Mikel ZUBIMENDI

Sobre la mesa negociadora del Brexit no habrá dulces, «solo sal y vinagre»

Entre reveses judiciales, caída de la libra y la ansiedad de los grandes bancos, el plan para materializar el Brexit sigue sin concretarse. Nadie está seguro de nada y todo está abierto a la interpretación.

La ansiedad de los grandes bancos, la falta de un plan exhaustivo, de propuestas concretas para la desconexión, una libra esterlina en caída libre –depreciada un 17% respecto al dólar desde que el Brexit se votara en junio– y primeros datos de inflación, judicialización sobre la legalidad del proceso, anuncio de un proyecto de ley para un segundo referéndum de independencia de Escocia antes de que Gran Bretaña salga de la Unión Europea en 2019... en esta atmósfera transpira la propuesta de Theresa May de pulsar en marzo del año que viene el botón del Brexit.

Y a todo esto hay que sumar otros elementos. A saber, las divisiones en el seno del Gobierno en torno a cuál debe ser la posición negociadora británica ante la UE y el anuncio por parte de esta de que no habrá un Brexit suave, sin pagar ningún precio. En palabras de Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, será un «Brexit duro o no será Brexit». En otras palabras, que los británicos no pueden esperar que la UE les ofrezca dulces sobre la mesa de negociación, sino al contrario, que habrá «sal y vinagre» para todos.

Alemanes y franceses llevan tiempo advirtiendo a los británicos que tendrán que pagar un alto precio. Sin ir más lejos, el presidente francés, François Hollande, fue explícito hace unos días a este respecto. «Tiene que haber una amenaza. Tiene que haber un riesgo. Tiene que haber un precio. De lo contrario, nos encontraríamos ante una negociación que no puede acabar bien para Europa».

Brexit severo vs Brexit flexible

Desde que la primera ministra May anunciara que invocaría el artículo 50 a finales de marzo, señalando así formalmente la salida de la UE y comenzando una negociación que duraría dos años con los 27 exsocios europeos sobre los términos y el costo del Brexit, las aguas vienen muy agitadas. A la caída de la libra esterlina y la «amenaza» por parte de grandes bancos que operan en la City –y representan casi un 10% del PIB– de que moverán sus sedes –se dice que a Dublín o a Frankfurt– para seguir siendo parte de la UE, se le ha unido el problema de la legalidad del procedimiento.

La Corte Suprema de Justicia ha dictado que el Gobierno no tiene autoridad legal para usar los poderes de las prerrogativas reales para pulsar el botón del Brexit sin tener la aprobación del Parlamento. Por tanto, este debe ser consultado sobre todos los aspectos de la negociación.

Este fallo ha minado considerablemente la posición de una May partidaria de decretar el silencio durante las negociaciones y evitar el comentario diario en torno a las mismas. Teniendo en cuenta su exigua mayoría con una diferencia de 12 escaños, esto la deja expuesta frente a la construcción de nuevas transversalidades, de nuevas mayorías intraparlamentarias que tanto el líder laborista, Jeremy Corbyn, como la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, se afanan en impulsar.

Entre los conservadores tampoco existe una sintonía clara sobre el alcance del Brexit. El «Brexit means Brexit» que popularizó una May que puso entre sus ministros más poderosos a defensores de un Brexit claro y fulminante –fin de una inmigración sin límites desde la UE, dejar el mercado común o incluso la unión aduanera con el resto de socios europeos– tiene entre sus propias filas otras voces que interpretan de otra forma su significado. El poderoso ministro de Economía, Philip Hammond, se muestra radical en la defensa del mantenimiento de un área común de libre comercio y de la protección de un sector servicios que representa el 80% del PIB británico.

Todo abierto a interpretación

Ante el varapalo judicial, el secretario del Gobierno para el Brexit, David Davis, ha sido claro: si debe haber un escrutinio parlamentario para salir de la UE, que lo haya; pero avisa «que de ninguna manera se permitirá a nadie vetar la decisión del pueblo británico».

Así las cosas, como subrayan muchos analistas, se sabe tanto como se sabía la mañana siguiente al referéndum del Brexit en torno a cuál será el plan concreto de para ponerlo en marcha. Abundan los consejos, las implicaciones y las sugerencias sobre cuáles deben ser las prioridades aunque solo sea para revelar lo poco seguros que están todos sobre su plasmación y lo abierto que esta todo a la interpretación.