Nordic Voices y los recuerdos de juventud

Algún amante de la música coral recordará aún a Nordic Voices, un joven conjunto noruego que en 1999 ganó el Certamente Coral de Tolosa en todas las categorías de grupos vocales. Desde aquel entonces tuvieron un recorrido internacional importante y han grabado discos muy bien valorados por la crítica, pero no habíamos tenido ocasión de escucharles de nuevo por aquí hasta el pasado viernes, clausurando el ciclo de música antigua de la Quincena Musical en Santa Teresa.
Es un misterio cómo funciona la memoria: aunque haya olvidado tantos conciertos de aquella época, recuerdo muy bien la actuación de Nordic Voices en el convento de Santa Clara de Tolosa y la impresión de que era un grupo muy sólido técnicamente –para los estándares del concurso– pero al mismo tiempo muy espontáneos en sus maneras expresivas, con gran carisma. Fue comentario general, asimismo, que las tres mujeres eran bastante superiores a los hombres. En su actuación del viernes, con motetes religiosos del Renacimiento y el Barroco, demostraron que, en casi 16 años y con algunas arrugas más en sus rostros, se han mantenido muy bien en lo técnico pero han perdido bastante de aquella espontaneidad, y que la diferencia de calidad entre sexos sigue siendo flagrante.
Las dos sopranos, Tone Alisabeth Braaten e Ingrid Hanken, y la mezzo Ebba Rydh, llevaron todo el peso de una actuación que fallaba cada vez que los hombres dejaban de trabajar como apoyo armónico para ejercer de solistas. Afortunadamente, el programa estuvo sabiamente elegido para que la atención se centrara en las voces femeninas, de gran pureza y capaces de frasear en pianíssimo con un control del fiato y la afinación impactantes. Sin embargo, una vez pasado el encantamiento inicial, nos dimos cuenta de que faltaba capacidad para hacer justicia estilística a las diversas músicas que convivían en el programa. El Renacimiento español de Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero estuvo muy bien cantado, pero los noruegos se vieron incapaces de salir de ese piñón fijo hedonista para caracterizar correctamente las obras de Purcell, Gesualdo, Schütz y, especialmente, el motete de Bach, “Jesu, meine Fruede”, que fue cantado bajo unos criterios amorfos y al límite de las posibilidades del grupo.

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