Joseba VIVANCO
Final de Copa

Con las botas puestas

Era casi imposible y Messi lo puso aún más. No pudo ser ni siquiera a la tercera. Los rojiblancos pusieron todo de su parte y nunca le perdieron la cara a un Barcelona que hoy por hoy es insaciable. Un superlativo gol del argentino tiró por tierra el trabajo y a partir de ahí los culés navegaron con viento a favor. Justos campeones, como justo es reconocer el esfuerzo de los leones, traducido en ese enrabietado y postrero gol de Iñaki Williams.

ATHLETIC 1

BARCELONA 3


«No te interpongas entre el dragón y su ira», decía William Shakespeare en ‘‘El Rey Lear’’. Anoche, los leones pretendieron, osados ellos, pero valerosos, interponerse entre su portería y el hambre de este Barcelona que ahora mismo no tiene límite, es un dragón insaciable que juega a un nivel al que el Athletic le puso enfrente todas sus armas, se fajó y logró por momentos atemperar sus embestidas, pero nunca bloquearlas. Mientras sostenía a los demás, Messi, al trote, al paso, se fue de uno, dos, tres, en dos metros cuadrados, pegado a la línea de cal, quebró a Laporte en el área y la puso pegada al palo. Como diría aquel defensor argentino del Atlético Santos Ovejero sobre Cruyff, «la puta, te cambiaba de ritmo, te dejaba en ridículo», para luego morder un pedazo de pizza y añadir,«¡pero olía de bien!». Leo es así, te deja en ridículo y al tiempo disfrutas con su magia.

Sufrir a este Barça ahora mismo en una final no se lo deseas ni a tu mayor enemigo. El Athletic lo hizo, sufrió, aguantó, hasta que el ‘10’ le hizo un siete. Ahí se abrió el candado, el 4-4-2, con la sorpresa de Bustinza en el lateral, que Ernesto Valverde había planteado de inicio. Duró unos veinte minutos, en los que Ter Stegen casi se deja robar la cartera por un bullicioso Williams y Iago empezaba a erigirse con sus paradas en uno de los nombres de la noche.

Balenziaga le acababa de robar una pelota a Leo y vio recompesada su acción por el graderío rojiblanco. Apenas tres minutos después, el gol. Obra de arte. Mirar y aplaudir. Qué más. Messi, un instante. Un chispazo. De ahí hasta el tercer tanto, obra suya, poco más. Suficiente. Entre uno y otro, el tanto de Neymar poco antes del descanso que terminó de dilapidar las aspiraciones rojiblancas. Un muro demasiado alto que sortear incluso si la suerte no acompaña, como en ese balón rematado por Williams al larguero. El Athletic nunca le perdió la cara al partido. Como lo demuestra ese gol de Williams, el mejor del partido ayer en las filas bilbainas, a centro medido de un Ibai que acababa de saltar al césped.

Es verdad que Iago y sus intervenciones salvaron a los de Valverde de algún gol más en esa primera mitad en la que el Barça fue tan Barça, tanto como que los leones, sin nada que perder, salieron en la reanudación sin pensar en ese marcador tan adverso de 2-0, arriba, es verdad que sin poner en aprietos a Ter Stegen, pero no dejando que los de Luis Enrique les pasaran por encima. Y al menos, eso es lo que agradeció una grada en rojo y blanco entregada a los suyos. Una graderio que no dejó de animar, que no decayó y acabó con un «Beti zurekin» sincero.

Mientras el Barcelona jugaba con el marcador a favor, sabedor de que el título era suyo, el Athletic supo mantener el tipo, no ceder apenas ocasiones más allá de ese despiste en el 3-0, y se revitalizó tras el tanto de Williams, se fue arriba y en el último cuarto de hora puso en aprietos más a los culés que en todo el encuentro. A diferencia de las anteriores finales perdidas en las que el equipo apenas sí compitió, esta vez los de Txingurri no se limitaron a poner la otra mejilla. Cumplieron, estuvieron lejos de poder visualizar ganar la final, pero la encararon como debían y la jugaron como supieron.

Méritos insuficientes pero otra piedra más en el camino. Es como esa rosa de ‘‘El Principito’’, «porque es mi rosa», es la nuestra, gane o pierda. La misión se antojaba casi imposible. El sueño duró hasta que quiso Messi. Y quizá, como diría Valverde, si no hubiera sido él, otro. La gabarra seguirá esperando, reluciente, pero esperando. Cuatro finales en solo seis años. Un palo. Al menos esta no fue tan dolorosa. Enorme afición. Única. Al fin y al cabo, como alguien dijo, mañana será otro día.

Las claves

&indentHere;> El golazo de Messi al minuto veinte de partido desequilibró un marcador que hasta entonces los rojiblancos habían conseguido mantener con eficacia, sin ceder ocasiones a los azulgranas, impidiendo su habitual juego. Pero ahí apareció el argentino.

> Los rojiblancos mostraron al menos la cara que se esperaba de ellos. Opusieron tenacidad y concentración desde un inicio, a diferencia de las dos últimas finales en las que el partido siempre se les fue demasiado pronto. Esta vez dieron mejor imagen.

> Probablemente, la peor pesadilla de esta generación de jugadores rojiblancos, los que estuvieron hasta hace poco y los de ahora, es haberse topado con un Barcelona irrepetible. Las caras de impotencia de algunos leones al final del partido lo reflejan.