Víctor ESQUIROL
Crítico de cine

Goya, amigo pesado

Los premios Goya son aquel amigo con el que se repite siempre la misma situación: a pocos minutos de haberte saludado, no ves el momento de buscar una excusa para despedirte de él y empezar a descontar, con terror absoluto, los días que van a pasar hasta el próximo reencuentro. Lo peor de todo es que a las pocas horas de haberle dado la patada en el culo que crees que se merece, en lo más hondo de tu propio ser se empieza a desarrollar un sentimiento que no dista demasiado de la añoranza. Porque en el fondo sabes que le necesitas; porque sospechas que sin él, aquello que más amas (el cine) andaría cojo en lo referente a la difusión, lo cual, nos guste o no, es uno de sus más preciados órganos vitales.

De modo que ahí estábamos «los cuatro borrachos de Twitter» (nombre con el que el tri-presentador Dani Rovira bautizó al colectivo que se regodea en las redes sociales con el malcontento que despiertan los galardones en cuestión), sentados frente al televisor, rezando para que la vergüenza ajena no nos devorara cual banco de pirañas en el Amazonas. Pues al final no fue para tanto. La gala rebajó su habitual tono llorica y dejó para otra ocasión buena parte de sus también característicos complejos frente a cinematografías más potentes. Se quedó todo en poca cosa (Sílvia Pérez Cruz aparte); en algo muy acorde a la industria española. En algo muy sincero.