Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Sing Street»

Ser joven en los años 8o merecía mucho la pena

Por mucho que los que fuímos jóvenes en los años 80 renegemos de la nostalgia e intentemos vivir el presente, no podemos escapar a la moda revivalista ochentera que ya va para largo, y que tiene un gancho y un atractivo innegables. Pero ninguna película musical ha captado como “Sing Street” la esencia generacional de aquella década, tanto que me parece la mejor creación del irlandés John Carney hasta la fecha, incluso por encima de sus anteriores “Once” (2006) y “Begin Again” (2013).

“Sing Street” posee todo lo que hace especial al género melómano, que es su sencillez argumental, su genuino toque romántico y su extraordinaria banda sonora. Para situar la época suenan de fondo canciones muy identificables de Duran Duran, Spandau Ballet, Robert Smith, The Cure, Joe Jackson, The Jam, The Clash, Motörhead, Phil Lynott, Harold Faltermeyer, M (Robin Scott), Genesis y Daryl Hall & John Oates. El verdadero encanto de la película está en que las composiciones originales no desentonan junto a las ya conocidas, y se adecúan de modo muy creíble al tipo de música que haría un grupo joven que empezaba entonces. Ahora bien, el mayor acierto está en los videoclips que hacen esos estudiantes dublineses con medios improvisados, y que recrean al nivel más elemental los primeros clips que llegaron a las televisiones a principios de los 80.

El protagonista adolescente y sus compañeros de instituto son como una esponja que absorbe todas las influencias del momento, por lo que van imitando sobre la marcha el sonido y la imagen predominantes, con un sentido de la estética puramente intuitivo. Como es lógico, no terminan de definirse, y así pasan del look de los Nuevos Románticos al rollo siniestro, como si tal cosa. Al fin y al cabo el chico monta el grupo con el único objetivo de ligarse a la chica de sus sueños, que quiere ser modelo y posa ante la cámara.