Mikel CHAMIZO
Opera

Cajas y colores para la correcta Cenicientaoperística de la ABAO

Tras el boato escénico del anterior título de la ABAO –“Lucrezia Borgia”, que inauguró la temporada lírica bilbaina en octubre– fue realmente chocante entrar en el Euskalduna y ver el escenario preparado con un conjunto de telas de colores y cajas de madera, más propias de una función escolar que de un coliseo operístico. Pero esto no fue más que el golpe de efecto de los responsables de la producción, Jean Philippe Clarac y Oliver Deloeuil, que tras la obertura fueron transformando el espacio escénico mágicamente con elementos tan banales como coloristas, con una estética a medio camino entre “Dogville” y “Charlie y la fábrica de chocolate”. La propuesta era francamente arriesgada, pero la buena realización nos hizo comprar el engaño de que la escalera era un trono o que los globos eran caballos. Esta fantasía visual ayudó, además, a subrayar el carácter de cuento de hadas de la fábula de Cenicienta.

En este marco se movieron a sus anchas los personajes, vestidos de jugadores de polo y de muñecas peponas, con una dirección de actores que apostaba claramente por la parte más cómica y frívola de la obra, preocupándose menos del mensaje moral. Aunque lo habitual sea comenzar por los protagonistas, los roles más memorables de la función fueron, en este caso, los antagonistas de Cenicienta: Marta Ubieta y María José Suárez, brillantes como Clorinda y Tisbe, las atolondradas hermanas presuntuosas; y el padre mezquino, Don Magnífico, bordado por Bruno de Simone, un cantante actor que lleva la comicidad del teatro napolitano en los genes. Destacó asimismo el Dandini de Paolo Bordogna, lleno de esa chispeante energía que deben tener los criados de las óperas rossinianas, aunque se expuso demasiado en algunos pasajes de coloratura que iban al límite de sus posibilidades vocales.

Edgardo Rocha tenía la ingrata tarea de sustituir al que iba a ser la gran estrella de estas funciones, Javier Camarena, y no lo hizo mal: su timbre es hermoso y su línea de canto muy elegante, pero hubo en él una especie de timidez que no le permitió lucirse del todo. Josè Maria Lo Monaco, por último, cantó el dificilísimo papel de Angelina objetivamente bien, salvando las mil y unas diabluras técnicas que le exige Rossini. Sin embargo, y probablemente debido a lo endeble de sus registro grave, faltó garra y personalidad en su recreación. Esa fue, en realidad, la sensación general de todo el espectáculo: que todo estuvo en su lugar pero nada llegó a deslumbrarnos. La presencia de una gran estrella suele propiciar que todo el elenco se crezca, y la ausencia de Camarena se notó.

Honi buruzko guztia: Opera