«Atahualpa Yupanqui, indio, criollo y vasco», repaso a su vida
Txalaparta publica «Atahualpa Yupanqui, indio, criollo y vasco», obra de Sergio Rekarte, quien a lo largo de casi cuatrocientas páginas repasa la vida del gran folclorista, no sin poesía, estilo y profundidad, además de narrar en paralelo la historia argentina de la época.

Comenta Rekarte: «Hace unos años, y en medio de las dudas por cuál sería mi tema de investigación a desarrollar como último requisito para finalizar un curso de Estudios Vascos organizado por Fundación Asmoz, llegaron a mis oídos las palabras de mi mujer, una vasca nacida circunstancialmente en San Sebastián, pero navarra de crianza y , con el tiempo, Argentina por adopción: ‘Por qué no Atahualpa? Creo que no es mala idea escribir algo sobre este criollo de madre vasca».
Aquel puñado de hojas se unieron a los dedos de Rekarte, quien no pudo o no supo despojarse de la vida y las canciones de Héctor Roberto Chavero Harain, como se llamaba Atahualpa Yupanqui (tierra que anda y el que cuenta, el que narra, en lengua «granítica de los Andes…
Rekarte retomo el reto y de los folios pasó a una compulsiva tarea de investigación, lectura, repaso, hemeroteca... y revisión de la Argentina que le tocó vivir a quien un día se definió como «hijo de criollo vasco, llevo en mi sangre el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco».
En descripción de Rekarte, “Ata” además de su arte reflejado en cientos de canciones [más de trescientas], temas instrumentales y algunos bellos libros, supo, con tan solo una guitarra, ser un peregrino de su propia vida «llevando por un camino universal el silencio manso de su gente, sus pesares, esperanzas, las muchas derrotas y las escasas alegrías».
Admiradores
Al trovador y poeta, guitarra zurdo, le han versionado canciones grandes de la canción e incluso del rock. Entre los nombres más sonoros se reflejan las firmas de Facundo Cabral, Mercedes Sosa, María Dolores Pradera, Alberto Cortez, Jorge Cafrune, José Larralde, Víctor Jara, Andrés Calamaro, Marie Laforêt, Mikel Laboa... y Enrique Bunbury. Gente con sensibilidad. Laboa siempre se declaró un seguidor de la carrera de Yupanqui, quien visitó Hego Euskal Herria pasada la mitad de los sesenta, dejando su impronta en el movimiento Ez Dok Amairu.
Al respecto de los antecedentes de Yupanqui, Sergio M. Rekarte recoge en el libro que «esa mezcla de caracteres e idiosincrasia, sin duda, lograron templar una personalidad en la que tenía cabida el secreto de la montaña, el espacio infinito de la pampa, la selva impenetrable, los ríos potentes y los arroyos de humildad callada». Descripción que le sirve al escritor para llegar a una ocasión en la que Ata dijo, con cincuenta y cinco años a sus espaldas: «No elaboré solo las fuerzas que me sostienen. Ellas me vienen de lejos, desde el franco vivir que me aconsejaron mis abuelos vascos; desde el silencio de selva y piedra que los abuelos indios depositaron, para sagrada custodia, en esta extraña caja de resonancia que la naturaleza me ha dado por cuerpo y por espíritu. El abuelo vasco y el abuelo indio se confabularon con el paisaje de esta tierra en que nací».
De la pampa y la poesía a la canción
Capítulo uno. (...) «En el interior del cuarto se había aposentado de repente una súbita tranquilidad que parecía corporizarse después de las tensiones vividas por los ocupantes. Sobre la cama yacía una mujer de una palidez asombrosa. Su rostro denotaba fatiga y esperanza. Una cortina de leves susurros pronunciados en torno al lecho acariciaba las ondulantes luces amarillas de dos velas. Ajeno a la escena, un niño recién nacido dormía plácidamente cobijado en el rollizo brazo de su madre. Demetrio, conmovido, solo atinó a depositar un leve beso en la frente de Higinia, y mirar con ternura al niño, su primer hijo varón».
Apunta posteriormente el biógrafo, con rico y esmerado lenguaje, en la línea poética del propio Atahualpa, que los padres de este se conocieron en el campo bregando con caballos. Describe la casa, el entorno y una vida que página a página absorbe e invita a humedecer el dedo y pasar páginas, casi cuatrocientas P.C.

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