BRAMIDOS Y COMBATES PARA CORTEJAR A LAS CIERVAS EN LAS FALDAS DE GORBEA
Estos días las faldas de Gorbea acogen un acontecimiento excepcional. Cientos de ciervos se dan cita en la muga entre Araba y Bizkaia para la berrea, que finalizará en octubre. GARA ha podido ver de cerca este espectáculo natural gracias a la colaboración de Mikel Arrazola, fotógrafo naturalista.

Partimos de Gasteiz a media mañana, con el cielo cubierto por una fina niebla que nos acompaña hasta Gopegi, donde avisamos de nuestra llegada al parque natural. Tras tomar un café rápido emprendemos la ruta hacía las faldas de Gorbea. Tomamos una parcelaria entre los concejos de Manurga y Zarate, y comenzamos a subir por un camino escarpado, vetado para el común de los mortales durante los meses de setiembre y octubre, cuando tiene lugar la berrea. «Estos días solo suben por estas pistas las personas que viven del monte», comenta Mikel Arrazola, un guía de excepción para poder disfrutar este espectáculo natural. Este fotógrafo naturalista lleva más de dos décadas fotografiando a los ciervos y conoce bien la zona.
Aparcamos el 4x4 junto a un hayedo, y dejamos a la vista, sobre el salpicadero, la autorización de la Diputación de Araba. Desde el 1 de setiembre hasta el 4 de octubre, la institución foral restringe el trafico rodado por pistas y caminos para evitar la dispersión de los ciervos, que se juntan en el norte de Araba para procrear. «Durante el año los ciervos están solos, repartidos por los bosques. Y en la temporada de berrea se juntan en la zona de Gorbea», explica Arrazola, que comienza a descargar el vehículo. Estamos a más de 1.100 metros y el paisaje es otoñal. Los árboles han comenzado a perder sus hojas y se ven los primeros hongos. Las pocas flores que asoman de los brezos dan color a una mañana gris.
Nos atamos las cazadoras y cogemos las mochilas. Con el hide –una tienda de campaña diseñada para poder ocultarnos en la naturaleza– y las sillas en la mano comenzamos a andar. Dejamos atrás la protección del hayedo y salimos a campo abierto. A la derecha podemos ver la cruz de Gorbea, no está lejos, solo nos separa un desnivel de 300 metros. A la izquierda se abre un pequeño valle. Descendemos en busca de un lugar donde instalar el puesto de observación. Caminamos a trompicones cuando escuchamos el primer bramido. El grito del ciervo nos detiene. Comenzamos a andar despacio y en silencio, atentos a los bramidos del venado, que parece estar escondido en una zona boscosa, situada al final de esta hondonada.
Arrazola presta atención al viento y comprueba que las rachas vienen de cara. Decide montar el hide en una zona llana, mirando al sur. Colocar la tienda y atar los vientos es lo de menos. Lo difícil es ocultarla en la naturaleza. Tira por encima del hide una red de camuflaje, a la que atamos las ramas y los helechos que recogemos del suelo. Metemos el trípode y la cámara dentro de la tienda, colocamos en una esquina las mochilas y desplegamos las sillas. Un minuto para orinar y entramos en el interior del hide, donde pasaremos las próximas horas. Antes de que las agujas del reloj marquen las doce, tomamos posición y sacamos por un pequeño ventanuco el objetivo de la cámara de fotos, que, al igual que la tienda, lleva una tela de colores verdosos, similares a los empleados por cazadores y militares para esconderse en la vegetación.
Todo esta listo. Ahora solo falta que aparezcan los ciervos. Pasan los minutos y se repiten los bramidos, pero no aparece ningún ejemplar ante nosotros. Arrazola explica que para poder ver de cerca la berrea hace falta tener mucha paciencia. «Pocas veces existe la casualidad», reconoce en voz baja. Hablamos poco, y cuando lo hacemos tratamos de hacerlo con suavidad para no asustar a los animales. Somos meros espectadores y no debemos interferir en la berrea.
Permanecemos expectantes hasta las 14.25, cuando divisamos el primer ciervo en el cerro que está frente a nosotros. El animal desciende desde el pinar y se echa al suelo frente a la tienda. Arrazola saca las primeras fotografías, en las que se puede ver con detalle su cornamenta. Su pelaje pardo está mojado y lanza bramidos a los cuatro vientos. Una forma enérgica de intimidar a los machos que acechan en los bosques. «El ciervo es el único animal que cuando brama saca la lengua», indica el fotógrafo, que, gracias a las nubes, pudo sacar cuantas fotos siquiera sin preocuparse de las sombras. Este lujo solo dura unos minutos, ya que a las 14.30 las nubes se disipan y el sol hace acto de presencia. La aparición del astro rey espanta al venado, que abandona la zona en busca de una sombra. «Este volverá después», vaticina.
Con su marcha se ha hecho el silencio en el valle. El sol del la tarde calienta el hide y saco un sandwich de jamón cocido para recuperar fuerzas. Este es el alimento perfecto para pasar desapercibido, no haces ruido al masticar y apenas huele. Lastima que tampoco tenga mucho sabor. Aprovechamos el tentempié para hablar un poco sobre la berrea y sobre los ciervos que habitan en Gorbea, donde hay censados medio millar de ejemplares. Arrazola muestra su pasión por estos animales, a los que ha fotografiado en otros lugares de la cornisa cantábrica. También ha visto de cerca a los ciervos que habitan en el sur de la península. Pero parece que él lo tiene claro, puestos a elegir se queda con los ejemplares que pastan en la muga de Araba y Bizkaia.
Comienzan las peleas
Conforme pasan los minutos los bramidos van en aumento. Logramos diferenciar cinco gritos diferentes, aunque no vemos a ningún ciervo. Oteamos los límites del valle en busca de una cornamenta, una pista que indique donde se esconden los venados. Poco antes de las 17.00 podemos ver un ciervo en el visor de la cámara. No pasan ni cinco minutos hasta que aparece el segundo ejemplar. «Igual hay una pelea», explica el fotógrafo, que ve como los dos ciervos se sitúan a la par, tomándose las medidas el uno al otro. Poco después uno se coloca frente al otro, agachan la cabeza y embisten al oponente. Las cornamentas chocan, haciendo un ruido seco. No es tan sonoro como el sonido que emite la madera, pero guarda ciertas similitudes. Los golpes se repiten hasta que uno de los venados desiste y opta por abandonar la zona, convertida en un campo de batalla.
Se repiten los bramidos y aparecen más ciervos. Tres ejemplares se encuentran en mitad del cerro, uno de ellos no parece estar dispuesto a pelear y se dirige presto hacia el hayedo. Los otros dos protagonizan la segunda pelea de la jornada, que se salda en tablas. Es difícil saber quien ha ganado y quien ha perdido cuando los dos contrincantes dejan de luchar y se dan la espalda sin inmutarse. A las 18.30 aparece la primera hembra, entra desde los arboles que flanquean el valle por la izquierda, y se mueve entre los machos que permanecen en el cerro. Los ciervos braman ante su presencia. Da una vuelta y, en menos de dos minutos, abandona el campo por la misma zona por la que entró. «Las hembras son muy listas, solo aparecen cuando les interesa», señala Arrazola, que permanece atento, observando la escena a través del objetivo de su cámara de fotos.
La cierva se ha marchado, y con ella los machos que peleaban frente a nosotros. Todo permanece el calma hasta que escuchamos un fuerte bramido. Vemos al venado a lo lejos, en una pequeña colina, anexa a la cima de Gorbea. Sus gritos reciben la respuesta de otros ciervos. Todos inician un lento peregrinar hacia el valle en el que hemos instalado la tienda. A las 19.30 dos ejemplares adultos, de más de 150 kilos, cruzan sus cornamentas. «Estos dos están muy igualados», afirma. De repente, los ciervos dejan de bramar y empiezan a emitir un sonido diferente, similar a un ladrido. «Cuando empiezan así es mala señal», añade el fotógrafo. Los ciervos recuperan la tranquilidad al poco tiempo, sin que sepamos que es lo que ha ocurrido.
A las 20.00 comienza a soplar viento norte y la bruma empieza a descender desde la cima de Gorbea. La temperatura baja y cada vez salen más venados de los bosques. Algunos se acercan a pocos metros del hide. Los bramidos resuenan con fuerza dentro de la tienda, desde donde vemos aparecer de nuevo a una hembra. Corre por el valle, seguida por un macho. Tras una corta carrera, la cierva deja claro que no quiere nada con el venado, que lanza un bramido resignado. «Puede que todavía no estén en celo las hembras», apunta Arrazola.
Aguantamos un poco más, hasta la puesta de sol. Pasadas las 20.30 abrimos la puerta de la tienda y nos llevamos una última sorpresa. Teníamos un ciervo al lado y no nos habíamos dado cuenta. Recogemos todo y nos vamos como hemos venido, poco a poco y en silencio para no interferir en la berrea. Vemos las últimas peleas mientras regresamos al coche. Ya es de noche. Regresamos a la ciudad cuando la berrea se pone más interesante.

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