Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La comuna»

Un castillo de naipes colectivo

Por fortuna, Thomas Vinterberg se ha alejado de los cánones dictatoriales impuesto por los principios del Dogma y se ha esforzado en dotar a su nuevo filme de un estilo vital y alejado del tremendismo en su empeño por explorar los límites de una convivencia comunal.

Para ello, el cineasta que nos desarboló emocionalmente con su poderosa “Celebración” se ha basado en su propia obra teatral a la hora de narrar las peripecias cotidianas de un profesor de arquitectura que tras recibir como herencia un caserón, decide instalar en este espacio un punto de encuentro común. Enmarcada en la Dinamarca de los años 70, la película recrea parte de aquellos recuerdos que Vinterberg guarda de su experiencia infantil en una comuna y los transforma en un encadenado de secuencias respaldadas por un argumento resuelto sin excesiva profundidad.

En su conjunto parece que el cineasta en momento alguno pretende dirigir su trabajo hacia un final de apoteosis ética y social lo cual puede llevar a hacernos pensar que su autor se ha encontrado con diferentes dudas durante el desarrollo de una historia que apuesta por la vía fácil y la trampa en su intento por mostrarnos las entrañas de un experimento comunal que nace entusiasta, pero que termina por descubrir los demonios que lo habitan y que adquieren su verdadera dimensión en cuanto hacen acto de presencia los desarreglos derivados de un triángulo sentimental que pone en máxima evidencia la convivencia que es analizada en su cotidianeidad alrededor de una mesa.

Tampoco topamos con un cuidado perfil de unos personajes que parecen maniatados por los caprichos de un guion que en su desesperado intento por dotar de empaque lo que quiere transmitir, se saca de la manga un giro final que acaba por torpedear la frágil estructura sobre la que se sustenta este castillo de naipes comunal.