Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Gigantes que vuelan solos

Leer a Roald Dahl (Llandaf, 1916) es un placer, sus relatos tienen profundidad sin ser ostentosos, fluyen. Bajo el paraguas de una despreocupación humorística, viajan lejos de la realidad más prosaica. El piloto inglés es una de esas maravillosas aves raras de la literatura. No me imagino a Dahl volando y enlazando las tramas narrativas de sus historias, entre otras razones porque era complicadísimo que un hombre de su estatura no pensara en otra cosa que no fuera la incomodidad de viajar en un Hurricane o en un Gladiator. Parece obvio que mantener la mente en las nubes hubiese sido, en su caso, una decisión kamikaze. La Segunda Guerra Mundial le atrapó en Kenia y nada más entrar en el Ejército su misión fue “detener alemanes”. ¿Cómo salir de esa penosa tarea? Pues haciéndose miembro de la RAF (Royal Air Force). Una vida de película, abonada de misiones imposibles, derribos incluidos, en la autobiografía “Volando solo”, Dahl nos acerca una selección de momentos vitales, de recuerdos que, como él mismo anuncia, buscan alejarnos de una lectura aburrida. El cine (y él mismo) ha llevado en numerosas ocasiones sus relatos a la gran pantalla; entre las adaptaciones mas logradas destaca “Fantastic Mr Fox”, de Wes Anderson. El último en recordar a Dahl ha sido Steven Spielberg. Partiendo de uno de sus cuentos, Spielberg ha creado “El gran gigante bonachón”, una película que según el propio director «es una historia sobre el poder de la imaginación». Lejos de las películas de animación menos sugerentes del imperio Disney, el realizador ha construido una película tierna y visualmente espectacular que, probablemente, no acierte con un público poco dado a lo que el norteamericano entiende por delicadeza. Mark Rylance, el gigante y actor principal, en cambio, ya es parte de la historia del cine.