Luis Karlos Garcia
Periodista y miembro del movimiento antifracking vasco
KOLABORAZIOA

Lucha antifracking: ¿Qué hay de nuevo?

Sostiene Christian Salmon que hoy «lo único que puede reunirnos es el pánico». Alude a que el poder sabe que quedan pocos sentimientos aglutinantes con suficiencia, por lo que exacerba las retóricas del miedo como dispositivo de control (yihadismo, corralitos, alertas sanitarias, etc.). La clave es elucidar que eso, tasado desde antiguo, se implementa ahora con el objetivo extra de aminorar el hecho políti- co de que nos empezamos a juntar por cosas que no corresponden solo a estrategias de dominación. ¿Cómo se está haciendo eso? La lucha anti- fracking ofrece una fértil experiencia que someteremos a escrutinio en la Frackanpada de Subijana, junto a Vitoria.

El movimiento contra la fractura hidráulica incorpora variables nuevas que ya están presentes en otras dinámicas socia- les globales. Hay bastante de lo que Naomi Klein alude cuando dice que se está diluyendo «la frontera entre activista y gente normal». Pensemos en las luchas contra la privatización del agua en Grecia, en las de quienes confrontan el poder transnacional contra fumigaciones o minerías en Latinoamérica... Allí, igual que aquí, ocurrió algo grandioso, uno de esos experimentos políticos a pie de calle tan peligrosos para el poder totalitario que nos desgobierna: quien no era experto en agua, transgénicos o fracking acaba siendo un referente social.

Esto ocurre dentro de un modelo de acción colectiva más heterodoxo que el que estábamos acostumbrados. He ahí un rasgo a explorar, y, si se codifica correctamente, a explotar. Queda claro que no hay unidad en lo social, que lo heterogéneo se revela factor central, hasta el punto de que solo la acción puede llegar a empastar la plétora de sujetos en juego.

Van cambiando cosas. Eso que se podría tildar de «activismo maníaco-depresivo» (Santiago Muiño) ya no opera. Y, en abierto contraste, estos movimientos se despliegan y disfrutan en lo constructivo-creativo, al tener que implementar eventos como el 18 de abril vitoriano o la Frackanpada.

Estamos ante un nuevo modelo en el que la presencia y el rol de las mujeres adquiere entidad, algo que no sorprende, pues el factor de agregación de nuevos sectores conlleva que también la mujer se implique en mayor medida. Porque hay cierta savia nueva empezando a fluir. Un ejemplo: el estudio recogido por Raúl Zibechi informando que el 71% de quienes tomaron parte en las protestas de Brasil en 2013 no habían participado antes en protestas.

Ese mismo análisis señala que hay una especie de decálogo de principios natural que se repite y multiplica, con la autonomía y la horizontalidad como ejes. Por lo demás, es habitual que los grupos no funcionen ya a modo de estructura fija-permanente sino que se dispersan una vez concluida una lucha o una fase. Son grupos más pequeños que los activistas de antaño, y, gracias a ello, a veces más operativos y cohesionados.

Hay otro factor recurrente. A menudo se mueven en base a lo que serían programas de mínimos que devienen revolucionarios (se reclaman cosas esenciales para cualquier democracia, pero que, en el estado de cosas actual, de cumplirse, rozan la insubordinación). Tal es así que casi se diría que todos ellos fluctúan en torno a un punto: poder vivir. Ni los grupos antifracking, ni Gora Gasteiz, ni Libre, ciertamente, han ido más allá de semejante provocación.

Poder vivir, en sentido amplio. Subraya Miguel Amorós: «Hay una nueva historia de luchas: contra el fracking, por ejemplo, contra la red de alta tensión, contra el TAV… Todas estas luchas reivindican un nuevo modo de vida. Esta contradicción no la supo ver el movimiento de protesta clásico, anclado en el obrerismo». El propio David Harvey ha incidido en que «la política sobre la vida cotidiana es el crisol donde las energías revolucionarias podrían desarrollarse».

Todo esto son pequeños brotes que necesitan condiciones para prosperar. Estamos aún lejos de generar la nueva lógica que necesitamos, pero tampoco ignoremos que comienzan a despuntar ámbitos de la vida cotidiana donde se produce una suerte de repolitización desde abajo. El antifracking es un exponente, pero si miramos bien, algo similar va produciéndose en la vivienda, la alimentación, la enfermedad, etc. Nadie mejor que Santiago López Petit para explicarlo: «La crítica de la vida cotidiana se transforma entonces en crítica de la vida. Nos movilizamos cuando trabajamos, y cuando no trabajamos, cuando queremos ser nosotros mismos y cuando huimos de nosotros mismos… cuando vemos la televisión... o contestamos al teléfono móvil. El secuestro se ha extendido a toda la vida y no cubre solo el tiempo de trabajo». ¿Algo nuevo? Eso parece. ¿Sólido? Eso es pronto para saberlo.