Dabid LAZKANOITURBURU
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GUERRA EN SIRIA

Paisaje después «de la madre de todas las batallas» de Alepo

Las fuerzasleales a Al Assad han logrado una importante victoria militar. Lo han hecho a costa de dejar en ruinas Alepo Oriental. Y todo apunta a que no es esta la única hipoteca de cara al futuro del país

La victoria de las fuerzas leales a Damasco en Alepo marca un antes y un después. Al expulsar a los rebeldes del este de la capital económica de Siria, Al-Assad consuma el control de las cinco principales ciudades del país (Homs, Hama y Lattaquia, además, por supuesto, de la capital, Damasco); a saber, la Siria útil.

La derrota de los grupos rebeldes de Alepo que controlaban desde 2012 más de un tercio de la ciudad, y que aspiraban a convertirla en la capital de la futura Siria, confirma su incapacidad política como alternativa al régimen de Damasco y ahonda en su incapacidad militar.

Alepo viene a ratificar que nunca serán capaces de ganar la guerra. Confinados en su plaza fuerte en la provincia de Idleb, en la frontera con Turquía, todo apunta a que las tropas leales al presidente Al Assad se concentrarán en expulsar a los rebeldes de sus reductos en la provincia meridional de Deraa y en Ghuta, en la periferia de Damasco, donde la táctica de tierra quemada les está obligando a rendirse a cambio de permitir su evacuación. Sin suficientes combatientes y con cada vez menor espacio geográfico para ofensivas de envergadura, los rebeldes dependen y dependerán cada vez más del apoyo exterior.

Y la falta de este, evidenciadaen el silencio cómplice –o negociado con Rusia– de Turquía cuando sus patrocinados rebeldes estaban siendo machacados en Alepo, puede ser decisiva para condenar a la rebelión armada a poco más que una larga pero a la postre irrelevante guerra de guerrillas o de atentados.

Con su victoria, el Gobierno de Damasco, por quien pocos apostaban en 2012 y que estaba totalmente acorralado en 2015, se asegura que ya no perderá esta guerra.

Lo de ganarla ya es otra cosa. Los acontecimientos de los últimos días de ofensiva en Alepo, más allá de triunfalismos, han evidenciado que Al-Assad depende tanto o incluso más que los rebeldes del apoyo exterior.

Deudor sin duda de una Rusia cuya implicación directa en la guerra siria en setiembre de 2015 le salvó cuando estaba siendo sitiado en su bastión alauíta de Lataquia, desde el inicio de la ofensiva sobre Alepo hace diez meses (febrero de 2016) quedó claro quién marcaba el paso no solo de la estrategia militar sino del frente diplomático que, como la política, es la guerra por otros medios.

Y no solo eso. En la ofensiva terreste final, iniciada el 15 de noviembre, la pericia de la organización libanesa Hizbullah para la guerra urbana ha sido decisiva para sojuzgar a los rebeldes, y para impedirles contraatacar.

Pero la reciente huida en desbandada de las tropas que defendían Palmira ante la nueva ofensiva del ISIS evidencia que el Ejército sirio es incapaz no ya de mantener los territorios que ocupa (liberó la «perla del desierto» en marzo) sino incluso de liderar grandes ofensivas terrestres. Si exceptuamos a la Guardia Republicana, comandada por Maher al-Assad (hermano del presidente) y a la Cuarta División Acorazada, que ha participado como refuerzo en la batalla de Alepo, el Ejército sirio tiene escasa capacidad de combate, además de graves problemas de reclutamiento para sustituir a las bajas en combate.

Son el medio centenar de milicias, sirias y sobre todo extranjeras, las que han permitido resistir al régimen. Y dentro de estas últimas, sin olvidar a Hizbulah, el papel de Irán como reclutador de milicianos chiíes de prácticamente todo Oriente Medio hasta Asia Central está siendo decisivo. Al punto de que Teherán ha reivindicado la victoria de Alepo como la confirmación de Irán como la primera potencia regional. Y de que es la negativa de sus milicias a dejar un pasillo de salida para los rebeldes sin contrapartidas para poblaciones chiíes asediadas por estos en Idleb la que está frenando e incluso poniendo en peligro la evacuación de los derrotados en Alepo.

El papel de Turquía, por omisión, impotencia o cálculo, ha sido junto con el de las potencias que en su día apoyaron a los rebeldes, crucial para acelerar su derrota en Alepo.

Mientras los bombardeos rusos y sirios (el Ejército del Aire sirio es otra de las «joyas de la corona» de Damasco) convertían los barrios rebeldes del este de Alepo en un amasijo de escombros para facilitar la ofensiva, el Ejército turco luchaba contra el bastión del Estado Islámico (ISIS) de Al Bab, 40 kilómetros al noreste.

Todo apunta a que el presidente turco Erdogan habría negociado con su homólogo y amigo ruso Putin dejar hacer en Alepo a cambio de tener manos libres en su operación Escudo del Éufrates que, con la excusa de expulsar al ISIS de la zona fronteriza sirio-turca, tiene el objetivo final de dinamitar la consolidación por parte de los kurdos de su territorio autónomo democrático (Rojava).

El tiempo, y el resultado de la cumbre trilateral Rusia-Turquía-Irán en Moscú el 27 de diciembre sobre Siria, dirán hasta dónde llega la entente Putin-Erdogan.

Con Arabia Saudí empantanada en Yemen y con Qatar noqueada por la criminalización de las secciones nacionales de sus patrocinados Hermanos Musulmanes (enviados a las catacumbas en Egipto), los otros valedores de los rebeldes sirios les han dejado en la estacada. EEUU y Jordania les cerraron en mayo la frontera sur y cortaron sus suministros de armas.

La política de contención llevada a cabo por Obama en los últimos años –evidente desde su decisión en verano de 2013 de tragarse su propia línea roja sobre el uso de armas químicas– se ha visto agudizada en pleno período de transición-estupefacción tras el triunfo electoral de Trump, que no ahorra elogios a Putin e incluso a Al Assad mientras arremete, fiel a su islamofobia, contra todos los rebeldes y todos los refugiados.

Otro tanto ha ocurrido con las cancillerías europeas, paralizadas por la ola de atentados del ISIS y por la crisis de refugiados, y que miran por el retrovisor la irrupción de opciones de extrema derecha o de derecha extrema (el candidato francés Fillon) que apuestan sin rubor alguno por el regreso del statu quo de dictaduras y regímenes autoritarios en el mundo árabe.

No hay duda alguna que la progresiva islamización de los rebeldes les ha aislado de los gobiernos occidentales y les ha hurtado las escasas simpatías que pudieran tener en la opinión pública mundial.

Y eso que el frente de Alepo, al contrario que el de zonas como Idleb, contaba con una mayoría de grupos rebeldes adscritos al Ejército Sirio Libre –bien es cierto que la mayoría próximos a los Hermanos Musulmanes (HM), una de las principales organizaciones opositoras–.

Los movimientos de corte salafista como Ahrar al-Sham o yihadista (antiguo Frente al-Nosra-Al Qaeda), no superaban el tercio de los combatientes.

Mucho se ha especulado con el contingente de rebeldes yihadistas de Al-Nosra (rebautizado como Jabbat Fatah al-Sham) en la ciudad. Al principio no eran más de 300, aunque llegaron a 800 después de que en julio rebeldes procedentes de Idleb lograron romper el cerco sobre Alepo Oriental y días después quedaron atrapados en el interior cuando las tropas leales a Al Assad volvieron a cerrarlo.

En todo caso en ningún momento los yihadistas habrían superado el 6% del total de los rebeldes (unos 15.000). Más allá de cifras, y en referencia a la islamización de la revuelta, los analistas discrepan sobre si estaríamos ante una pulsión original o, si se quiere, una deriva interna de la rebelión armada (el anterior precedente de revuelta siria fue protagonizado por los HM en Hama en 1982) o si ese escoramiento hacia posicionamientos ultrarreligiosos fue auspiciado por factores exteriores, entre ellos el grado de violencia de la represión de la revuelta y la falta de apoyo occidental –y su contrapunto de apoyo condicionado de las satrapías del Golfo–.

Si logras definir al enemigo tienes ya la mitad de la victoria. Y hay que reconocer en ello la maestría de la Rusia de Putin.

Labrado en su experiencia de la segunda guerra chechena, el Kremlin fagocitó a la resistencia nacionalista y convirtió la cuestión norcaucásica en un problema «de orden moral» contra el «terrorismo islámico». Pero no solo en ello se percibe el marchamo checheno en la campaña rusa en Siria. La reducción del este de Alepo a cenizas –como los barrios rebeldes de Homs que se rindieron en 2014– recuerda a Grozni.

Nada asegura que el Estado sirio esté en condiciones de reconstruir esas ciudades. Ni siquiera de mantenerlas. Y el haber fiado su supervivencia a las milicias y a los padrinazgos extranjeros amenaza con hipotecar cualquier futuro institucional y autónomo del país.

Los defensores del régimen gritaban «O Al Assad o el caos». Todo apunta a que van camino de lograr ambas cosas. No solo eso. De tanto identificar (apelar) al monstruo (yihadista), el peligro es que este acabe reforzado. Hay analistas que advierten de que cuanto menos futuro tenga la revuelta y sus seguidores, más se reforzarán las apuestas por una «solución» –o Armagedón– final, desde Al Qaeda al ISIS. Este ya ha vuelto a Palmira.

La suspensión de la evacuación y un atentado en Damasco hacen temer que persista el drama

Las fuerzas leales a Damasco suspendieron las evacuaciones aduciendo que los rebeldes pretendían huir con armamento mediano y con rehenes. El opositor Observatorio Sirio de Derechos Humanos señaló que fueron las milicias iraníes las que forzaron el parón después de que los rebeldes salafistas de idleb impidieran la evacuación de enfermos y heridos de las localidades chiíes de Fua y Kefraya.

Un atentado suicida imputado a una niña en una comisaría de Damasco y que dejó tres muertos hacía temer el fin de la tregua y el agravamiento humanitario.GARA