Asier Bastarrika Gorostiza
Basazale
KOLABORAZIOA

Veganofobia

Me pregunto por que me enervan tanto los veganos y «animalistas», cuando compartimos algunas preocupaciones respecto a nuestra relación con los demás seres vivos frente a la gran mayoría social.

Puede que envidie su simpleza y candidez; tantos años intentando reconducir nuestra relación tanto individual como colectiva con la comunidad de seres vivos, tanta mala conciencia, tanta contradicción cuando bastaba con cambiar la pechuga de pollo hormonado por hamburguesas de tofu para entrar en el club de los buenos. Me faltó la clarividencia para esterilizarme a tiempo, y seme-alabak que quisimos educar en la virtud vegetariana nos hicieron recaer en el carnivorismo.

No soporto el aire de superioridad con el que nos miran al resto, ellos que han encontrado el Estante Justo del Supermercado, ese preclaro discernimiento que hace que una sencilla elección cambie tu relación con el cosmos, ese aire de predicadores evangélicos que con una sencilla brújula caminan orientados entre las tinieblas de la humanidad que está cortando la rama en la que se asienta.

Es que tanta toxina de cadáver en mi metabolismo me nubla el entendimiento y lo que es simple lo vuelvo complicado.

Me pregunto si comer solo vegetales basta para respetar al reino animal o hay que ser como aquel ídolo de Lisa Simpson que condescendiente le decía que era vegano de nivel cinco; no comía nada que hiciera sombra.

La verdad es que lo hemos intentado y he visto muchas veces, demasiadas, a los caracoles comerse las lechugas, a las ovejas destrozar la huerta, la burra comerse las caléndulas y las cabras, bueno, esas se comen hasta las cortezas de los árboles y no niego que están en su derecho, pero si quiero comer lo que cultivo, para empezar tengo que cerrarles el paso a los benditos animales, así y todo el mirlo me come los cultivos de maíz, las fresas, cerezas… el corzo salta como si volara y el jabalí, como buen salvaje, no tiene cierre que lo pare. Y ¿por qué negarles a los animales el derecho a disfrutar de los alimentos que nos da la tierra? El pequeño problema es que quiero comer y no tengo un nivel de comunicación para llegar a un trato con ellos en plan cómete diez lechugas y déjame veinte.

La solución sencilla es ir a la tienda o a la plaza y comprar sin pensar en cómo se ha producido el alimento, cuánto veneno me meto en la boca, cuánta gente ha pasado sed para regar mis manzanas argentinas, cuántas han trabajado semiesclavas en los infiernos tóxicos de los invernaderos de Agadir o Almería o cuántos mosquitos se han estrellado, pobrecitos, en el parabrisas del trailer que nos trae la comida desde remotas tierras. Pago para que pequen otros, no arriesgo ni tiempo ni dinero y ahorro para el guatxap. Pero soy torpe y me complico intentando comer lo que nos da el entorno, por eso mi complejo frente la los iluminados que realmente me deberían caer mejor mejor que la tropa que sin reparo se come los huevos de Auschwitz o carnes infestadas de antibióticos y hormonas, de animales torturados desde su concepción hasta la muerte, que no han conocido madre ni padre, luz natural ni han pisado la tierra en su «vida».

Años mirando con asco los bocatas de lomo con pimientos de nuestras revolucionarias txosnas, comiendo la bazofia de las herri bazkariak con la nariz tapada ante las platos llenos de contradicciones, «es por la causa», para que ahora que nos llega a las fiestas la Revolución del Tofu o el Seitan me parezca una salida falsa y aberrante cocinada con ideologías Disney de muy dudosa intención, compatibles con el sistema capitalista que con un acrobático salto evitan el tan necesario debate y reflexión sobre el sistema de producción y consumo, sobre nuestra imprescindible reintegración en el medio natural.

Pues si, me molesta que me traten de criminal por matar a cerdos y pollos, por criar gallinas. Urbanitas que por elegir entre coca y pepsi se creen con la superioridad moral de juzgarnos a todos y meter en el mismo saco todo tipo de relación con la producción animal como si fuera lo mismo un granja apestosa de diez mil cerdos hacinados asfixiándose en su propio metano, atiborrados de piensos basura, que un par de cerdos alimentados con nuestra misma comida, que corren por el prado, por el bosque jugando y gozando mientras dura su vida. Por que considero la vida, como la muerte, parte del ciclo natural, no como un fetiche tabú al estilo de los antiabortistas y pacifistas de medio pelo.

Y tampoco nos dicen los «animalistas» qué hacer con los santos animales, tanto domésticos como salvajes, ¿soltarlos por las calles y campos en medio del Caos Civilizatorio para que nos devuelvan al Orden Natural? ¿Soltar a los animales tontos, desnaturalizados, en medios hostiles, sin alimento, agua ni espacio para desenvolverse, o meterlos en parques donde defenderemos al zorro de las gallinas, a las ovejas de los lobos para que no los exterminen y tengan que terminar comiéndose entre ellos? Es complicado, pero…

El Santo Estante no presenta estos problemas, busca Vegan e irás al Cielo de las Justas sin comeduras de coco, y de regalo postales de cachorrillos disney para mandar a tus amigas.

Eso sí, que quede claro que respeto absolutamente sus opciones alimentarias, al igual que las de la mayoría silenciosa; por mí, como si se alimentan de megabytes. Pero que no nos den la tabarra, para eso ya están los testigos de Jehovà.