Miren SÁENZ
natación

Phelps, más viejo y más grande

El deportista más premiado del olimpismo alcanza los 21 oros tras recuperar el título más deseado enlos 200 metros mariposa y un rato después ganarcon el relevo estadounidense el 4x200 metros libre. Es el primer campeón olímpico de 31 años en natación. Llegó a Río con 22 medallas y ya tiene 25.

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Michael Phelps sigue maravillando con sus logros, y a su interminable lista de récords desde ahora hay que añadir uno más. Ningún nadador había ganado un oro con 31 años, así que también es el primer campeón olímpico treintañero de la natación. El deportista más premiado del olimpismo está desafiando al paso del tiempo de forma insólita. Su colección se renueva con cada una de sus apariciones y cada vez es más valiosa.

En la noche del martes, madrugada del miércoles en Euskal Herria, fue capaz de colgarse dos medallas de oro en una hora y van 21 del metal más codiciado para un total de 25 –dos platas y dos bronces–. Todavía puede encarecerlo un poco más, le faltan los 100 metros mariposa y los 200 estilos y quizás el relevo de 4x100 metros estilos, la prueba que clausurará la competición el sábado como broche triunfal a una trayectoria única. Poniéndose en lo mejor podría llegar a los 24 títulos o las 28 medallas. Se verá esta semana. Aunque, incluso fallando en sus otras pruebas, nadie cuestionaría su talento, capacidad de competir y aguante.

Phelps salió airoso y completamente agotado de su jornada más complicada, en la que empezó por recuperar el oro en los 200 metros mariposa, su prueba fetiche, y terminó rematando con el relevo largo.

La trayectoria olímpica de Phelps está íntimamente ligada a esta disciplina singular que se lo ha dado todo. En ella consiguió su primer récord del mundo en 2001 y los ocho últimos le pertenecen. Tenía 15 años cuando consiguió clasificarse para Sidney’2000, precisamente gracias a los 200 metros mariposa, la ganó en Atenas’2004 y en Beijing’2008 y la perdió en Londres’2012 por 5 centésimas ante el sudafricano Chad Le Clos. Todavía le escocía. La ha recuperado en la piscina carioca, peleando en el agua contra algunos de los mismos asistentes que vivieron sus grandes momentos, mezclados con otros mariposistas de nueva generación.

La carrera reunía todos los ingredientes para ser uno de los “momentazos” de los Juegos y no defraudó. Para prolongar la intriga hubo incluso una salida falsa. Solventado el incidente, volvían a situarse en los poyetes y se lanzaban al agua. Phelps, por la calle 5 empeñado en reconquistar el título que le arrebató Le Clos, ubicado en la calle 6; y en medio el joven húngaro Tamas Kenderesi, que en las semifinales se había merecido el derecho a nadar en la calle 4.

El otro húngaro de la carrera era Laszlo Cseh, que lleva enfrentándose a Phelps desde el Mundial de Barcelona’2003, no el de 2013 donde el estadounidense ya se había retirado para regresar un año después. Cseh lleva 13 años sumergiendo su cabeza afeitada en la alta competición. Es otro veterano de 30 años riéndose del paso del tiempo. Campeón mundial en Kazán, a donde no acudió Phelps como castigo por dar positivo en un control de alcoholemia, fue el único que en los primeros 50 metros se adelantó por un instante al mito.

Después pagó cara su osadía y terminó séptimo. Phelps sacó el tiburón que lleva dentro y se mantuvo al frente toda la carrera. Tampoco Le Clos –que cambió el oro olímpico por la medalla de chocolate– resultó una amenaza, aunque sí lo fue el japonés Masato Sakai, que se iba acercando peligrosamente a medida que el recordman empezaba a perder fuelle. El último largo del nipón fue de enmarcar; pasó de la sexta plaza a la medalla de plata. La voracidad del de Baltimore pudo más. Ganó al nipón por 4 centésimas y a Kenderesi por 6, y ambos le escoltaron en el podio.

Segundo trabajo

Fue allí cuando un Phelps con los ojos humedecidos tuvo que recurrir a la risa para que no se le escaparan las lágrimas. Al bajar hizo esperar a sus jóvenes acompañantes para acercarse a saludar a su familia, la más conocida de la natación y ahora que ha crecido aún es más mediática. Les dio igual, el húngaro sujetaba el bronce admirado tocando a su ídolo y Sakai guardaba perfectamente las formas.

A Phelps le quedaba otro trabajito para remotar una jornada tan agotadora como maravillosa. Sus compañeros Conor Dwyer, Townley Haas y Ryan Lochte, integrantes del relevo de 4x200 metros, le esperaban para completar su otra hazaña.

Su amigo Lochte, el otro Rey Midas de la natación estadounidense de rubio platino, chocaba la mano con Phelps antes de lanzarse en la tercera posta sufriendo para pasar el testigo a su compañero de fatigas, aunque el oro estaba a salvo.

La megaestrella tocaba la pared mientras esperaba a Guy, el último relevista del equipo británico que se llevó la medalla de plata. El bronce fue para los sorprendentes japoneses que superaron sin miramientos a Australia y Rusia.

Cansado pero contento

Pocas veces se ha visto a un Phelps tan cansado y tan feliz. Con su torso repleto de las marcas que le deja el cupping –esa práctica de fisioterapia destinada a aliviar dolores y molestias, que abundarán en el castigado cuerpo de la estrella y seguro que pone de moda– le cuesta creer hasta donde ha llegado. «Es un enorme paquete de medallas, es casi irreal», bromeó al respecto. También reconoció que cuando volvió a entrenar en 2014, dos años después de su retirada, le dijo a su entrenador de siempre Bob Bowman, que sobre todo necesitaba recuperar el oro en los 200 metros mariposa.

«Yo deseaba muchísimo volver a tener de vuelta esta medalla. No me importa el crono, estoy feliz de haber ganado», comentó en sala de prensa después de su doble victoria. Antes de irse a descansar confesó algo que era obvio: «Estoy muy fatigado...», y así hasta el sábado.

 

Segundo oro de Ledecky, tercero de Hosszu

Katie Ledecky y Katinka Hosszu vivieron otro momento de gloria. La estadounidense se colgó su segundo oro y un rato después la húngara sumó el tercero. Las dos están haciendo méritos suficientes al título honorífico de nadadora más valiosa del certamen, traducidos en metales pero también en marcas: un récord del mundo para cada una y un par de olímpicos para la magiar en el ecuador del torneo.

Ledecky y Sarah Sjostrom se cruzaron en los 200 metros libre y salieron reforzadas. Una fondista y una velocista pura, cuyo estilo favorito es la mariposa, se merendaron a las especialistas de este sprint contenido y depararon una final mejor que la masculina. La plata fue para Sjostrom, la sueca que avisó a la estadounidense de que no se lo iba a poner fácil y cumplió. Ambas afrontaban su prueba más complicada, la de Washington terminó con marca personal (1.53.73) a 75 centésimas del exigente récord de la gran Federica Pellegrini, unos 1.52.98 pertenecientes a la era del poliuretano. La abanderada de Italia es una referencia del 200 libre, asistió al duelo desde atrás y la australiana McKeon le dejó sin podio. Se llevó un disgusto.

Muy decepcionada, la plusmarquista relataba sus impresiones en Instagram y el esfuerzo invertido. «Los llantos por los dolores y por la fatiga, despertarse por la mañana tras siete horas de sueño y sentirte como si te hubieran dado puñetazos ¡Cuánto cansancio! Si, tengo 28 años... bla, bla, bla... Pero aún creía, he combatido con todo lo que contaba y desgraciadamente he perdido. Quizá es tiempo de cambiar de vida, quizá no. Lo cierto es que pocas veces me he sentido tan mal».

Después, Katinka Hosszu –campeona mundial y europea; y plusmarquista desde el año pasado de los 200 metros estilos–, sumó el único título que le faltaba en la disciplina y el más importante para añadirlo al de 400 estilos y al de 100 espalda. La húngara acabó justita, la británica O’Connor le pisaba los talones y aunque tocó la pared con récord olímpico solo le sacó tres décimas a la medallista de plata. Por sexta vez consecutiva la vencedora en el 400 estilos repite en el 200. Su predecesora en Londres, Ye Shiwen, no ha vuelto a ser lo que fue. Se hundió en las series del 400 y luego vio como Lady Iron destrozaba su récord. En el 200, la china entró en la final, pero terminó la última. M.S.