Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Secuestro»

Una mujer entre madre coraje y abogada chanchullera

Lejos quedan ya los tiempos en que se hablaba de la “España de pandereta”, ahora manda la de las corruptelas y la de “yo por mi hija mato”. Esa es la que precisamente refleja el thriller de suspense “Secuestro”, y al igual que sucede con la vida real en precario del ciudadano medio, la película que le hace justicia es también un despropósito. Es increíble la facilidad con la que se mezcla la sociedad de los nuevos ricos del pelotazo con la de los bajos fondos y la miseria en canal en un mismo producto audiovisual, que por su factura y melodramatización burda diríase hecho para el medio televisivo, que por algo es la ventana a la que asoman los famosos y menesterosos del esperpento mesetario.

Dice la productora Mar Tarragona que ha vuelto a la realización dos décadas después, tras su un primer intento también fallido con “Muere mi vida” (1995), porque en el guion del especialista de suspense Oriol Paulo latía el tema de la maternidad. Tiene que haber algo más detrás de esta decisión tardía, porque es justo el personaje central el que peor tratado está. Es raro que una actriz tan curtida como Blanca Portillo pierda los papeles, y si se muestra exagerada en los momentos claves tal vez sea debido a que no ha sido bien dirigida. O eso, o pesa mucho el tiempo que lleva sin hacer cine de entidad, refugiada en series televisivas poco o nada exigentes.

No convencen las situaciones que le toca protagonizar, y es que a cada minuto que pasa se ve envuelta en una maraña que no hay quien la desenmarañe. Le pierde el instinto de madre protectora y se va liando cada vez más, con lo que su condición profesional de abogada va viéndose comprometida, bien por un exceso de ambición, bien por su relación con la delincuencia a todos los niveles. Y encima el actor infantil Marc Domènech le sale respondón, debido a que es un niño sordo de nacimiento acostumbrado a la expresión no verbal.