Un hermoso reencuentro con nuestro pasado salvaje

Reconozco que desde el visionado de aquel pingüino que se alejó de su manada para emprender un viaje hacia ninguna parte y que fue captado por Werner Herzog en su magistral documental “Encuentro en el fin del mundo”, pocas imágenes relacionadas con la naturaleza me han causado tal impacto. Ni siquiera las que el propio Herzog incluyó en su no menos sobresaliente trabajo “Grizzly Man”. Nadie como Herzog ha captado la verdadera esencia de la naturaleza en su estado más puro y sobrecogedor porque nadie como el genial y egomaníaco autor alemán es capaz de plantar su cámara allí donde los paisajes nos descubren su aspecto más perturbador para captar la ruta de un pingüino suicida.
Dicho esto, en la nueva apuesta fílmico-documental de Jacques Perrin y Jacques Cluzaud topamos con esa intención de colocar al ser humano en mitad de un paisaje primitivo, salvaje y hermoso a través del cual nacen cuestiones que derivan hacia un mensaje de corte ecologista. Curtidos en estas lides, el dúo que filmó propuestas como “Nómadas del viento” y “Óceanos” vuelve a recurrir a un estilo un tanto “tramposo” a la hora de filmar secuencias dotadas de una gran belleza plástica lo cual provoca cierta saturación estética y lastra un tanto las intenciones de un filme cuyo discurso es bastante evidente a la hora de catalogar a la fauna que habita este documental mediante conceptos tan humanos como animales “amables”, “simpáticos” y “salvajes”. En este viaje que pretende reencontrar al ser humano con sus ancestros más primitivos, sobre todo en la relación que se establece con los animales y el paisaje, nos dejamos llevar por un metódico encadenado de imágenes perfectamente estudiadas y quedan como resultado cierto desequilibrio entre lo que se quiere mostrar y la propia realidad de una naturaleza a la que nunca hay que despojar de su aspecto más inquietante y, a la vez, más hermoso.

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