EMPRENDEDOR: NUEVA PALABRA PARA UNA VIEJA RECETA
El uso de la palabra «emprendedor» y sus derivados se ha extendido rápidamente. Da la impresión de que nos encontramos ante la receta mágica que nos permitirá superar la crisis económica. En realidad, pocas novedades trae el nuevo concepto.

El Círculo de Empresarios publicó en enero del año 2009 un pequeño informe titulado ‘El espíritu emprendedor: elemento esencial para afrontar la crisis económica española’. La recesión apenas había comenzado a desplegar toda la potencia acumulada durante el largo periodo de enriquecimiento anterior y el Círculo de Empresarios ya había dado con la receta: el espíritu emprendedor. Entre las razones que enumeraba para mejorar el clima emprendedor, el informe señalaba que «la sociedad española mantiene, en el mejor de los casos, una visión ambivalente del empresariado y su actividad». Al parecer, los empresarios no cuentan con el prestigio social y el reconocimiento de otros países desarrollados.
El planteamiento de la asociación empresarial no pasó desapercibido, tal vez, debido a la mala situación económica que obligaba a buscar nuevas fórmulas con las que gestionar de alguna manera la caída general de la actividad económica. Desde entonces las iniciativas para animar a la ciudadanía a emprender se han multiplicado. El Parlamento de Gasteiz aprobó en el año 2012 a iniciativa del PSE la ley 16/2012, de 28 de junio, de Apoyo a las Personas Emprendedoras y a la Pequeña Empresa del País Vasco. También el Gobierno navarro impulsó una ley similar: la ley Foral 12/2013, de apoyo los emprendedores y al trabajo autónomo en Navarra.
El concepto está recogido profusamente en los programa electorales de los partidos situados a la derecha en el espectro ideológico, desde el PP pasando por el PNV y UPN y hasta el PSOE. La cuestión no aparece en el programa de Unidad Popular. En otras fuerzas de izquierda como EHBildu o Podemos, las referencias resultan más bien marginales. Además, en ambos casos utilizan una palabra que no está reconocida por la Academia de la Lengua: emprendizaje. Tal vez la cuestión no sea de su agrado y para resolver el trance han optado por un vocablo, que recuerda a otra palabra que tiene otro tipo de connotaciones: aprendizaje. Bien es cierto que el programa de Podemos ha cambiado sustancialmente de la autonómicas a las generales, y en este último, el término sí aparece profusamente.
Espíritu emprendedor
En el lenguaje económico y político la palabra emprendedor se ha impuesto sobre otras, como empresario o incluso capitalista, que tienen connotaciones negativas ya que refieren el empresario como propietario, patrón o jefe y pueden sugerir nociones como especulación o explotación.
Emprendedor proviene del francés entrepreneur. El diccionario de la Real Academia de la Lengua define emprender como la acción de «acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro». Se trata por lo tanto de comenzar algo con la firme voluntad de hacer frente a las dificultades que se adivinan. La definición hace hincapié sobre todo en el carácter de la persona y no tanto en el tipo de actuación que va a comenzar. No apunta que la persona emprendedora esté en posesión de ciertas habilidades o conocimientos especiales, sino más bien, subraya que para emprender lo que hace falta es cierta motivación y resolución.
Si se trata de una cuestión de carácter, poco hay que se pueda enseñar que es, precisamente, lo que plantean la mayoría de las iniciativas que se proponen para fortalecer el espíritu emprendedor. Sí se puede aprender a montar una empresa, pero el espíritu emprendedor difícilmente puede transmitirse.
Solución a la crisis
Tenemos un concepto que es empleado ampliamente, cuya importancia, conveniencia o alcance nadie cuestiona abiertamente y, en consecuencia, lo que es más importante: no necesita justificación. Se trata, por lo tanto, de una noción que condiciona el debate sobre las salidas a la crisis al dar por sentado que un elemento central para la recuperación económica es la necesidad de fomentar el espíritu emprendedor que, a efectos prácticos, se reduce a la creación de nuevas empresas y si pueden ser innovadoras, mejor. Se pretende revalorizar de esta manera el papel del empresario como figura clave para la creación de riqueza y empleo; y en consecuencia, se exige que se allane el camino, aunque a muchos de ellos el papel les haya correspondido por herencia.
Con los emprendedores ocurre como con las personas que se dedican a la ciencia: necesita de un entorno que trabaje de manera altamente organizada y sistemática para que cuando surja la chispa de una genialidad caiga en un medio en el que pueda prender y del que puedan surgir nuevos conocimientos y aplicaciones prácticas. La investigación y la ciencia se suele considerar claves para salir de la crisis, pero no dan tanto juego a las manipulaciones ideológicas.
La salida de la crisis no depende tanto del número de nuevas empresas como de nuestra capacidad como sociedad para organizar estructuras económicas y científicas.
La rae modifica la definición DE emprendedor
En la nueva edición, la 23ª del diccionario, se produce un cambio sustancial. Emprendedor era aquella persona que «emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas». En el nuevo aparece «acciones o empresas innovadoras». Si la anterior definición daba cabida a toda clase de acciones que pudieran ejecutarse por la persona emprendedora, siempre que estas tuvieran un cariz complicado, bien por su dificultad intrínseca, bien por depender de factores imponderables o sujetos al azar, en la segunda, sin embargo, las acciones se reducen a empresas, recortando el significado de la primera y circunscribiéndolo solamente a actuaciones empresariales.
Siendo estrictos, habría que ver si dichas empresas aportan algún elemento nuevo a las ya existentes que les permita obtener el título de empresas innovadoras. Un cambio hacia una definición tan restrictiva va más allá de un loable intento de reflejar el nuevo uso de la palabra en el lenguaje cotidiano. Se adivina cierta intencionalidad política e ideológica en el hecho de identificar de manera unívoca a la persona emprendedora con una persona empresaria.
Al añadir el término innovador a la definición, se hace referencia a un tipo de empresa particular que ha tenido un importante auge estos últimos años a raíz de los avances en informática, sobre todo, en el ámbito de Internet y de las tecnologías de la información y la comunicación. Con empresa innovadora vienen a la mente la imagen de empresas como Apple o Facebook, aunque más que modelo de innovación, son sobre todo ejemplo de éxito empresarial. IE
Índice de actividad emprendedora: el dato para apuntalar una visión parcial
Para reforzar esa visión limitada y parcial del emprendedor, Global Entrepreneurship Monitor, un estudio global liderado por un consorcio de universidades en el que participan prácticamente todas las vascas, publica desde 1999 un análisis sobre la actividad emprendedora. El último informe recoge los datos del año 2013 y en el mismo se examinan más de 70 países. También realizan informes específicos dedicados a la CAV y al CFN.
El índice de Actividad Emprendedora Total (TEA en inglés) es la relación entre las personas propietarias o copropietarias de una empresa, de la que además son fundadoras, y la población adulta. La empresa debe encontrarse en la fase inicial de su implantación que se limita a un máximo de tres años y medio. También apuntan que incluyen entre las empresas el autoempleo, es decir, a las personas autónomas.
La metodología no deja lugar a dudas en cuanto a la concepción de este estudio: constriñen el significado de persona emprendedora a la creación de empresas mercantiles, dejando de lado otro tipo de «acciones dificultosas o azarosas» o el carácter «innovador». De esta forma, el estudio ofrece datos cuantitativos de un punto de vista parcial, consolidando así una visión ideológica e interesada del concepto.
Los datos que ofrece de Euskal Herria son significativos. El año 2013 –último dato–, Nafarroa tiene un índice TEA de 4,1 % mientras que las provincias Vascongadas uno todavía menor, del 3% exactamente, ocupando los últimos puestos entre las CCAA.
Resulta paradójico que precisamente un territorio con un tejido industrial amplio y diversificado cuente con los índices TEA más bajos. Tal vez, precisamente, en ese aspecto radique la paradoja: allí donde el tejido industrial está más diversificado es donde más costoso –en términos de esfuerzo y capital– resulta buscar un hueco para una nueva empresa, que es, a fin de cuentas, lo único que el pomposo índice mide. IE

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