Tocados y... ¿hundidos?
Durísimo revés para unos cachorros que sucumbieron en el minuto 92 después de haber desaprovechado un penalti.

BILBAO ATHLETIC 0
ALBACETE 1
‘‘Son tiempos duros para el romanticismo’’, rezaba un eslogan publicitario. Tiempos duros para el filial rojiblanco, para estos chavales que cada partido juegan de tú a tú contra hombres hechos y derechos. Y si ya de por sí la temporada en Segunda estuviera siendo un cursillo acelerado de madurez a base de golpes, concedes una falta cerca de tú área para que en el minuto 92 y 50 segundos te hagan un tanto que rompe el empate sin goles al que estaba abocado el partido. Mazazo. Más duro que cualquier otro recibido hasta ahora. Ante un rival directo, en un duelo que había que ganar para aspirar a salir del pozo. Y al final, más de lo mismo, quizá con el añadido ayer de que esta vez a los cachorros la chispa de otras veces se les acabó antes de tiempo, en un choque que pudieron encarrilar si a los dos minutos del pitido inicial no hubieran desperdiciado su tercer penalti de la temporada.
Unai López, el ‘cerebro’ de este Bilbao Athletic, cogió carrera desde los once metros y la mandó allá donde ni siquiera llega la lluvia en el fondo sur. Imperdonable. A partir de ahí, veinte buenos minutos de los del Cuco Ziganda y en adelante un duelo equilibrado, con contadas ocasiones de peligro serio en las que, al menos, el Albacete, siempre dio esa sensación mayor de poder acabar en algo. Saborit sacó un balón bajo palos en el primer acto y ya en la segunda mitad enviaron un balón al poste y malograron un mano a mano con Remiro. Los rojiblancos lo daban todo, pero ni con Aketxe –45 minutos– consiguieron meter en el cuerpo un miedo real a los manchegos. El segundo acto fue un querer y no poder, con ideas justas y fuerzas todavía más escasas. A los de Cuco se les fue el oxígeno. Y exhalaron su último suspiro en ese minuto 92. Decía el genial escritor argentino Roberto Fontanarrosa que «se aprende más en la derrota que en la victoria, pero… ¡Prefiero esa ignorancia!». Y es que la lección de ayer se le atraganta al mejor estudiante.
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