Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Dioses de Egipto»

Reinvención a capricho de los antiguos mitos faraónicos

Si hay que hablar de mitos, mejor empezar por los cinematográficos, que se levantan con la misma rapidez con que son destruidos. A Alex Proyas le han dado golpes por todos los lados a cuenta de “Dioses de Egipto”, pero no deja de ser el mismo cineasta al que dentro de la subcultura del videoclub se le rindió culto por títulos fantásticos más oscuros como “El Cuervo” (1994) o “Dark City” (1998), y algo menos por su adaptación de “Yo, robot” (2004). En realidad siempre ha sido un creador de imágenes de dudoso gusto, y al querer reivindicar su origen egipcio, reinventando libremente los antiguos mitos faraónicos, le ha salido su lado más hortera, con una propensión irrefrenable hacia los colores dorados y una estética indefinida a medio camino entre el “peplum” clásico y el videojuego de acción.

Lo que vemos hace pensar más en la mitología grecorromana más que en la egipcia, y todo viene de la asimilación de los dioses helenos y romanos por parte del conocido manga japonés “Caballeros del Zodiaco”, que ha servido de inspiración icónica a Alex Proyas. Esto tiene dos caras, porque la mencionada similitud aparece cuando hay una transformación bélica mediante formas de divinidades aladas, mientras que en su fase de aspecto humano son unos gigantes de ocho metros que diríanse sacados de los efectos visuales del maestro Ray Harryhausen, cambiando las técnicas artesanales de antaño por las digitales de ahora. Y aunque el cineasta australiano regresó a las Antípodas para rodar con el equipo de George Miller en “Mad Max: Fury Road” (2015), los resultados no tienen nada que ver, y se producen constantes desajustes de proporciones entre el héroe mortal y esas grandes moles con las que comparte planos.

El único que se salva dentro de tan pobre espectáculo es Geoffrey Rush, como un dios Ra condenado a combatir al demonio Apofis eternamente.