La orquesta de las «moderneces» interpretando un buen Bruckner

A la Orquesta de la Radio de Colonia la conocemos muy bien. En las últimos veinte años ha actuado en Quincena regularmente: en 1998, 2000, 2004, 2007 y 2011, firmando algunas veladas memorables como aquella “Elektra” junto a Deborah Polasky o el “Otello” del 2007 con Johan Botha y Semyon Bychkov. Es un conjunto muy querido en la ciudad, pero es una pena que, una vez más, se haya prescindido de la música contemporánea en su programación.
La de Colonia es una orquesta conocida internacionalmente por su implicación con la nueva creación, que lleva en sus estatutos el encargo y promoción de las músicas actuales y que, desde su fundación en 1947, ha estrenado un número impresionante de obras maestras de los últimos 70 años. Su actual director, Jukka-Pekka Saraste, es además un conocido defensor del repertorio contemporáneo. Por eso resulta incomprensible que los de Colonia regresen una y otra vez a Donostia y no lo hagan jamás interpretando la que es su gran especialidad. Hay que suponer que esto obedece a la política de Patrick Alfaya de desterrar cualquier partitura contemporánea de los conciertos sinfónicos del Kursaal, cuando su presencia era habitual con el anterior director, José Antonio Echenique.
La Orquesta de Colonia presentó el miércoles la “Sinfonía nº7” de Bruckner, que hemos escuchado aquí 80 veces. Afortunadamente, el de Sarasate fue un Bruckner sobresaliente por ligero, luminoso, bien planteado y explicado, dejando que asomaran esos indicios de danza que la partitura esconde pero que suelen neutralizarse para darle aún mayor monumentalidad. La orquesta sonó compacta, equilibrada entre familias instrumentales, pero también poderosa, con unos metales infalibles y de precioso color. Fue una magnífica interpretación, independientemente de que pueda preferirse un Bruckner algo más denso. Lo precedió el “Concierto para violín nº1” de Bartók, poco conocido porque no deja de ser un Bartók de juventud, incompleto, en tránsito hacia su verdadero estilo. Pero es también una obra hermosa que Kristóf Baráti defendió con inteligencia analítica y elegante violinismo.

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