Mikel CHAMIZO
TEATRO MUSICAL

Stradivarias, en el cruce entre la mímica y la música clásica

Se abre el telón y vemos a la contrabajista –con una sospechosa vestimenta para un músico, corpiño de cuero incluído– tocando uno de los ostinatos más famosos del Barroco, el del “Lamento de Dido”, de Henry Purcell. Se suman luego violonchelo, viola y una extraña violinista de nuez muy pronunciada.

Todo parece comenzar en los estándares de seriedad ritual que asociamos con la música clásica, pero en la siguiente pieza, el cuarteto “La Muerta y la Doncella” de Schubert, suceden cosas extrañas. Primero la violinista empieza a gemir, no sabemos bien si de dolor o de placer, y de repente la lucha del interior de la partitura, los contrapuntos y combinaciones instrumentales que se enfrentan entre sí en el ámbito de lo sonoro, se hacen visibles ante nuestros ojos: la violínista asusta a la viola, la contrabajista apabulla a la violonchelista, se unen por grupos para enfrentarse a las demás o colaboran todas juntas para sacar adelante una hermosa melodía.

A partir de aquí todo comienza a desmadrarse en este original espectáculo que investiga, a través del humor, la teatralidad implícita en el fenómeno musical. Para ello se vale de cuatro divas de muy distinto carácter: la tímida, la torpe, la estupenda y la agresiva. Diseñado a modo de una sucesión de gags, la personalidad de los cuatro personajes se perfila con precisión tanto en lo musical como en lo actoral: la contrabajista, por ejemplo, es una leona por cómo toca pero también por cómo se mueve y camina. Algo muy loable en un espectáculo de pura mímica, sin palabras, con el handicap de estar protagonizado por músicos y no por actores. Isaac Pulet, Melissa Castillo, Ireno Rouco e Inma Pastor habrán tenido que sudar sangre para hacer creíbles sus roles a la vez que tocan, a veces bailando y hasta saltando, obras nada sencillas.

Stradivarias tiene gags para todos los gustos. Algunos muy fáciles, como el de la violista ciega en “Bésame mucho”; otros muy gamberros, como el de flamenco tocado y bailado por enanos; también interactúan con el público, con una malicia mezclada de inocencia en la que se ve el sello de Yllana Teatro. Algunos gags son mejores que otros, pero al menos hay dos que son fantásticos por lo bien que dan con ese cruce intermedio entre teatro y música: el del acto de seducción del contrabajo, al que la contrabajista saca todo tipo de sonoridades ‘sexys’; y el bis, una versión del “Every breath you take”, de The Police, interpretado de una forma ciertamente sorprendente, usando solo sus voces y un único instrumento.

No suele programar la Quincena Musical espectáculos de este tipo, pero visto el entusiasmo del público deberían plantearse el humor más a menudo en su programación.