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Fútbol internacional

Por fin es sábado

La vuelta a las competiciones domésticas nos trae apasionantes Dortmund-Bayern, Marsella-PSG, Arsenal-Liverpool o Roma-Napoli.

Xabi Alonso, timonel, y Pep Guardiola, capitán del Bayern
Xabi Alonso, timonel, y Pep Guardiola, capitán del Bayern

«Me pongo enfermo sin fútbol. Lo echo de menos a muerte. Extraño el ambiente en el vestuario, el entrenamiento, bromear con mis compañeros. Pero, por encima de todo, echo de menos la adrenalina». Y eso que no se ha retirado todavía, aunque a día de hoy está sin equipo. Quién así se confesaba esta misma semana es Antonio Cassano. Desde que rescindiera su contrato con el desahuciado Parma, ‘Talentino’ no sabe qué hacer con su talento. ¿Dedicar un tiempo a la lectura? «Ya he escrito más libros de los que he leído», se sinceró tras su segundo título de aforismos ‘‘Las mañanas no sirven a nadie’’. ¿Andar con mujeres? «Me he acostado con 600 ó 700». ¿Llevar una vida relajada? «No seas impulsivo. Haz como yo. Antes de explotar, cuenta siempre al menos hasta uno…». ¿Dejar de divertirse? «Nunca me he divertido tanto jugando al fútbol como con Totti». Lo lleva en la sangre.

«Si grita, gesticula, vive en la calle y no se resiste a dar patadas a un balón, tal vez, no lo sé, pero quizás usted haya nacido en la vieja Bari», dijo una vez. Como él. Que vino al mundo el mismo día que la Azurra de Zoff, Rossi, Bettega se proclamó campeona del mundo delante de Naranjito y el afable Sandro Pertini puesto en pie. Italia tocaba la cima, Bari alumbraba a otro hijo. Irrepetible. «No creo que haya otro Cassano en el futuro», avisaba estos días.

A Antonio, a sus todavía 32 años, no le queda de momento otra que sentarse delante del televisor… porque llega el fin de semana, por fin es sábado, vuelve el fútbol doméstico y con él una parrilla de partidos con mayúscula. Y aunque como diría el exfutbolista escocés Alex James, «ver fútbol es como ver sexo: está bien pero es mejor practicarlo», reserven butaca, abróchense los cinturones, cierren los ojos e imagínense dentro del mismísimo die gelbe Wand, el Muro Amarillo, del Signal Iduna Park del Borussia de Dortmund, que este sábado recibe nada menos que al Bayern de Munich. Jurgen Klopp frente a Pep Guardiola. El estadio europeo con la mayor asistencia media de espectadoras cada temporada, más de 80.000, y allí, la Südtribüne, 100 metros de ancho, 52 de largo y 40 de alto y con un ángulo inclinación de 37 grados, el mismo que el de un trampolín de salto de esquí, es la que manda, la que ruge, es el borusser número 12. Imposible conseguir una entrada en el Muro Amarillo. Se pasa de abuelos a padres y de padres a hijos. Es patrimonio dortmuner.

El alma del viejo Westfalenstadion no tiene parangón. Hay quien piensa que incluso rivaliza en popularidad con la cerveza de una ciudad otrora conocida como capital continental de «la prueba de que Dios quiere que seamos felices», que diría Benjamín Franklin sobre este mosto cocido con flores de lúpulo. Casi 24.500 enfervorizados seguidores amarillos se congregan en esa pared del estadio, cánticos, bufandas, mosaicos… Todos en pie. Arriba y abajo. Como si esa grada sur cobrara vida. Prueba de fuego para el Bayern. Al jugador bávaro Bastian Schweinsteiger le preguntaron en cierta ocasión si estaba preocupado por los jugadores o por el entrenador del BVB, a lo que respondió que «lo que más me asusta es el Muro Amarillo».

Derbi inglés, fútbol como religión

Cualquiera pagaría por vivir ese partido. Como cualquiera volvería a pagar al día siguiente por estar en Marsella. En su Velodrome. En el escudo del club figura la frase «Droit au but», que significa «directo al objetivo». Y su objetivo este domingo no es otro que el líder, a dos puntos, de ‘Ibra’. El OM, el equipo con más seguidores en territorio francés, frente al capitalino PSG, el más odiado. Desde tiempos inmemoriales, los marselleses se consideran ciudadanos independientes que se rebelan contra la autoridad. Cuando Luis XIV, el parisino Rey Sol, decidió fortificar las murallas del puerto, no mandó que los cañones apuntaran en dirección al mar, sino a la ciudad, por ser un nido de rebeldes. «Me importa un comino la imagen que tengan de nosotros en París o donde sea. Para Europa seguimos siendo la primera ciudad del Tercer Mundo», lo resumía el escritor marsellés Jean-Claude Izzo.

Más allá de lo deportivo, de lo que se vaya a ver sobre el césped, la carne toma un cariz a la de gallina cuando uno piensa en las gradas. Son los aficionados más calientes de la Ligue 1. Los más vehementes no se sientan juntos en una de las curvas, sino repartidos entre el fondo norte y el sur. El adversario no lo tiene fácil cuando atrona el grito de guerra «Aux armes!» (¡A las armas!) y retumba por toda el graderío. Y allí, abajo, sentado sobre su nevera portátil, o de pie, con su café, él, Marcelo Bielsa, el ‘Loco’, ídolo de la afición, votado hasta para el Parlamento corso estas pasadas elecciones. «¡Bielsa no se va!», le gritan en los entrenamientos. Y carteles que rezan: ‘‘San Marcelo de Marsella’’. Pero el rosarino encara su recta final en el fútbol francés. El fútbol, nos dice Bielsa, «puede prescindir de todo», menos del «escudo». Porque el escudo «es el que emociona» y porque «el fútbol es de la gente». Ante el PSG habrá que tirar de escudo. «Hay que comérselos vivos desde el primer minuto –gritó a sus jugadores–. ¡No les damos respiro!». Fue su arenga antes de su victoria 0-4 de la última jornada en la cancha del Lens.

Aunque el fútbol no lo inventaron los ingleses, sí sus reglas actuales, y también buena parte de la pasión que lo rodea. En la londinense calle Great Queen se localizaba la famosa ‘‘Freemason’s Tavern’’, abierta y conocida, todavía hoy, como ‘‘Freemason’s Arms’’. A casi 15 kilómetros de distancia del actual Wembley. Allí nació el fútbol moderno. Y claro, un Arsenal-Liverpool tiene mucho de ambas cosas, de fútbol y de pasión. Este sábado, en un horario de esos que en la Liga española sonaría a chino, en el Emirates, Gunners terceros, con 60 puntos, y Reds quintos, con 54. Los puestos europeos en la Premier en un pañuelo.

Eso será el sábado, porque el domingo, el norte solo tendrá ojos para el clásico de ‘Tyne and Wear’, conocido como ‘el derbi más importante de Inglaterra’, palabras mayores. ‘Gatos Negros’ contra ‘Urracas’. Dos ciudades, 18 kilómetros de distancia. Una rivalidad. Más aún. «El fútbol es religión en la región», así de simple se define lo que sucede cada vez que se encuentran en el camino Sunderland y Newcastle. Dos cities que lucharon en bandos opuestos durante la guerra civil inglesa, a mediados del siglo XVII, y en el levantamiento jacobita, entre 1688 y 1746; y fueron rivales comerciales a raíz de la Revolución Industrial. Y entonces apareció el fútbol, en 1898, primer derbi. En 1901, 70.000 aficionados se presentaron en el St. James’ Park, con capacidad para 30.000, para asistir al choque. My Good!

Fútbol y pasión, o más pasión que fútbol. Es el Calcio, es Italia. Lo atisbó Sir Winston Churchill, «los italianos pierden las guerras como si fueran partidos de fútbol y los partidos de fútbol, como si fuesen guerras». Veremos quién pierde y quién gana en el emocionante Roma-Napoli de este sábado. Cassano... toma asiento. Por fin es sábado. Y como diría el escritor y director Paul Suster, «el fútbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse». El fútbol, otra prueba de que Dios quiere que seamos felices. No lo dijo nadie, lo dice un servidor.