Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «El club»

El purgatorio está en la parte más brumosa de la tierra

E l lavado de imagen al que está sometiendo a la Iglesia Católica el nuevo Papa, de momento no basta para cambiar la historia reciente de una institución que, lejos de adaptarse a la sociedad moderna, se ha aislado de ella consciente del poder en la sombra que representa. Ningún cineasta de nuestro tiempo ha sabido poner el foco sobre esa zona que permanece oculta y en penumbra, como lo ha hecho el chileno Pablo Larraín con su premiada película en la Berlinale “El club”. El título es deliberadamente eufemístico, por referirse a esas casas de retiro religiosas en torno a cuya existencia y verdadera utilidad las autoridades eclesiásticas prefieren mantener el secretismo más absoluto.

De todas estas prácticas sectarias permitidas en todo el mundo a la multinacional vaticana, lo que más me sigue sorprendiendo es que nunca traicionan a las Sagradas Escrituras, porque ya se las arreglan sus teólogos para interpretarlas a su conveniencia. Por eso Larraín sabe de lo que habla cuando cita el libro del Génesis: “Y vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas”. Pero si ya lo dice el mismo Yaveh: hay que separar el grano de la paja. Así que se aparta a los sacerdotes descarriados y se les confina en lugares dedicados a la santa penitencia, para así purgar sus pecados mundanos. Todo con tal de que sus delitos no sean juzgados por la ley ordinaria, con el consiguiente peligro de escarnio público.

En la ficción Larrain se lleva a sus curitas a la Boca, porque en la Patagonia chilena se da ese ambiente brumoso que tan bien refleja la fotografía de Sergio Armstrong. El escondite perfecto para pasar los días y las noches en vela, esperando el perdón que no llega, o tal vez simplemente el olvido. Aunque la víctima de un caso de pedofilia les sigue, con sus dudas y falta de convencimiento para la denuncia, porque un país creyente no asimila tan fácil los abusos de sus padres espirituales.