Un piano como vehículo a lo más profundo
Ejercer la crítica musical tiene un grave efecto colateral: uno se va insensibilizando a la propia música de tanto escucharla con oído analítico. Por eso me quedé desarmado cuando, el lunes, mi vecino de butaca en el Victoria Eugenia, un hombre hecho y derecho de unos 50 años, rompió a llorar al escuchar el Schubert de Grigory Sokolov. Quizá él no supiera nada del trasfondo de esa partitura y esa interpretación, sencillamente se vio sobrepasado por la intensidad de la emoción que manaba de aquel instrumento solitario. No tenía por qué saber que Schubert escribió esas notas al poco de conocer que moriría joven, o que Sokolov perdió a su esposa hace tan solo un año. Y que, probablemente, el ruso estaba virtiendo, tras esa cortina de clasicismo que en Schubert es también una máscara, un tremendo sentimiento de pérdida. No puedo interpretar de otra manera la gravedad, nostalgia, soledad –cantando la melodía en forma declamatoria, como un soliloquio–, pero también la serenidad y esperanza que nos llegó a través del ‘Andante’ de la “Sonata Op.143” de Schubert, o del ‘Andantino’ y el ‘Alegretto’ de sus “Seis momentos musicales”, incluso del ‘Largo’ de la “Sonata nº7” de Beethoven. Los recitales de Sokolov, los que yo recuerdo, siempre han tenido un componente festivo, algunas concesiones al espectáculo a través del virtuosismo. Pero nada de esto estuvo presente el lunes: aquello fue una puerta abierta a la trascendencia a través de la interpretación, una demostración de cómo la música puede ser vehículo para iluminar los recovecos del alma, el ideal romántico por excelencia.
Lo más sorprendente del recital, con todo, fue la versión de la “Partita nº1” de Bach. Sokolov ha comenzado siempre sus recitales con música barroca, incluso en los tiempos en que la práctica de tocarla al piano estuvo tan desprestigiada, y con Bach realiza la proeza de trasladar su música a un instrumento para el que no fue escrita, reinventándola, reimaginándola por completo para poder hacerle justicia. Como lo hicieron en el pasado grandes bachianos como Gould, Tureck o Richter.

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