Dabid LAZKANOITURBURU
EL CALIFATO DEL ESTADO ISLÁMICO (ISIS) EN SIRIA E IRAK

Un ajedrez a varias bandas en el que siempre acaba ganando el ISIS

La reciente conquista por parte del ISIS de la totalidad de Ramadi en Irak y de Palmira en Siria sin apenas resistencia evidencia no solo la fragilidad de ambos estados sino la política errática y plagada de cálculos sobre el futuro de las distintas potencias en la zona. Gana el ISIS.

El mundo ha asistido inquieto a los éxitos militares del Estado Islámico (ISIS). Luchando en dos frentes, lograba asegurarse el control total de Ramadi, capital de la provincia iraquí de al-Anbar, y conquistar la ciudad-oasis de Palmira, joya del desierto sirio.

El ISIS controlaba el 20% de Ramadi desde su ofensiva de junio de 2014, que, entre otras ciudades le abrió las puertas de Mosul, segunda ciudad de Irak. El resto seguía en manos del Ejército iraquí, con lo que Bagdad no puede aducir el efecto sorpresa.

Analistas militares estadounidenses y fuentes kurdas aseguran que el ISIS lanzó su ofensiva final contra Ramadi con medio centenar de atentados suicidas simultáneos –30 camiones-bomba– ante los que los soldados iraquíes huyeron en desbandada. El ataque, con refuerzos de Tikrit,. coincidió con una tormenta de arena que habría impedido –justifica el Pentágono– el sobrevuelo de bombarderos para frenar la ofensiva. ¿La mano de Allah o pericia meteorológica yihadista?

Tampoco hubo factor sorpresa en Palmira. El Ejército sirio logró expulsar a los yihadistas tras una primera ofensiva. Cuatro días después, y tras una segunda intentona, Damasco ordenaba una retirada general evacuando a 40.000 de los 200.000 vecinos y la gran mayoría de las estatuas y objetos de valor histórico incalculable del complejo patrimonial de aquella ciudad mítica.

Hasta ahí los hechos, que han caído como una losa sobre las expectativas para derrotar al Estado Islámico. Tras unos meses, además, en los que habían llegado noticias en sentido contrario. A comienzos de 2015, las milicias kurdas del YPG (Unidades de Protección del Pueblo) –con la cobertura de los bombarderos estadounidenses– conseguían liberar la ciudad de Kobane, en una ofensiva que no ha acabado y en el que la organización hermana del PKK continúa expulsando a los yihadistas del Kurdistán Occidental (sirio) y otras zonas.

Ya en marzo pasado, y tras varios desencuentros con EEUU y demoras, las milicias chiíes de Irak –comandadas por Irán– anunciaban la liberación de la ciudad de Tikrit, patria natal del derrocado y linchado presidente iraquí Saddam Hussein.

¿Cómo es posible que en el plazo de dos meses el ISIS haya sido capaz no ya de propinar semejante golpe a Damasco hasta hacerse con el control del 50% de territorio sirio, pasando a controlar casi toda la frontera sirio-iraquí y volviendo a poner, con su conquista de Ramadi, a Bagdad en su punto de mira?

Es posible, en primer lugar, porque la capacidad militar y estratégica del ISIS está fuera de toda duda. Utilizar decenas de vehículos-bomba con una potencia destructiva equiparable a la de un bombardeo con 500 toneladas de bombas en una batalla da muestra de su habilidad. Habilidad, además, temeraria.

Además, el ISIS sigue nutriéndose de combatientes de todo el mundo y sus arsenales –capturados a los ejércitos iraquí y sirio– están repletos. Sus finanzas –que provienen de los cientos de millones de dólares aprehendidos de las arcas iraquíes, de las generosas donaciones de petrodólares procedentes de las satrapías del Golfo Pérsico, y de la venta de petróleo de contrabando a Turquía y a potencias occidentales – siguen muy saneadas.

La fortaleza del ISIS explica sus éxitos. Pero solo en parte. Un análisis de las circunstancias y vicisitudes de las victorias militares contra el Estado Islámico en Tikrit y en Kobane y de la derrota en Ramadi arroja luz sobre la otra parte de la historia.

Arrancando por Ramadi, mucho se ha escrito sobre las razones de la espantada del Ejército iraquí. Tanto EEUU como las milicias chiíes han coincidido en una cosa: en lamentar la falta de determinación de los soldados iraquíes para resistir al ISIS.

Tal y como quedó en evidencia con la conquista de Mosul y otras ciudades hace un año –con las deserciones de los oficiales–, el iraquí es un Ejército en descomposición. Completamente descabezado con la desbaazificación que siguió a la invasión de Irak, las sospechas en torno a su fidelidad coinciden con el abandono al que le someten los poderes que realmente mandan en Bagdad. Testimonios de soldados aseguran que no les llegaban ni munición ni suministros.

Es casi seguro que infidelidad, laxitud, corrupción y abandono van de la mano en el Ejército iraquí. Pero lo que resulta como podo paradójico es que lo critique el país ocupante y que lo ha armado hasta hace unos meses.

No es extraño, en este sentido, que Irán haya reaccionado acusando a EEUU de no hacer lo suficiente con su campaña de bombardeos contra el ISIS.

No le falta, seguro, razón a Teherán, pero, como ocurrió en la «liberación» de Tikrit, la secuencia de los acontecimientos en Ramadi demuestra que también Irán, y las milicias iraquíes bajo su mando– juegan sus cartas.

En plenas negociaciones entre EEUU e Irán, ambos negociadores se miran de reojo. Ocurrió en Tikrit, cuando desavenencias entre ambos países demoraron durante semanas el asalto militar con cobertura aérea. Y ha ocurrido en Ramadi. Con el ojo puesto en Arabia Saudí –que mira con creciente alarma el ascendiente de su rival iraní en Irak y en el conjunto de la región–, EEUU no termina de implicarse seriamente en la campaña aérea e intenta evitar, con el poco exitoso rearme de milicias tribales suníes, que una derrota del ISIS en la provincia fronteriza de Al Anbar lleve aparejada un punto de inflexión decisivo en el apoyo de Irán al asediado Gobierno sirio.

En contrapartida, y ante un Gobierno, el de Bagdad, con escaso poder real, las milicias chiíes dejaron que Ramadi cayera como fruta madura para evidenciar que son imprescindibles. Su ocultada satisfacción y soberbia les llevó incluso a bautizar la ofensiva en curso en honor del imam Hussein (el martir por excelencia del islam chií), lo que escuece de tal manera a la mayoritaria población suní de las zonas de Irak ocupadas por el ISIS que se antoja incluso como una torpeza a favor de los yihadistas y ha generado hasta críticas de sectores chiíes nacionalistas iraquíes como el de Moqtada al-Sadr.

Y es que la partida de ajedrez está incompleta sin contar a las tribus suníes del centro y oeste de Irak, que posiblemente recelan del ISIS pero que a buen seguro recelan –y temen incluso– más de las milicias chiíes, que durante años perpetraron una limpieza étnica en toda regla en Bagdad en respuesta, eso sí –o en coincidencia–, con los atentados indiscriminados contra la población chií por parte de Al Qaeda Irak, precursora del ISIS.

En definitiva, tanto los actores sobre el terreno como las potencias que luchan por delegación en Irak –léase Arabia Saudí e Irán, preferentemente– hacen sus propios cálculos antes de mover ficha. Y, lo que es más preocupante, las que comulgan siquiera oficialmente con el objetivo de vencer al ISIS –no es de ninguna manera una urgencia para los saud– recelan las unas de las otras al calcular las consecuencias que tendría una victoria, difícil pero posible, contra la amenaza regional, e incluso mundial, que supone el ISIS.

Lo escrito hasta ahora vale igualmente para Siria, pero con matices. EEUU sigue sin implicarse al 100% en la lucha aérea contra el ISIS. No quiere dar ningún un balón de oxígeno para Damasco. Un oxígeno que necesita urgentemente tras su cadena de derrotas militares sucesivas. Y ahí está el matiz. Porque aunque está claro que el Ejército sirio decidió evacuar Palmira, fuentes próximas al Gobierno sirio justifican que se trató de un repliegue estratégico en el marco de la decisión de Damasco de concentrar sus tropas en el territorio que todavía controla (22%). Sus líneas rojas pasan por controlar los ejes Damasco-Beirut y Damasco-Homs. Todo ello para mantener el litoral de Siria, incluidas Lataquia (feudo alauí) y Tartus (que alberga una base militar rusa).

Y es que el ISIS no es ni de lejos su único enemigo. El Ejército sirio ha abandonado la totalidad de la provincia de Idlib –fronteriza con Turquía– tras la ofensiva de la coalición entre el Frente al-Nosra (Al Qaeda-Siria) y grupos armados rebeldes salafistas e islamistas. La coalición, «el Ejército de la Conquista» (apoyada por Ankara) ha cosechado éxitos militares en Deraa (sur) y en la frontera con Jordania, y solo está siendo frenada con éxito por Hizbullah en las montañas de Qalamun, frontera con Líbano.

Fuentes cercanas a Damasco llevaban meses advirtiendo de que no se iban a obcecar defendiendo el desierto sirio (cuando responsabilizan a Occidente de la emergencia de todos los grupos rebeldes, incluido el ISIS). «Que la salven ellos», podrían aducir tras el temor desatado en todo el mundo por Palmira. No parece, sin embargo, que Damasco esté ahora para ese tipo de cálculos.

Finalmente, los éxitos militares de las YPG kurdas, que han expulsado al ISIS de cientos de localidades de Al-Hasaka, en el noreste de Siria, son, de momento, la única mala noticia para el ISIS. Y confirman, de un lado, la firme determinación de los kurdos –y los siríacos–, con la ayuda, esta sí parece que no cicatera, de los bombardeos estadounidenses. Las agendas coinciden, por lo menos de momento.

Una cobertura, cabe recordar, que convirtió la localidad kurda de Kobane, abandonada previamente por sus vecinos, en una montaña de escombros. Algo que no debería ser emulable ni en Ramadi ni en Palmira.