Mikel CHAMIZO
CLÁSICA

Zedda como principio y final de un gran «Stabat Mater» de Rossini

Hace unos días circulaba por Twitter una ocurrencia que afirmaba que «muy baja tienes que tener la autoestima para ver a un director de orquesta y no pensar que eso también lo haces tú». Me acordé de ello el martes mientras veía trabajar a Alberto Zedda, con su metro y medio de estatura, dando sentido a todos y cada uno de los sonidos que nacían en el escenario, y es que el monográfico Rossini que dirigió fue una demostración incuestionable de cómo, en ocasiones, un director puede llegar a ser principio y fin, Alfa y Omega de una interpretación, por encima de orquesta, coro y solistas conocidísimos.

Zedda es el mayor especialista del mundo en Rossini, lleva siéndolo media vida y a sus 87 años ha alcanzado una suerte de clarividencia con la música del de Pésaro: el suyo es el Rossini perfecto, el que mezcla con exactitud teatralidad y lirismo, profundidad y ligereza, seriedad y humor. El lector puede imaginarse lo difícil que es comunicar correctamente una música que acrisola en su interior tales contradicciones.

Muchos directores tienen una idea de cómo debe sonar Rossini, porque su música parece estar plagada de clichés, pero muy pocos, y ninguno como Zedda, son capaces de comprenderla a fondo y hacer que surja de forma natural y espontánea. No en vano se dice de Rossini que es uno de los autores más difícil de dirigir de toda la música occidental. Zedda contó con buenas herramientas para firmar sus magníficas versiones rossinianas, comenzando con una Orquesta de Cadaqués de hermoso sonido, ejecución preciosista y capaz de responder con gran flexibilidad a los requerimientos del maestro. El Orfeón Donostiarra, por su parte, cantó con coraje y, algo que no siempre sucede, guiándose al cien por cien por el maestro, sin reservarse las habituales concesiones hedonistas a su propia sonoridad. El “Amen” que hicieron en el “Stabat Mater” fue, por eso mismo, de una intensidad memorable. Los cuatro solistas funcionaron muy bien: María José Moreno moldeó su voz muy hábilmente a los requerimientos belcantistas; la mezzo Marianna Pizzolato hizo un “Fac, ut portem” extraordinario; y Celso Albelo deleitó a sus numerosos fans con una voz de brillo y control inconfundibles. El barítono Fernando Latorre, que sustituyó a Nicola Alaimo a última hora, salvó la papeleta.