Iraia Oiarzabal
Periodista
JO PUNTUA

Descaradas, atrevidas y libres

Recuerdo cómo cuando era niña la admiraba, la observaba con curiosidad e imaginaba cómo sería vivir como lo hacía ella. Con sus inconfundibles trenzas pelirrojas, los harapos que llevaba por ropa y una fuerza fuera de lo común, Pipi Calzaslargas se quedó grabada en la memoria de muchas, niñas y no tan niñas. Todavía hoy, 70 años después de que Astrid Lindgren creara este entrañable y díscolo personaje que este año esta de celebración, los valores que representa me siguen pareciendo un bien a reivindicar.

Aunque asombraban en una muchacha de tan solo nueve años, desde su singular entorno Pipi nos enseñó las virtudes de no temer a nada y saber desenvolverse ante las adversidades. También que el descaro, en su medida, no viene mal para salir adelante ante lo que puedas cruzarte en la vida. Y que la autonomía, valerse por una misma, es necesaria y positiva, y no el resultado de una carencia.

La niña pecosa de llamativa sonrisa no deja de ser un personaje ficticio, cierto. Pero ya en la década de los 40 del siglo pasado transmitía mensajes a tener en cuenta en un terreno que tenía mucho por labrar. Su desparpajo rompía con las normas más cerradas que bajo el pretexto de la «buena educación» lo que realmente propugnaban era la sumisión de la mujer. Su vida en solitario –que no en soledad–, acompañada de un mono y un caballo moteado, nos mostraba a una persona atrevida y autosuficiente. Resultaba, en cierto modo, liberador.

En todos esos aspectos es mucho lo que se ha avanzado. Que una mujer decida vivir sola, de manera autónoma, ya no es una excepción, igual que tampoco lo es que manifieste su desacuerdo ante lo que se considera políticamente correcto o que no permita ser discriminada o atacada por razón de género.

Todo ello es motivo de satisfacción, aunque el día a día se encarga de recordarnos que aún queda camino por hacer para eliminar cualquier signo de opresión. Mientras tanto, sigamos optando por ser descaradas, atrevidas y libres.