Víctor ESQUIROL
ZINEMALDIA

Entre pájaros y bestias más evolucionadas

Terminó el 63º Festival de Cine de Donostia. En el Kursaal, el sábado a las diez de la noche (una hora menos en la sala de prensa), se conocía un Palmarés tan acertado, desconcertante y, a la postre, revelador, como la composición del Jurado. El titular lo dio, cómo no, la Concha de Oro. Ganó el coming of age, “Sparrows”, de Rúnar Rúnarsson, pero la cosecha de este año del Zinemaldia no fue tan mala. Ni mucho menos. Así, la tristeza y redundancia melancólica del filme islandés fueron contrarrestadas, por ejemplo, por la valentía de un más que merecido doble reconocimiento para una cinta tan radicalmente de género como ”Evolution”, de Lucile Hadzihalilovic. Tenemos que quedarnos con ese galardón a la Mejor Fotografía y con ese Gran Premio del Jurado para encontrar las notas más positivas de ese último reflejo que nos dio el certamen.

Este nos habla de una deuda de sangre para con Terence Davies que todavía no se salda, así como de una organización que aun no ha sabido aprovechar del todo ni el estado de descomposición en el que está inmersa la Mostra de Venecia, ni el rebufo que deja tras de sí ese monstruo llamado Toronto. Pero al mismo tiempo, y saliendo del fallo emitido por Paprika Steen y compañía, queda en la memoria el acierto de abrir las puertas a productos tradicionalmente tan injustamente marginados como el anime (“The boy and the beast”, de Mamoru Hosoda), o mejor aún, a autores tan necesariamente transgresores como Ben Wheatley (“High-rise”). El que ninguno de estos dos últimos filmes llegara al Palmarés ya son gajes del oficio. Particularidades de un jurado ciertamente particular. Lo importante es que se les diera la oportunidad de estar ahí; de luchar en igualdad de condiciones con un establishment festivalero cuya legitimidad sistémica se pone en duda, ahora también desde el Zinemaldia. Como debe ser.