LOS ARMENIOS DE SIRIA AFRONTAN UN NUEVO ÉXODO
Erevan acoge ya a cerca del 20% de los 100.000 armenios que residían en Siria antes de comenzar el conflicto. La mayoría de esta minoría cristiana procede de Alpo. Muchos no quieren regresar y culpan a Turquía del establecimiento del Estado Islámico.

Cuánto tiempo puedes pasar sin trabajar ni ganar dinero?» Sargis Magichyan, nacido en Alepo (Siria), explica desde Erevan, capital de Armenia, las razones que le llevaron a abandonar la localidad en la que su familia llevaba instalada tres generaciones, más o menos desde tiempos del genocidio. El hombre, que sobrepasa los 50, trabajaba en una oficina a 5 kilómetros del barrio de Azizia. Pero comenzó la revuelta. Al principio, manifestaciones. Después, «alguna explosión». Luego la guerra abierta. Y la comunidad armenia, una minoría de religión cristiana en un país mayoritariamente musulmán, comenzó a sentirse amenazada. Especialmente, con el auge de los grupos de combatientes suníes que, al mismo tiempo que prometían hacer caer a Bachar al-Assad ponían en su punto de mira a las iglesias. Desde el inicio del conflicto 17.000 sirios de origen armenio han recalado en Erevan. De ellos, 13.000 continúan en el país según datos del Gobierno. Es cerca de un 20% de los 100.000 integrantes de una comunidad que se repartía entre Alepo, Qamishli, Deir Ezzor o Latakia y que ahora ha menguado.
Magichyan es uno de los que decidió refugiarse. En un primer momento, allá por 2012, todavía hacía el trayecto para acudir a su empleo. Había miedo, pero no tenía otra alternativa. «En julio comenzaron los disparos. Aunque llevábamos desde febrero con tensión, ya que se habían producido algunas explosiones», indica, tras considerar que «la revolución pasó a convertirse en un caos». No discute sobre preferencias políticas. Insiste en que la principal meta de una minoría (en aquel momento los armenios eran el 10% de la población de Alepo) es «mantenerse neutral para sobrevivir». Pese a todo comenzaron a sentirse amenazados. «Explotaron algunas iglesias. Querían intimidarnos. El mensaje era claro: que nos marcháramos», explica. Fue entonces cuando decidió no ir más a trabajar. Cuando no se sabía qué es lo que podía ocurrir se lo tomó como algo temporal, que pasaría rápidamente. Ahora no solo tiene claro que perdió el empleo sino que está seguro de no regresar a Siria.
«La gente empezó a marcharse. Decían que sería por dos o tres semanas, hasta que todo se calmase», dice, con sonrisa irónica, desde un café de Erevan, la capital de Armenia. Quienes tenían familia en Líbano, donde reside una importante comunidad armenia, optaron por la vía terrestre y la acogida en Beirut. «Era más fácil. Existían más perspectivas económicas y teníamos la ventaja de conocer la lengua» explica. Otros hicieron las maletas y buscaron alternativas porque lo realmente insostenible para muchas de esas familias era permanecer en lo que hasta entonces había sido su casa.
Secuestros y robos en medio del caos
«Los armenios éramos secuestrados y sufríamos constantes robos. Es como si quisiesen aniquilar a una élite intelectual», argumenta el refugiado, que señala al Frente Al Nosra, aliado de Al Qaeda en Siria, mientras rememora uno de los episodios más negros de su historia: la deportación y matanzas perpetradas por los turcos en Constantinopla la noche del 23 al 24 de abril de 1915, cuando dio comienzo el genocidio. Ante la falta de opciones, Magichyan, que vivía con su mujer y sus dos hijas, aprovechó que el aeropuerto todavía estaba en funcionamiento para sacarse unos billetes y no regresar jamás. Llegó a Erevan y ahí comenzó una vida desde cero. No es el único.
«Vivíamos en una pequeña Armenia. Aunque estudiábamos en árabe manteníamos nuestras costumbres y nuestra cultura. Nuestro objetivo era mantener la comunidad». Aren Raisian, que apenas ha cumplido los 18 años, también residía en Alepo. Sus padres eran responsables de una escuela convertida en centro neurálgico de una comunidad muy preocupada por no diluirse. «Nosotros vivíamos en la zona controlada por el Gobierno», recuerda el joven, «pero era imposible sobrevivir. Estábamos siempre bajo los bombardeos de los rebeldes».
Para cuando Raisian quiso dejar Alepo, allá por 2013, el aeropuerto ya era un campo de batalla. Así que tuvo que hacer el peligroso trayecto hasta Beirut, siempre plagado de checkpoints en el que, si no se escoge el camino adecuado, siempre se puede caer en manos de quien no se debe. Al contrario que lo que ocurrió con la familia Magichyan, que huyó en bloque, los padres de Raisian siguen en Siria. Han trasladado su escuela a un lugar más seguro, siempre dentro de la zona controlada por Damasco y no tienen intención de moverse, según explica el joven. «Claro que tengo miedo», reconoce. Por ahora se dedica a estudiar. Cuando tenga el título decidirá qué hacer con su vida.
El memorial del genocidio, destruido
La comunidad armenia ha sufrido el estigma de la persecución. Fue en Siria, concretamente en el desierto de Deir Ezzor, donde 150.000 de los suyos murieron de hambre y sed durante el genocidio perpetrado por los Jóvenes Turcos en 1915. En total, en aquella matanza planificada, perdieron la vida más de un millón de personas. Nadie conmemoró el centenario en la iglesia donde antiguamente se conservaban algunos de los restos de las víctimas. El Estado Islámico, que tomó la localidad ubicada a 450 kilómetros al noreste de Damasco, pegada al río Éufrates, dinamitó el templo en verano de 2014. No queda ningún cristiano en la zona dominada por el Califato.
Para Magichyan o Raidan las dificultades son más inmediatas. El Gobierno armenio, con la colaboración de ACNUR, ha puesto en marcha programas de acogida, de formación para crear empresas o de vivienda. De hecho, incluso se baraja la posibilidad de construir un distrito bautizado como «Nuevo Alepo». El drama sirio no tiene perspectivas de solución inmediata. «El problema no es Assad. Estamos en tiempos de oscuridad y no sabemos qué es lo que puede ocurrir en el futuro. Tengo claro que esto no se arregla al menos en diez años», dice el primero, quien insiste en vincular a Turquía con el auge del extremismo y, especialmente, del Estado Islámico. Ankara siempre ha sido el gran enemigo. Por ahora, los refugiados se aclimatan a una «madre patria» que, en ocasiones, nunca habían visitado antes.

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