Al fuego purificador no le falta combustible
Llega la noche más corta del año en nuestro hemisferio y con ello se repiten unos ritos que los siglos no han logrado borrar de la memoria colectiva a pesar del marketing consumista globalizador. El fuego fue y es protagonista de la celebración del solsticio de verano en Euskal Herria, unas llamas cuya simple mirada nos hipnotiza y a las que atribuimos un carácter purificador.
Las chispeantes hogueras pueblan cada rincón de nuestra geografía y son un buen momento para invocar a los buenos espíritus al tiempo que el fuego ahuyenta a los malos, que los hubo y los sigue habiendo en plena era digital. La mezquindad pervive y no es difícil hallar en todos los órdenes de la vida fieles ejemplos, por desgracia.
En Euskal Herria, conocemos en primera persona esa realidad como los tiempos de oscuridad que nos hundieron en el desasosiego pero que no lograron que claudicáramos. Gracias a ese tesón colectivo y, por qué no decirlo, al sacrificio de algunos, brilla un tiempo de esperanza que algunos [casi siempre los mismos, por qué negarlo] siguen empeñados en enfangar por mucho que la mayoría mantenga, por pequeña que parezca, cierto grado de ilusión. ¡Qué le vamos a hacer!
Tiempo es de arrojar al fuego, ese que dicen es purificador, esos malos espíritus y reunirnos en akelarre para invocar al futuro dejando desterradas las actitudes ruines. Antes de que alguno, que lo hay, nos trate de amargar el verano con sus serpientes y sus malas artes, agrupémonos en torno a la hoguera para cargar pilas y responder como pueblo a esos ataques.

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