Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

Hiroshima y Nagasaki

Pasó el 70 aniversario de la hecatombe y no leo ni una palabra sobre la responsabilidad criminal de quien lanzó, por primera vez, las bombas nucleares sobre población civil. Ni sobre por qué las lanzaron ante un Japón prácticamente rendido. Todavía estamos por ver un tribunal internacional que juzgue a estos asesinos.

En la Conferencia de Yalta, celebrada en Crimea en febrero de 1945, se acordó que la Unión Soviética rompería su tratado de paz con Japón (que databa del 15 de setiembre de 1938 y del que nunca se habla porque solo interesa el Pacto Molotov-Von Ribbentrop, firmado un año después para zaherir a Stalin) y entraría en guerra con él para finalizar cuanto antes la conflagración. Rompiendo este acuerdo, y actuando de modo unilateral, sin avisar a la URSS, pero sí a Gran Bretaña y a la China prerrevolucionaria, EEUU lanzó un ultimátum el día 26 de julio exigiendo la rendición incondicional de Japón. El 6 de agosto la primera bomba atómica es arrojada sobre Hiroshima, y sólo tres días después cae una segunda sobre Nagasaki.

Los japoneses, por medio de su embajador en Moscú, estaban tratando de poner fin al conflicto bélico ya desde un mes antes de lanzarse las bombas. El mando norteamericano estaba al corriente del deseo japonés de rendirse. ¿Por qué, pues, esa precipitación? EEUU necesitaba un alarde de fuerza, pero también que el Ejército Rojo soviético no aplastase –como se acordó en Yalta– el militarismo nipón igual que hizo con el nazismo germano. Pero la URSS cumplió desplazando 500.000 hombres desde Berlín hasta Manchuria, asumiendo el costo humano: «estos rusos siempre cumplen los acuerdos aunque les perjudiquen», dijo Churchill.

A los yanquis les entraron las prisas y tiraron las bombas como aviso y amenaza contra una prestigiosa URSS a la que ya se percibía como el futuro enemigo: el ogro comunista. Luego vino el discurso de Churchill en Fulton –en 1946 y con Truman presente–, inaugurándose la Guerra Fría. Y hasta hoy.