parecidas reflejan una manera dicotómica de pensar sobre el mundo, sobre las relaciones y sobre uno mismo en torno únicamente a dos opciones posibles. A veces, las usamos para cortar por lo sano una discusión o una situación incómoda que se está prolongando demasiado, o para presionar a nuestro interlocutor y obligarle a posicionarse a nuestro favor o, de lo contrario, cortar la comunicación y aislarle.

Como con otras expresiones del pensamiento, no necesariamente usamos las palabras para mostrar estas posturas a otra gente, sino también, y sobre todo, las acciones. Tomemos, por ejemplo, la expresión «A mi manera o nada», una de las más habituales en las relaciones que describe una actitud ante el otro y las situaciones cotidianas. Para empezar, todas estas posturas reflejan el ejercicio del poder dentro de la relación, ya que implican una urgencia para elegir en los términos extremos de quien lo propone y un ultimátum, repito, aunque se haga sin palabras. También suponen una trampa para quien tiene que responder, porque cualquier elección probablemente sea desajustada, por ser extrema, y no cubrirá las necesidades del momento.

«–¿Adónde vamos este fin de semana, cariño? –No sé, adonde quieras. –Pues quedamos con mis amigos y vamos a ver esa exposición, ¿te parece? –Yo prefiero ir a comprar aquello que dijimos. –Bueno, a eso podemos ir el lunes. –Ya. Mira, yo me voy a quedar en casa, tú haz lo que te dé la gana».

En esta apresurada escena, cualquier opción que no sea «ir a comprar aquello que dijimos» tendrá consecuencias desagradables y, por lo que parece, aceptar la opción de la otra parte desencadenará un conflicto. No necesariamente abierto, el malestar se expresará con mayor o menor vehemencia, pero llevará ese mensaje de fondo: a mi manera o nada. En esta situación, una de las partes de la pareja se enfada evidentemente, pero en silencio (quien intenta tener el poder). y castiga a la otra con la indiferencia o la rudeza ante un plan que no sale según lo previsto. En este caso, se culpa en silencio a la otra persona del resultado no deseado y empieza a notarse en el ambiente cierta hostilidad que no se sabe muy bien de dónde viene.

Estas son situaciones cotidianas, pero en el entorno laboral o incluso socialmente, las personas y los grupos ponen en este tipo de encrucijadas a otros con los que no pueden, no saben o no quieren negociar de otra manera. Los seres humanos somos muy sofisticados en nuestras interacciones con los demás, y nuestra organización social es un reflejo de ello; pero sobre todo lo somos en la sutileza con la que gestionamos quién prevalece sobre quién en una relación.

La negociación es más sofisticada que la imposición, requiere de mayor flexibilidad y empatía, y probablemente mayor seguridad en uno mismo, ya que si se hace honestamente, realmente ceder es uno de los requisitos. Ceder, en este caso, no significa perder o darle el poder al otro si lo que se desea es un bien que está por encima de lo concreto, como mantener la relación más allá del plan de fin de semana, por ejemplo. La imposición de los extremos todo o nada plantea vivir en el conflicto, ya que nada es siempre de una u otra manera, porque cambian las situaciones, las personas y sus necesidades. En este sentido, dar un paso atrás para coger perspectiva evita que piquemos en un posicionamiento rígido, totalitario. Preguntémonos: ¿De qué estamos hablando realmente cuando pedimos ese tipo de elección entre extremos? ¿Qué quiero? ¿A qué tengo miedo si cedo?¿Qué hay por encima de esta discusión concreta? Y hablemos de ello.