Pablo GONZÁLEZ
Kiev
TERCER ANIVERSARIO DEL MAIDAN

LOS OLIGARCAS SIGUEN MANDANDO EN UCRANIA

Las peores expectativas se han hecho realidad. El clan del derrocado presidente y oligarca Yanukovich ha sido sustituido por el oligarca y presidente Poroshenko y los suyos. Y la coyuntura internacional, incluida la llegada de Trump, se vuelve contra Ucrania.

En los meses del invierno de 2013/14, Ucrania vivió las mayores protestas de su historia como Estado independiente. El resultado fue la muerte de más de un centenar de personas en Kiev, la capital del país, y la huida del presidente Viktor Yanukovich. Tres años después persisten los mismos problemas que hicieron posible el Maidán y no parece que los presagios para el año 2017 sean demasiado positivos.

La acumulación de poder, tanto político, como económico por parte del clan cercano a Yanukovich ha dado paso a una situación casi calcada protagonizada esta vez por Petro Poroshenko y los suyos. El presidente ucraniano no solo no ha cumplido sus promesas de vender sus empresas cuando fuera elegido, sino que paso a paso va acumulando el poder en sus manos, sin renunciar a los vicios que se le criticaban al anterior gobernante. Sigue acumulando empresas, controla a los jueces y los servicios de seguridad, y su hijo es un destacado diputado del Parlamento del país. Tras una revolución, o golpe de Estado según a quién se pregunte, Ucrania se vuelve a encontrar prácticamente en el punto de salida.

Aunque sería injusto decir que el país es igual que entonces. Ha habido algunos cambios positivos, como una Policía nueva y más abierta, así como algunas reformas anticorrupción bastante llamativas. El problema es que incluso esos avances se vuelven en contra de las autoridades post-Maidán. La Policía, formada a toda prisa, es incapaz de frenar la creciente criminalidad, con el resultado de una población cada vez más insegura y desprotegida. Por no decir que parte de los antiguos policías despedidos se dedican ahora al crimen organizado.

Otra mejora es la introducción de una declaración pública y abierta de todos los bienes de cargos electos y funcionarios. El problema es que no existe una legislación y sistema judicial adecuados para juzgar a los que declaran posesiones que a todas luces son ilícitas. Así, hay diputados con decenas de apartamentos y miles de metros cuadrados de terreno o grandes cantidades de dinero en efectivo, decenas y cientos de miles de euros en un país donde el sueldo medio es de menos de 150 euros. Ahora se sabe que los cargos públicos roban, pero nada se puede hacer al respecto.

Por todo ello, no es de extrañar que solo unos pocos monumentos improvisados a los caídos durante aquellas protestas recuerden lo sucedido hace tres años. Los puestos de souvenirs para turistas rebosaban desde el año 2014 objetos dedicados a las protestas, como camisetas, imanes o bufandas «revolucionarias», pero ya no queda a la venta prácticamente nada que recuerde a aquellos sucesos. Eso se debe a la completa pérdida de ilusión de la gente y a la sensación de que les han vuelto a engañar, como ya sucedió en 2004/2005.

Entonces fue la «Revolución Naranja», ahora la denominada «Revolución de la Dignidad». Ninguna de las dos ha devuelto el control del Estado al pueblo. Ni siquiera ha cambiado el sistema; simplemente unos políticos corruptos han sido sustituidos por otros, que no han podido, sabido o querido –o la combinación de las tres– hacer lo que de ellos se esperaba. La sensación de estafa aumenta entre los ucranianos, pero no se plantean nuevas protestas a pesar de que la situación es bastante peor. Esto alimenta las dudas sobre lo espontáneo y popular de lo sucedido hace tres años.

Llega Trump

La elección de Donald Trump a la Presidencia de EEUU ha cogido por sorpresa a los ucranianos. La clase política apostaba, en su mayoría, por Hillary Clinton como garantía de la continuidad de la política de Wahington respecto a Ucrania. El ya exvicepresidente de la Administración Obama, Joe Biden, era un asiduo en Kiev, país al que dirigía casi en modo manual. La llegada de un mandatario que, como mínimo, parece que va a replantease sus relaciones con Moscú, incomoda mucho en Kiev, donde temen que su país pierda interés en Washington y sea considerado área de influencia rusa, algo a lo que Rusia aspira abiertamente.

Casos parecidos ocurren en Europa, donde cada vez más políticos parecen alejarse de Ucrania y acercarse a Rusia. Tanto por los intereses económicos de las relaciones ruso-europeas como por el hartazgo con los gobernantes ucranianos y sus promesas incumplidas. Además, tras la crisis de los refugiados, el Brexit y los atentados yihadistas, Ucrania preocupa cada vez menos en el seno de la bloque comunitario, y son cada vez más las voces que hablan de entenderse con Moscú, algo que va a perjudicar a los actuales dirigentes ucranianos.

Sin olvidar que Ucrania ha perdido parte de su territorio por la intervención rusa, ya sea directamente, como en Crimea, o indirectamente, mediante el apoyo a los rebeldes de Donetsk y Lugansk.

Los ucranianos afrontan unos problemas económicos que solo pueden empeorar

El giro de la orientación geoestratégica de Ucrania hacia Occidente ha supuesto serios problemas económicos derivados de la ruptura económica con Rusia.

Realmente no es algo que haya cogido por sorpresa a los expertos, ya que durante las protestas del Maidán muchos economistas advirtieron de que si Ucrania se distanciaba de Moscú sin acuerdo previo habría consecuencias económicas.

Triste consuelo, el de la previsibilidad, para el ciudadano de a pie ucraniano. Su poder adquisitivo ha caído junto a la grivna, la moneda local. En noviembre de 2013, cuando empezaron las protestas, un euro valía al cambio once grivnas, y hoy día cada euro alcanza las 29 grivnas. En un país que no dependiera de las importaciones eso no sería tan grave, pero sí lo es en el caso ucraniano.

La balanza comercial siempre ha sido negativa para Ucrania en los últimos diez años. Antes, las exportaciones y el tránsito de gas suponían divisas que compensaban esa tendencia, pero después de que las relaciones con Rusia empeoraran a raíz de las protestas del Maidán, y sobre todo a consecuencia de la anexión de Crimea y la grave crisis del Donbass, Ucrania ha visto cómo perdía su mayor mercado, sobre todo para su producto manufacturado. Al mismo tiempo, si bien el gas que Ucrania necesita lo sigue comprando a precios de mercado, lo debe pagar en dólares, y la adquisición de estos es ahora una difícil tarea para las empresas ucranianas, el valor de cuya moneda local se ha hundido.

Todos estos elementos golpean de lleno a la sociedad. Se han subido las tarifas de calefacción, luz y gas a precios similares a los de a UE, pero ahora, tras la caída de la grivna, el sueldo medio de los ucranianos no llega ni a los 150 euros al mes. Algo parecido pasa con las pensiones, que se han visto congeladas en niveles de hace tres años. La pensión media es de 1.400 grivnas, unos 50 euros al cambio, siendo esta la tarifa de los servicios de calefacción, electricidad y gas en muchas ocasiones.

Tampoco abunda el trabajo. La mayoría de empresas industriales tenían como cliente principal el mercado ruso. Ahora, en su mayoría, este está cerrado oficialmente para los ucranianos. El mercado europeo tampoco es una opción, simplemente porque los productores ucranianos no son competitivos, y es precisamente el productor europeo quien está adueñándose del mercado ucraniano y no al revés a pesar de los bajos precios de producción en Ucrania.

Con esta pérdida de poder adquisitivo y disminución de sus opciones laborales, los ucranianos deben ingeniárselas para sobrevivir. La alimentación de muchos es cada vez más básica, y consiste en productos de marcas blancas de productores locales. Para vestirse, son muchos los que optan por los mercadillos, donde comprando copias chinas de diferentes marcas una persona se puede vestir por completo por menos de 20 euros, una cantidad aun así considerable.

Al mismo tiempo, aumenta la criminalidad. Los robos de coches se han incrementado solo en Kiev un 300%; algo similar ocurre con los robos, tanto a particulares, como a bancos. La existencia del conflicto del Donbass eleva considerablemente el volumen de armas a la venta en el mercado negro. Ese conflicto afecta además a los excombatientes, a quienes no se da tratamiento postraumático y mucho menos se les pagan las pensiones y las ayudas prometidas.

Todo ello fuerza a la población a emigrar. Solo en Rusia, según datos oficiales, hay más de 4 millones de ucranianos, un 10% de la población del país. Esa es una de las razones por las que la UE está postergando en el tiempo la decisión de quitar los visados para los ciudadanos ucranianos, ya que teme una avalancha de varios millones en pocos años.

Tres años después de las protestas del Maidán, Ucrania no solo no ha conseguido avanzar en sus aspiraciones de pertenecer a la Unión Europea y a la OTAN, sino que la situación política, económica y social han empeorado. Si esta tendencia continúa, el país estará abocado a sufrir una importante regresión en todos los ámbitos de desarrollo. P.G.