Natxo MATXIN

LA ESCUADRA ROJILLA TOCABA EL CIELO DEPORTIVO HACE APENAS UNA DÉCADA

Hace una década, Osasuna tocaba el cielo deportivo. Tal día como hoy, pero de 2006, la escuadra navarra vencía por 2-1 al Valencia en El Sadar, lo que le permitía ocupar la cuarta plaza de la clasificación liguera –un puesto en el que también acabó en la 1990-91–, algo que le daba derecho a disputar nada menos que la previa de la competición continental más importante, la Champions League. Un logro sin precedentes que, aunque no empezaría bien al resultar apeados por el Hamburgo, permitió posteriormente protagonizar una brillante participación en la entonces Copa de la UEFA, hasta alcanzar las semifinales.

Apenas un año antes, una horda rojilla se había desplazado hasta Madrid para disfrutar en vivo de la primera final copera del club, otra muesca a destacar en su reciente historia. Pocos podían imaginar que dicho éxito iba a tener continuidad a la campaña siguiente, sobre todo porque uno de los buques insignia de aquel equipo, Pablo García, era tentado por la chequera del Real Madrid, donde acabaría recalando. Osasuna, al que siempre le ha salido bien la fórmula de ocupar el hueco de las figuras salientes por savia nueva de Tajonar, reemplazaba al García uruguayo por otro García, para más señas de nombre Raúl y de Zizur Nagusia, quien, con apenas 19 años, se doctoraba en la élite futbolística, que ya no abandonaría.

Apostó por él un Javier Aguirre que cumplía su cuarto ejercicio sentado en el banquillo osasunista y que, como el vestuario, había ido creciendo deportivamente tras unos inicios titubeantes en sus dos primeras campañas. El Vasco dejaba la faceta estratégica para su segundo, Nacho Ambriz, y él se concentraba en el aspecto psicológico, insistiendo en convencer a los futbolistas de que sus límites estaban más allá de lo que ellos mismos se creían. Los hermanos Flaño, únicos supervivientes que quedan en la plantilla de aquel singular encuentro frente a los ches, recuerdan esa cualidad del técnico mexicano. «Era un entrenador poco conformista y capaz de hacer llegar al grupo la fe por conseguir objetivos», explica Javier, de un míster que «tuvo a todo el plantel muy enchufado, con rotaciones y una competencia que hizo aumentar el nivel de cada jugador», rememora Miguel.

Todo aquel trabajo tanto táctico como mental fue derivando en un rendimiento extraordinario que tuvo su culminación en esa última jornada en la que el cuadro navarro dependía de sí mismo para obtener un premio impensable al inicio de la temporada. Un envite que se vivió con especial intensidad en Nafarroa los días previos. «Recuerdo las calles engalanadas con el escudo de Osasuna y una gran ilusión entre la gente de a pie, en los establecimientos comerciales... Aunque todo se decide en ese once contra once sobre el césped, había una sensación y un fuerte impulso, en el sentido de que no podíamos perder, porque el equipo estaba muy bien y la afición arropaba más que nunca. Estábamos convencidos de que la victoria se iba a dar y todo fluyó de una manera natural», relata Miguel Flaño.

Pero no sin cierta dosis de sufrimiento, inherente al carácter rojillo. Después de una primera parte en la que la lata valencianista no terminaba de abrirse, el inicio de la segunda mitad resultó crucial, con un cabezazo preciso a la base del poste de Milosevic en el 47 tras asistencia marca de la casa de Delporte, que abría de par en par las puertas de una esperanza que se confirmó en realidad cuando, tres minutos más tarde, David López encarrilaba la faena con un tiro cruzado. Solo el inquietante Villa sembró cierta inseguridad cuando anotó el 2-1 en el descuento, pero no hubo tiempo para más fútbol y sí para la alegría desbordada.

Anteayer Europa, hoy ascenso

Invasión de campo mientras sonaba el himno de la Champions, celebración por todo lo alto en El Sadar que dejó a los jugadores en paños menores, baño de multitudes en la Plaza del Castillo y prolongación del festejo hasta altas horas de la madrugada, como no podia ser de otra manera. Con solo seis temporadas en su regreso al más alto nivel futbolístico coincidiendo con la entrada del nuevo siglo, Osasuna alcanzaba algo inimaginable para el presupuesto económico que se decía manejaba. Una situación que, con el paso del tiempo, se demostraría irreal y que le fue lastrando hasta el punto de casi acabar en la desaparición del club. Paradojas de un deporte –sería más correcto hablar de negocio, de no ser por la presencia de los incondicionales aficionados– en el que, por desgracia, suelen correr paralelos los éxitos deportivos y los desmanes económicos.

Con una entidad rojilla ahora inmersa en la ingente tarea de resurgir de sus cenizas y recuperar el prestigio perdido, se antoja como un espejismo que capítulos tan gloriosos de su historia deportiva vuelvan a reproducirse, aunque siempre cabe el recurso de invocar al tópico de los ciclos. Y a que la ilusión, por mucho que se haya estado rozando el abismo, puede rescatarse con idéntica intensidad e incluso mayor, pese a que las metas sean sensiblemente menos elevadas. «Aunque sin llegar a corto plazo a esas cotas, sí que veo ciertas similitudes con aquellos tiempos en la tarea en la que estamos inmersos ahora por intentar el ascenso, creo que se ha recuperado la alegría de la gente por volver al campo», defiende Javier Flaño.

Con buen criterio, su hermano Miguel nos recuerda que hace apenas dos semanas, el fuera de todas las quinielas Leicester se hizo con la todopoderosa y multimillonaria Premier. «Hace diez años, el nivel de los grandes era muy alto, pero las diferencias no eran tan infranqueables como ahora. Pese a todo, en el fútbol siempre hay margen para la sorpresa, quién sabe», deja caer en una premonitoria visión de un episodio que ahora se percibe como algo improbable, pero que podría volver a producirse. De momento, a buen seguro que la hinchada rojilla se conforma para el próximo ejercicio con ver fútbol de Primera en directo.