Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Lo que hacemos en las sombras»

El folklore vampírico conservado en las Antípodas

La inventiva cinematográfica no tiene fin, y nunca se puede dar a un género por enterrado. A pesar de la explotación indiscriminada que sufre el mito vampírico, con actualizaciones destinadas al público adolescente más que discutibles, todavía queda espacio para la vertiente paródica. Desde Nueva Zelanda nos llega el genial falso documental “Lo que hacemos en las sombras”, un enloquecido homenaje al divertido clásico humorístico de Roman Polanski “Baile de vampiros” (1967).

El pretexto argumental es, en efecto, la celebración de un baile festivo llamado La Mascarada Diabólica, que va a tener lugar en Wellington. Con motivo del evento, un equipo de grabación pide permiso a la hermandad secreta de los vampiros para seguirles con las cámaras en su vida diaria. Al final resultará ser una epecie de convención que reúne a todas las criaturas de la noche que conviven en esa parte de las Antípodas, con presencia también de hombres-lobo, zombis o brujas.

Con estilo de reportaje urgente, las cámaras captan en su guarida los modos y costumbres de cuatro vampiros, perfectamente diferenciados entre si. La variada tipología permite así repasar todo el folklore relativo a los “no muertos” procedente de Europa del Este, la Universal en Hollywood o la Hammer inglesa. Las distintas características van asociadas asimismo a la edad de cada uno de ellos, pertenciente a sucesivas etapas de la historia de la humanidad.

Todo resulta a la vez tan serio como risible, y si no ver la danza ritual que se marca Jonathan Brugh, o el trío musical con instrumentos antiguos que componen el propio Brugh, Jemaine Clement y Taika Waititi. Los tres no ocultan su procedencia televisiva, ya que se les conoce internacionalmente por la serie “Flight of the Conchords” (2007-2009). Y de dicho medio toman la idea de la vivienda compartida, en concreto de la serie inglesa de culto “The Young Ones” (1982-1984).