Sin refugio en una Europa cada vez más hostil
El embudo europeo frente a los refugiados se estrecha cada vez más. Se veía venir. Ya el pasado verano, cuando la UE percibió la verdadera magnitud del desafío, algunos advertíamos entonces de que los sirios no eran sino una minoría mayoritaria del conjunto de solicitantes de asilo. Y no era ni empecinamiento geográfico ni un intento de minimizar el alcance del drama de Siria. Era algo obvio. Simples matemáticas.
Los gobiernos, la prensa y la cada vez más sofocante corrección política insistían en hacer la ecuación refugiado igual a sirio. Nada como reducir la cuestión a la guerra siria, incluso a los salvajes del ISIS, para tranquilizar muchas confusas conciencias.
Y los políticos la han cogido al vuelo. No es ya que un marroquí, un argelino o incluso un egipcio que huye del asfixiante régimen golpista de Al-Sissi no pueda pedir asilo en el mundo que se reclama libre. Macedonia y otros países ya han decidido que los afganos no están en guerra ininterrumpida desde hace 37 años –primero contra los rusos, luego contra los estadounidenses y, como consecuencia de todas estas invasiones, siempre entre ellos–.
«¡No vengan a Europa!», les ha instado el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk. El siguiente paso será confirmar oficialmente lo que es un hecho, que los sirios tampoco son bienvenidos. Así, se cerrará el círculo y los europeos acabaremos como refugiados en nuestra tierra. En una Europa cada vez más inhóspita y hostil.

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