Pedro Miguel
2015/3/31
HEMEROTEKA

Proyectos bajo acoso

Para los gobiernos progresistas de Sudamérica corren tiempos difíciles. La virulencia de una oposición interna mayoritariamente azuzada por Estados Unidos y Europa occidental era el principal problema del gobierno venezolano hasta que las cotizaciones internacionales del crudo se vinieron abajo. En Buenos Aires la Casa Rosada tenía suficiente con la ofensiva de los especuladores foráneos –los representantes de los fondos buitres– hasta que hubo de hacer frente al sórdido suicidio del fiscal Alberto Nisman, ocurrido en el contexto de una renovada campaña de desestabilización de los sectores oligárquicos afectados por las medidas gubernamentales. Dilma Rousseff no sólo se encuentra agobiada por el estancamiento en el que ha caído la economía brasileña, sino ahora también por el más reciente escándalo de corrupción que ha detonado en Petrobras. Una tribulación similar afecta a Michelle Bachelet, cuyo hijo fue pillado en negocios inmobiliarios más bien turbios. En Uruguay ha terminado el mandato carismático de José Mujica y ha vuelto al poder Tabaré Vázquez, un político sin duda eficaz pero más rutinario y, lo decisivo, menos resuelto en los asuntos de la integración regional. Por si algo faltara en el panorama, en Bolivia el Movimiento al Socialismo de Evo Morales acaba de sufrir una derrota electoral significativa nada menos que en El Alto, su bastión tradicional, y en otras demarcaciones. (…)

Sin ignorar esos componentes del actual panorama político y económico sudamericano, sería un error ignorar que en él confluyen también carencias y omisiones gubernamentales. La primera es haber ignorado o subestimado la capacidad de subsistencia de la corrupción. En efecto, no basta con recuperar la soberanía nacional –la financiera, la comercial, la tecnológica, la diplomática– ni emprender medidas exitosas de política social, y ni siquiera reformar radicalmente la institucionalidad republicana –casos de Venezuela y Bolivia– para mantener a raya ese fenómeno.

Ha faltado también sentido de futuro para imaginar estrategias capaces de satisfacer las expectativas de los sectores llegados a las clases medias como resultado directo de la disminución de la pobreza –Brasil–, ir más allá de los cauces de la democracia representativa tradicional y establecer instituciones de democracia directa o, cuando menos, participativa. (…)

Sudamérica se encuentra, pues, en una peculiar encrucijada: tal vez sus gobiernos logren superar las tremendas dificultades que los acechan y avanzar en la consolidación de una propuesta alternativa al neoliberalismo puro y duro y consolidan a la región; pero si no realizan un ejercicio de autocrítica, realismo, imaginación y visión de futuro, esta generación de proyectos políticos progresistas podría quedarse en el camino y ser remplazada por una desastrosa restauración oligárquica. Ojalá que no.