Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Efraín»

La fábula del niño y el cordero en el país del hambre

El cine es una forma de viajar y conocer otras culturas, así que los festivales internacionales hacen bien en incluir en su programación películas procedentes de países pobres en los que la producción cinematográfica es poco menos que un milagro. No es una cuestión de paternalismo, sino de que esos proyectos necesitan de ayudas europeas para salir de sus fronteras. Gracias a ello “Efraín” se ha convertido en la primera realización etíope de la historia presentada en Cannes, permitiendo de paso que el debutante Yared Zeleke se pueda dar a conocer, después de haber estudiado en el extranjero como único modo de adquirir la técnica suficiente para poder contar al mundo historias de Etiopía.

La ópera prima de Yared Zeleke posee el inequívoco poso del cine autobiográfico, y a la vez representativo de lo que para su generación ha sido la dura infancia en tiempos de mortal sequía. “Efraín” es el retrato de un niño soñador, que a pesar de todos los pesares quiere mirar hacia el futuro, inspirado por el ejemplo de la sacrificada madre a la que acaba de perder a consecuencia de la hambruna. Su gran dilema diario es el de otros tantos menores africanos, obligados a crecer guiados por un instinto de superación y de modernidad sacados de la nada. Como quiera que su padre ha de ir a Addis Abeba para trabajar, nuestro protagonista queda al cuidado de su tía-abuela, con toda la problemática que acarrea madurar y encontrar una identidad propia dentro de un ambiente tradicional y de supervivencia, alejado del ideal de hogar familiar que enseña a volar del nido con libertad.

A sus nueve años, un Rediat Amare que no es actor interpreta su personaje de forma improvisada según las directrices neorrealistas, aferrándose a su cordero como única compañía en medio de la soledad. No es esa la actitud de un guerrero, y paga el precio de ser sensible a los ojos de una cultura sexista y de mujeres sumisas a la fuerza.