Antton ROUGET
13-N EN PARÍS

En Bataclan, la gente intenta comprender lo inexplicable

París mantiene abiertas las heridas de los atentados perpetrados el pasado viernes. Todo parece grave, un ambiente que pesa, el del «día después». La voz de la línea 9 del metro repite que «por orden de la Prefectura de Policía, la estación de Oberkampf –colinda con el Bataclan en el distrito XI de París– está cerrada al público».

Una pregunta atormenta a miles de parisinos: «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?». Miles de allegados de las víctimas y perfectos desconocidos han pasado desde el sábado por las puertas de Bataclan para honrar a las 129 personas –balance provisional, pues aún hay decenas de heridos– que murieron en la noche del viernes en esta sala de espectáculos, en las terrazas de las cafeterías o pizzerías, en las inmediaciones del Stade de France...

Ayer, a las seis de la tarde, después del trabajo, al terminar en la escuela o en la universidad, todavía seguían acudiendo cientos de personas al número 50 del Boulevard Voltaire para depositar velas, palabras de apoyo y ramos de flores en uno de los tres puntos de homenaje organizados espontáneamente alrededor de la sala de espectáculos. Pasan dos mujeres jóvenes, en la veintena, con los ojos todavía húmedos que prefieren «ir a casa» antes que pararse a hacer declaraciones. Y también ese joven, estoico delante de cinco furgonetas de los CRS aparcadas delante de la sala, que prefiere guardarse las palabras para sí. «Soy del barrio, conozco a las personas que estaban ahí. Eso es todo». El estado de ánimo no está para desfilar delante de los periodistas.

Arthur, Rubén y Dan, tres estudiantes de 20 años, se han acercado como vecinos. «Vivimos en la esquina de la calle; Bataclan es nuestro hogar. Desde el sábado los tres venimos aquí, nos ayuda a reflexionar sobre qué hablar». Tratar de comprender lo inexplicable para, quizá, aceptar lo inconcebible, este es el impulso que empuja a las muchas personas presente ayer en los lugares de los atentados. Patrick, un fotógrafo de 47 años que frecuenta a menudo la sala de conciertos, no encuentra tampoco «las palabras para describir esta violencia...». «Imagina la condición mental de estos tipos para entrar en una sala de conciertos, disparar contra cientos de jóvenes y luego hacerse explotar...». Silencio. Ciertamente todos esas frases y conceptos se repiten sin cesar desde el sábado a la mañana en todas las cadenas de televisión. El «terrorismo», la «guerra», el «fundamentalismo»... Pero, para Patrick, la realidad es mucho más cruda: «Son decenas de jóvenes que han sido abatidos en pleno París. Hace falta detener nuestro razonamiento ‘del bien y del mal’, los que han hecho esto razonan de manera diferente. Es como lo que hicieron los nazis en los campos. Es algo que nos supera. Eso es todo».

Los políticos, «superados»

Patrick piensa que, después del atentado contra ‘‘Charlie Hebdo’’ el 11 de enero, ahora se ha cruzado un nuevo umbral. «Las once víctimas de enero fueron atacadas porque eran periodistas o judíos, ahora han atacado a todo el mundo».

Arthur, Rubén y Dan insisten: «Lo de ‘Charlie’ ocurrió en el barrio, pero esto es aún más violento. Ni siquiera tenían un objetivo específico aparte de jóvenes como nosotros que asistían a un concierto».

Desde el viernes, François Hollande y el Gobierno han sacado músculo, prometiendo una victoria en la «guerra» contra el Daesh. Ante una sesión conjunta y extraordinaria de la Asamblea y el Senado reunidos en Versalles, el presidente de la República incluso ha anunciado una reforma de la Constitución para combatir mejor al «terrorismo de guerra». «Yo no puedo decir que ‘hace falta hacer eso o no hace falta hacerlo’, pero sea Hollande, Sarkozy o algún otro, están superados y abrumados», dice un Patrick desilusionado.

Para Rubén también los políticos estan «superados y obsoletos»: «¿Qué vamos a hacer? Incluso movilizando a todos los efectivos de la Policía y del Ejército no estamos seguros si un loco, esta noche, coge su Kalashnikov y nos dispara. Hace años que preferimos mirar a otro lado que enfrentarnos al problema allí y también aquí en Francia; hemos esperado a que aterrizara en frente de nuestra puerta».

Sentimiento de impotencia. Esto es lo que comparten un gran número de parisinos el lunes. ¿Combatir contra el Daesh sobre el terreno en Siria ayuda a generar nuevos atentados? ¿Dar la espalda a la lógica de guerra en Oriente Medio? ¿Apoyar activamente a los kurdos y romper relaciones con Erdogan? ¿Reforzar la vigilancia sobre las casi 4.000 personas fichadas por «terrorismo» en Francia?... Las opciones fraccionan y polarizan, desbordan las divisiones políticas de izquierda y derecha.

Son las siete de la tarde en París y los alrededores del Bataclan no se vacían. Tras el silencio y el recogimiento, un grupo de jóvenes se precipita hacia la estación de metro de Saint-Ambroise, que está a pocos metros de distancia. En las escaleras del túnel, este poema –”Je et l’autre”– de Francis Combes: «El otro es un Yo/ y él es Nosotros/ Él es Ella/ y Ella es también Él/y todos nosotros somos los otros.../ Todos únicos/ y todos/ tan poco diferentes/ Mucho Yo/ y tan poco Nosotros». La pintura nunca había parecido tan descolorida.