Miguel FDEZ. IBÁÑEZ
Ankara

La tradición golpista de los guardianes del secularismo turco

Desde 1960, el Ejército ha cambiado el rumbo de Turquía en cuatro ocasiones. La inestabilidad derivada de la lucha entre comunistas y panturcos y el auge del islam político fueron la excusa para unas asonadas que no solucionaron los problemas de una polarizada sociedad.

El día 15 de julio de 2016 será recordado en Anatolia como aquel en el que los uniformados no pudieron derrocar a un Gobierno electo, el del islamista Recep Tayyip Erdogan. Pero hasta esa fecha, los herederos de Mustafa Kemal Atatürk alteraron la voluntad popular del país hasta en cuatro ocasiones, en algunos casos amedrentando a los gobiernos sólo con su simple voz. Las consecuencias de las asonadas, con la creación de un Estado bicéfalo de carácter represivo, parecen demostrar que un autoritario líder electo es preferible a un uniformado autoritario.

La primera irrupción del Ejército fue en 1960, durante el Gobierno de Adnan Menderes, una de las figuras más controvertidas del Estado turco. Querido por los piadosos y enemigo del kemalismo, su caso tiene similitudes con Erdogan: una primera etapa democrática y una segunda, autoritaria.

Menderes y su Partido Democrático (PD) obtuvieron un triunfo arrollador en los primeros comicios realmente democráticos de Anatolia, los de 1950. Antes, la República sólo había conocido las directrices de la formación heredera de Atatürk, el Partido Republicano del Pueblo (CHP). En el contexto de la Guerra Fría, Menderes dirigió la primera relajación en las restricciones religiosas, reabriendo miles de mezquitas y legalizando la llamada al rezo en árabe, y aceptó la entrada de Turquía en la OTAN en 1952. Desde entonces, los altos mandos del Ejército comenzaron a formarse en EEUU. Esta tradición reforzaría las dudas sobre el papel en la sombra de Washington, proclive a las dictaduras como freno al avance comunista.

Las exitosas políticas de tono liberal enfocadas al campesinado, antaño olvidado por la élite industrial kemalista, reforzaron el poder de Menderes. Pero la característica dicotomía de las dos Turquías se elevó cuando Menderes comenzó a abrazar el autoritarismo: cerró los diarios críticos, presionó a la oposición a través de comisiones especiales –tahkikat komisyonu– y no atajó la corrupción. Para intentar paliar la compleja situación política del país, además de para beneficiar al antiguo orden kemalista, los militares, dirigidos por el general Cemal Gürsel, protagonizaron la primera asonada de la República el 27 de mayo de 1960.

Un año más tarde, los golpistas colgaron a Menderes y a otros miembros del PD. Cemal Gürsel fue nombrado presidente, primer ministro y ministro de Defensa. El militar mantuvo el cargo de presidente hasta 1965, época en la que Suleyman Demirel accedió al cargo de primer ministro. Seis años más tarde, el 12 marzo de 1971, los guardianes del secularismo protagonizaron el conocido como «golpe del memorándum», en el que con la lectura de un simple documento derribaron a un Gobierno que «ha empujado a nuestro país a un periodo de anarquía y fratricida agitación social y económica. Por eso, las Fuerzas Armadas, cumpliendo con su deber de proteger a la República, tomarán el poder».

El comunismo

La asonada, cuyo objetivo era recuperar la estabilidad de un país azotado por la crisis económica y los enfrentamientos entre grupos comunistas y nacionalistas panturcos, no logró más que aumentar la polarización, como se vería más adelante con el repunte de los combates en las principales ciudades turcas. «El levantamiento de 1971 se hizo para erradicar a los movimientos de izquierda. Sin embargo, no lo consiguieron», destaca Fikret Baskaya, escritor e intelectual turco.

El periodo entre 1965 y 1975, uno de los más turbulentos dentro de la Guerra Fría, es recordado como el de los grandes nombres comunistas de Anatolia: Ibrahim Kaypakkaya, muerto en 1973 mientras escapaba de los militares, fundó el Partido Comunista Marxista-Leninista; y Deniz Gezmis, ejecutado por los golpistas, es el líder estudiantil de referencia para la nueva izquierda turca.

Las escaramuzas dirigidas por los Lobos Grises, apoyados por los distintos gobiernos, convirtieron Turquía en un lugar inhóspito, con muertes diarias y atentados. Las consecuencias de la represión militar que siguió a la asonada dejó el primer gran éxodo pos-Atatürk: los alevíes, que en general abrazaron el comunismo, huyeron hacia Europa.

La profunda crisis política de los años 70, en los que se cambió de primer ministro en once ocasiones, tuvo una de sus principales orígenes en los militares: las decisiones del Parlamento tenían que ir en concordancia con los deseos de los uniformados. El 2 de diciembre de 1972, el embajador de EEUU, William J. Handley, se reunió con Suleyman Demirel, quien reconoció el daño provocado por los militares a las instituciones públicas. Para explicar la compleja toma de decisiones durante el posgolpismo, Demirel usó la palabra «hermafrodita», en referencia a un Estado que no era enteramente gobernado ni por militares ni por políticos.

Esta bicefalia dilató la crisis social. A finales de los 70, las reformas eran bloqueadas en un Parlamento que no logró establecer una coalición. En la calle, los atentados se unían a las luchas diarias mientras el vecino Irán vivía la revolución islámica. En este contexto llegó la más cruel de todas las asonadas: la del 12 de setiembre de 1980, dirigida por Kenan Evren y apoyada por EEUU.

«Fue un punto de inflexión. Los americanos convirtieron Turquía en un representante del neoliberalismo. El Estado estableció un régimen basado en el terror y ahí está la gran diferencia con los anteriores golpes de Estado», explica Baskaya.

Aquel golpe dejó una marca imborrable en el estamento militar y la sociedad turca. Más de 50 personas fueron ejecutadas y 600.000, arrestadas; la tortura fue una práctica común y hubo centenares de desaparecidos. Estas acciones tuvieron una especial influencia en el movimiento kurdo. La combinación de las ideas de tono comunista de las anteriores décadas se unieron a la trágica coyuntura que vivía Kurdistán Norte. Esa época, en la que la mayoría de los movimientos de izquierda se diluyeron en un mar represivo, fue la de la aparición, en su forma armada, del PKK.

Ismail Yilmaz, un ciudadano turco de 65 años, dice no acordarse de las anteriores asonadas, pero asegura que nunca podrá olvidar a Evren: «Los militares llegaron de madrugada, controlaron a los diputados y luego torturaron y torturaron. Evren era un sanguinario que disfrutaba arrebatando el honor a las personas. Sus soldados desnudaban a los hombres, violaban a las mujeres, encarcelaban a cualquiera y torturaban a todo el mundo».

En 2009, cuando Erdogan comenzó su ofensiva para juzgar a los militares, Evren defendió su criticada asonada: «Me gustaría recordar aquellos días –finales de los años 70– a quienes quieren llevarme ante un juez. Cada día 20 o 25 personas eran asesinadas. La Policía no podía entrar en muchos barrios. ¿Piensan que hicimos la asonada por nada?».

Tras varios años de purga y prohibición de partidos políticos, Turgut Özal se convirtió en el líder turco en 1983, aunque el Estado «hermafrodita» continuó hasta 1989, cuando Evren dejó el cargo de presidente.

Özal encabezó una nueva época de aperturismo religioso para continuar con la lucha contra el comunismo e intentó solucionar el conflicto con el PKK. Su muerte en extrañas circunstancias, en abril de 1993, dio paso al periodo más oscuro en Kurdistán Norte. Las teorías conspiratorias dicen que fue envenenado por su interés en solucionar la causa kurda. Eso es lo que también cree Yilmaz: «Nadie esperaba la llegada de Özal. Era un hombre duro que plantaba cara a los militares. Por eso, y por querer la paz con los kurdos, fue envenenado».

El islam político

En Turquía, ser un político abiertamente musulmán nunca ha sido fácil. El caso del gran líder del islam político, Necmettin Erbakan, lo refleja a la perfección. Después de ser la fuerza más votada en las elecciones de 1995 y formar una coalición en 1996, el Ejército forzó entre los bastidores del Parlamento la dimisión de Erbakan. El Consejo de Seguridad Nacional, reunido el 28 de febrero de 1997, recomendó un cambio en el Gobierno por la supuesta agenda islámica. En el conocido como «golpe posmoderno», los partidos de la coalición retiraron su apoyo a Erbakan.

«Nadie lo sintió. Hubo nuevas elecciones y poco más. La cabeza de Erbakan era muy buena, pero tenía miedo de hacer lo que hizo Erdogan. Conocía muy bien la represión del kemalismo y tuvo que dimitir cuando le tendieron una trampa entre los otros políticos y el Ejército», recuerda Yilmaz. «Se puede decir que el golpe de Estado de 1997 se parece al de 1971. Es evidente que el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) está en deuda con la asonada de 1997», añade Baskaya.

La ilegalización de la formación de Erbakan daría paso al nacimiento del AKP de Erdogan, quien supo compaginar la agenda islámica con las ideas neoliberales. Junto a Fethullah Gülen, el primer objetivo de su interesada amistad fue el Ejército. En 2008, los fiscales gülenistas dirigieron la caza de brujas con los casos Ergenekon y Balyoz, en los que importantes militares fueron acusados de planear un golpe. En 2010, el pueblo turco aceptó en referéndum un cambio constitucional para abolir la inmunidad de los golpistas. Y en 2012, comenzó el juicio contra Kenan Evren, quien nunca se retractó de sus acciones y fue condenado a cadena perpetua, perdió todo rango militar y ninguna figura política acudió a su funeral. Ahora, tras la fallida asonada, las academias militares serán cerradas y las Fuerzas Armadas dependerán del ministro de Defensa. En la purga, más de 3.000 soldados han sido despedidos, incluido un tercio de los generales y almirantes del país. Erdogan pretende erradicar la independencia de los uniformados mientras limpia la influencia en el Ejército de Gülen, quien en los 80 comenzó a infiltrar a sus simpatizantes y, en la última década, colocó a los altos mandos que protagonizaron el fallido golpe de Estado del pasado día 15.