Rajoy, en «modo Fitur» hasta que tenga que afrontar su dilema
Mariano Rajoy desarrolla su campaña plácidamente. Convencido de que tiene una bolsa de votantes que prefiere la corrupción del PP a cualquier otro experimento, deberá afrontar el dilema de aceptar el veto de Albert Rivera o atrincherarse en La Moncloa.

España está llena de españoles». La sentencia, de lógica aplastante e inapelable, resume bastante bien el estilo de Mariano Rajoy a la hora de afrontar la campaña. Si España está llena de españoles, es lógico pensar que los españoles amarán a España y, por lo tanto, quien insista en ver los dramas en lugar de su grandeza es que no es buen español, por lo que no merece la confianza de los electores. Con Manolo el del Bombo de baja por enfermedad, el todavía inquilino de La Moncloa se ha rodeado de todo tipo de elementos bucólicos, paisajísticos y gastronómicos, como si la carrera hacia las urnas fuese un paseo por Fitur. En Tutera (Euskal Herria), emocionado con la españolidad de las alcachofas. En Asturies, a punto de pintar la rojigualda a las vacas, que pastaban igual que él mira a la política, dejando que todo transcurra plácidamente.
Una de las claves de la campaña del PP me recuerda a un capítulo de ‘‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’’. Paralizados ante un inicio de legislatura a la defensiva, Leo McGarry, jefe de Gabinete del presidente de EEUU, Joshia Bartlett, plantea como estrategia: «Dejad que Bartlett sea Bartlett». Sin complejos. En ese caso ocurre lo mismo. «Dejad que Rajoy sea Rajoy». Confiado en que existe un importante bloque de derecha social que tragará con cualquier cosa antes de que «vengan los rojos», el jefe de Gobierno en funciones solo tiene que presentarse de forma campechana, cercana, a veces torpe pero buena gente. Un español medio para ese grueso de votantes, todavía mayoría, que lo último que desean es que les vengan ahora con cosas raras.
Escribía Suso del Toro en «Eldiario.es» que el carburante de la derecha española es «una fe nacionalista y reaccionaria, un españolismo tan exaltado como acomplejado e ignorante». A esto hay que añadirle que el votante medio del PP es conservador en el sentido más estricto de la palabra, en términos casi biológicos, ya que arrasa en las franjas de mayor edad. Un segmento poblacional que, como demuestran todas las encuestas, sigue siendo el que más acude a las urnas. Que no se me malinterprete. Por estar cerca de la jubilación uno no se vuelve más de derechas. Pero las estadísticas muestran que si el PP sigue imponiéndose es, precisamente, por el apoyo de los mayores. En honor a la verdad, la brecha generacional existe en los dos bloques y beneficia al PP respecto a Ciudadanos y al PSOE en comparación con Podemos.
Este «virgencita, virgencita, que me quede como estoy» serviría para explicar por qué los casos de corrupción ya están amortizados para Rajoy. Quienes le dieron un voto de castigo ya huyeron hace seis meses. Y es posible que algunos de ellos vuelvan, con el rabo entre las piernas, admitiendo que en Génova tienen pecado pero que, al menos, son ordenados y evitan que el guirigay se extienda.
Con todo, Mariano Rajoy también tendrá su dilema. Albert Rivera, que debería ser su aliado, dijo ayer contundentemente que no le dará su apoyo ni por acción ni por omisión. Que o se marcha o no habrá pacto entre PP y Ciudadanos. ¿Tendrá fuerza suficiente el líder del partido naranja, aliado con quien mande entonces en el PSOE, para exigir la cabeza de Rajoy como ofrenda? El líder del PP ha logrado blindar su mandato de tal manera que no hay sucesor a la vista. Y una de sus grandes virtudes es ser terriblemente predecible. No esperen cosas raras.

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