Mikel CHAMIZO
CLÁSICA

Hector Berlioz contra la tecnología

Hacia el final del “Offertorium” del “Requiem” de Berlioz hay un momento sonoro asombroso: la orquesta y el coro van debilitándose hasta filtrarse en el silencio y de ese vacío, prístina, dulcísima, surge una sola nota de la flauta, un hálito quebradizo que es recogido por las voces femeninas para levantar, a partir de él, uno de los pasajes más bellos y esperanzadores de esta misa de difuntos repleta de dolor y melancolía.

El pasaje es también un anti-clímax, un contrapeso a la enormidad de esta obra que en la versión del Kursaal contó con 8 timbalistas y 20 trompetas, trombones y tubas repartidas entre el público. El Orfeón además dio paso a la flauta con extraordinaria delicadeza, con uno de sus pianísimos marca de la casa. ¿Qué sucede, entonces, cuando en ese preciso momento explota en la segunda fila la basura sonora de un teléfono móvil? Que alguien entre el público ha arruinado nuestro espacio de contrición y vulnerabilidad y lo ha transformado en ganas de asesinar. Hasta 8 móviles conté durante el concierto; lo de Donostia con los teléfonos empieza a ser grave. Pero ni así se arruinó una interpretación que fue portentosa, sólida más allá de lo epatante de las dimensiones de la obra, con una orquesta muy controlada y de precioso color y unas mujeres del Orfeón que tuvieron un gran día.