Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Los odiosos ocho»

Tarantino ya está en disposición de autohomenajearse

Es Quentin Tarantino quien ha elevado definitivamente el cine de género a una categoría autoral, que con “Los odiosos ocho” firma una absoluta obra maestra transgenérica disfrazada de terrorífico e intrigante western. De acuerdo en que es un cruce entre John Ford y Agatha Christie, entre “La diligencia” y “Diez negritos”, pero sobre todo es un autohomenaje basado en su insuperable ópera prima “Reservoir Dogs” (1992). Todo lo que había allí de cinefilia referencial sigue presente, pero con su sello personal convertido ya en la definitiva marca de autor, como esos cigarrillos Red Apple que hace fumar a sus personajes con un deleite que rompe con la corrección publicitaria.

La película funciona magistralmente a tres niveles: teatral, fotográfico y musical. En el primero domina el espacio escénico a su antojo, encerrando a sus personajes en aras de una tensión dramática de la que obtiene unas interpretaciones antológicas, con el mejor Samuel L. Jackson jamás visto, aunque la indiscutible reina de la función no es otra que Jennifer Jason Leigh, que hasta se revela como improvisada cantautora guitarra en ristre. Y habla poco, pero qué burradas dice, en consonancia con una expresividad gestual malencarada y desafiante. Los buenos y medidos diálogos son para lucimiento del actor afroamericano, muy bien repartidos a lo largo de las casi tres horas de proyección.

En lo visual el director de fotografía Robert Richardson se sale, gracias a la recuperación del formato Panavisión en 70 mm. Y así el duelo más apasionante no es de revolver, sino de “foco”, y tiene lugar durante la secuencia de la cafetera envenenada, magnífica antesala del sangriento y gore clímax final.

En lo musical hay que quitarse el sombrero vaquero ante la banda sonora de terror que se marca Morricone, en consonancia con la canción de David Hess que sonaba en “La última casa a la izquierda” (1972).