Jose Maria Pérez Bustero
Escritor
GAURKOA

Hacernos labradores: arar, sembrar, abonar, regar

En la Izquierda Abertzale se ha abierto el proceso de debate y decisión «Abian», como un nuevo salto para avanzar, ya que estamos «a las puertas del ciclo de la independencia». Y se afirma claramente la necesidad de apoyarse en los ciudadanos, actuar de modo progresivo, habilitar espacios de reflexión y recoger aportaciones escritas. Precisamente partiendo de estas premisas, y dado que el periódico GARA no es un simple repartidor de noticias sino también un expositor de pareceres, paso a analizar aquí un hecho cotidiano que nos indica un campo que tenemos por labrar con ahínco para cumplir nuestros proyectos. Me refiero a que existe un alto porcentaje de vascos que se mantienen lejos de nosotros, o que actualmente no se suman al proceso que marcamos. Por mirarlo en concreto, recordemos que en las elecciones de 2015 nos han votado algo más de trescientos mil, pero los posibles votantes son dos millones y medio.

Tremenda disonancia que no podemos reinterpretar de forma optimista. Por el contrario debemos reconocer que la única alternativa que tenemos delante es abrir senderos hacia ellos. Es decir, no basta intensificar nuestras manifestaciones, alocuciones y honradez sino que, además, debemos imaginar y reformular otro tipo de actividad y lenguaje dirigidos hacia ellos. ¿De que forma? Por expresarlo de una manera diferente al lenguaje habitual, podría decirse que, además del trabajo en instituciones, sindicatos y movilizaciones sociales debemos hacernos labradores. Exactamente. Ser labradores, o sea, copiar a esos que viven en simbiosis con la tierra y se adaptan a ella, sólo que nosotros en simbiosis con la población vasca. Y arar, sembrar, abonar, regar.

Desde luego, ello implica ampliar nuestras habituales zonas de trabajo. Para empezar, nos toca salir de nuestros txokos y recorrer sin prisas esas tierras, o sea, esas gentes que debemos labrar. Vamos a observar las hierbas, terrones, perspectivas que esas personas tienen para no empatizar con nosotros. Pronto distinguiremos dos motivaciones que nos van a doler. Una, que nos ven centrados exclusivamente en nuestra ideología, en nuestra explicación socio histórica, en nuestra escala de deberes. Y otra, que, a su entender, no damos suficiente valor a lo individual, con todas sus opciones, ni estimamos suficientemente las experiencias vitales diferentes a las nuestras.

Volvemos a casa. A decir verdad, no va a ser suficiente juntarnos un par de horas mensuales en asamblea. Tendremos que abrirnos en canal. Es decir, mostrarnos tremendamente humanos: tripas, hígado, limitaciones, errores, heridas a la vista. ¿Estamos? Vale. Pues, así, con las vísceras al aire, tiramos al quinto contenedor nuestra capacidad de discutir, de echarles en cara a esos vascos sus errores e indecencias. Y al mismo tiempo nos fregoteamos cualquier rastro de pregoneros o de profetas que saben de buena tinta todo sobre el pasado y el futuro.

Puestos a realizar ese oficio, daremos con la primera tarea. Arar la tierra. Que nuestra militancia de cada barrio o pueblo se ponga a igualar la pieza que le corresponde y deshaga los terrones. Es decir, que labre el sentido de igualdad y simetría básica entre las personas. Y lo declare elemento social imprescindible. Dejando bien claro que esa simetría debe funcionar en todas partes. No solo en la calle, plazas y terrazas de bares, sino asimismo en las estructuras, oficinas y agentes de ámbito estatal, autonómico, municipal, laboral, o de enseñanza que haya en el pueblo o en el barrio. Y en los agentes de seguridad. Todo trato que conlleve actitud de distancia, de «yo mando aquí», «siga las normas y calle», «no se meta en mi gestión» o ser tratados como posibles infractores o sospechosos es injusto totalmente.

Una vez roturado el sentido vecinal y de igualdad, nos toca abonar. Echar por todos los tramos del terreno la verdad de que la vecindad es la dueña del patrimonio comunal. En absoluto es propiedad de electos, ingenieros, o de cúpulas de partidos. El terreno, tanto el urbano como rural, los montes, ríos, costa es hacienda de la vecindad. Y asimismo es hacienda vecinal la cultura. El euskara es hacienda comunal y no finca de nadie, ni nadie puede arrinconarlo Y asimismo es hacienda comunal el equilibrio ecológico. Lo mismo que las vías de comunicación. Aquí no hay terratenientes aunque se llamen cúpulas de partidos o de empresas.

Dicho y explicado esto, hay que sembrar. Esparcir la idea de que los vecinos de los pueblos y ciudades, además de saberse titulares, deben ejercer de dueños. Es decir, tienen el derecho esencial de tomar parte básica en todo tipo de decisiones que se refieran a su barrio, pueblo o ciudad, cultura, arquitectura, música, fiesta, vías de comunicación. Derecho a gestionar, o sea, a controlar, asumir o rechazar, sin dejarse seducir por lo fotogénico en detrimento de las más necesario. No delegar sino decidir. La vecindad es dueña y los demás son operarios. Ninguna decisión sobre mi pueblo o mi barrio sin que la gente del pueblo o barrio nos enteremos, participemos y asumamos.

Una vez sembrada la conciencia de gestionar, nos toca también a nosotros actuar como vecinos. Y para ello, regar nuestros ideas y conceptos. Hablar como vecinos. Como gente normal, callejera, de chándal, con la simple sudadera puesta. Socialismo, confrontación, revolución, conflicto vasco, gasto público. Y sobre todo, regar ese concepto y objetivo clave que es la independencia, de forma que no provoque fobia. En modo alguno rebajarlo pero sí llevarlo al lenguaje de las aceras y asientos de las plazas. Lograr que la gente palpe que estamos hablando del mismo derecho a gestionar la propia ciudad o pueblo, sólo que extendido a las diferentes comarcas y provincias. Y a toda la tierra vasca. Que al margen del amor que cada uno tenga a esta tierra, lo que proponemos es que nadie nos gestione desde fuera.

Un par de riegos más para ese concepto. Resaltar que, para nosotros, ser independientes no significa aislarnos, ni retroceder a épocas etnológicas. Nada de dividir el país por apellidos, procedencia o lengua, ni encerrarnos en la cueva de Aizpitarte o en un espacio de dólmenes. La punta clave es que no rompemos con gentes sino con invasores. Por ello mismo, el segundo riego es fomentar la interrelación directa con otros pueblos y tierras. Tanto en el intercambio cultural, como en promover visitas-turismo, e intensificar las relaciones comerciales. Y explicar que la población de Euskal Herria tiene un alto porcentaje de gentes llegadas de fuera, y de hijos de ellos.

Debemos subrayar un día y otro, mañana y tarde, que junto a los datos de la etnología vasca está la verdad de que los vascos somos nacidos en muchas partes. Y asimismo que la gente vasca se ha desparramado por muchas tierras, y echado raíz e hijos en ellas. Incluso hemos sido colonizadores de pueblos cuyos descendientes han llegado ahora hasta nuestra casa. No como colonizadores sino buscando trabajo de cualquier tipo. A ver si queda completamente claro que lo que exigimos es quitar de nuestra existencia articulaciones y estructuras legislativas, jurídicas, policiales, penales, manejadas desde fuera, y planificarnos y administrarnos desde esta tierra.