Raimundo Fitero
DE REOJO

Consternación

Lo normal es que un accidente aéreo cause una consternación inabarcable. Es una noticia de alcance, algo que altera programaciones y agendas. Cuando se conoce que son ciento cincuenta los fallecidos se interioriza la magnitud de la tragedia. Pasan las horas, se van diseminando dudas y crece la consternación. Los medios de comunicación cumplen una misión compleja. No pueden saber más que nadie, pero lo intentan. O lo simulan. Son horas donde la ética profesional debería convertirse en un catecismo obligatorio. No se puede estar horas en un bucle especulativo.

Estas cosas pasaron. Y no pasaron a las tres de la tarde, cuando estaba todo el mundo en estado de shock, ni a las siete de la tarde, cuando ya se sabía todo cuanto se podía saber en esos momentos, sino a las doce de la noche, en un programa de Antena 3 que fue exactamente un compendio de morbosidad, falta de rigor, especulaciones gratuitas contradichas al instante por los especialistas, pero el conductor quería exclusivas, quería polémica, quería convertir el dolor en espectáculo. Un horroroso ejemplo.

La reacción de los gobiernos francés, alemán, catalán y español, la transparencia, la actitud rauda de la compañía aérea para dar las explicaciones posibles, las que se conocían, fueron adecuadas y correctas. La consternación no se puede nivelar, pero al menos no se debe echar sal sobre las heridas.

Están trabajando en un rescate dificultoso con especialistas bien pertrechados. Añadimos a nuestra memoria una tragedia aérea nueva. Se esperan listas concretas, detalles, causas, incluso posibles culpables. Hay reflexiones importantes a realizar. Sobre los aviones, sobre la formación de los pilotos, sobre la seguridad técnica y mecánica de los vuelos. Será otro día. Hoy toca consolar a los afectados.